SAINT-ETIENNE: Triunfal resurrección de ‘Le Tribut de Zamora’ de Gounod
Saint-Etienne. Grand-Théâtre Massenet. 05-V-2024. Chloé Jacob, Léo Vermot-Desroches, Elodie Hache, Jérôme Boutillier, Clémence Barrabé, etc. Orchestre Symphonique Saint-Étienne Loire. Director : Hervé Niquet. Puesta en escena : Gilles Rico. Gounod, Le Tribut de Zamora.
Fiel a su reputación de desenterrar obras raras, la Ópera de Saint-Etienne (en colaboración con el indispensable Palazzetto Bru Zane) crea un acontecimiento resucitando (en escena) la última ópera de Charles Gounod: Le Tribut de Zamora. Estrenada en 1881 en la Ópera de París, la obra fue un fracaso, sin duda a causa del libreto (de Adolphe d’Ennery), lleno de giros artificiales y que jugaba con la compasión inspirada por la subasta de mujeres españolas destinadas a la esclavitud en el harén del Califa de Córdoba…
Sin embargo, el testamento de Gounod contiene algunas páginas hermosas, como el fugato cromático del Preludio, que no tiene nada que envidiar al de Fausto, y si el coro de entrada es más bien banal, la Aubade de Manoël et Xaïma tiene mucha gracia. El relato del saqueo de Zamora desprende fuego y el personaje de Ben Saïd está lleno de ímpetu. Por último, el clímax del final, el himno nacional «Debout, enfants de I’lbérie!» podría remover la fibra patriótica tras la derrota de 1870. Y luego está ese momento de gracia en medio de todo: la historia de Iglesia, sorteada como cautiva de Xaïma, pero cuya pérdida nadie, al ser huérfana, llorará… excepto el rey; la vibrante despedida del monarca responde a su queja con un tono despojado muy moderno.
El director de escena marsellés Gilles Rico, que a principios de temporada firmó para la Opéra Royal de Versailles una aclamada producción de Romeo e Giuletta de Zingarelli, traslada la acción, ambientada en el al-Andalus del siglo IX, a finales del siglo XIX y la convierte de paso en un alegato feminista. Unos finales de siglo en los que Jean-Martin Charcot se hizo famoso por sus experimentos neurológicos sobre la histeria femenina. El decorado de Bruno de Lavenère reproduce el hemiciclo de este anfiteatro estudiantil –aquí en ruinas– en torno a un cuadrado de luces de neón que se abre sobre un pozo que facilita las apariciones y las desapariciones. En este paisaje devastado, rematado por siniestras horcas y poblado de calaveras, la Muerte está en todas partes. De hecho, toda la acción se basa en las visiones del cerebro perturbado de la heroína principal, Xaïma, una mujer traumatizada por la famosa Batalla de Zamora entre cristianos españoles y musulmanes, durante la cual perdió a su madre… Brutalizada por los experimentos de Charcot y sus secuaces (¡un ejército de sarracenos transformado aquí en un ejército de enfermeros-religiosos malévolos y sádicos!), intenta una liberación imposible. El final es una pesadilla en la que todos los personajes, vivos y muertos, huyen de la heroína… que se encuentra, como en la imagen de la apertura, sola y atada a su cama de hospital, mientras suena una oda final en alabanza a Dios…
Para defender la obra, la Ópera de Saint-Etienne (y su director Eric Blanc de la Naulte) ha elegido un equipo experimentado en este repertorio. La calidad de la prosodia supera aquí a la realizada por los cantantes internacionales en el CD publicado por el sello discográfico Palazetto Bru Zane en 2018. La soprano Clémence Barrabé (Iglesia) interpreta a una conmovedora esclava zamorana. La presencia del tenor Kaëlig Boché (Alcade mayor, el Cadí) se apoya en un timbre con cuerpo acorde con su papel. El bajo-barítono ruso Mikhail Timoshenko sobresale como el mediador Hadjar, con una musicalidad soberbia en el aria “La flèche siffle” del acto II.
Las fuerzas vocales y los temperamentos de los cuatro protagonistas están perfectamente equilibrados. La sinceridad de la joven pareja se encarna ante todo en el compromiso de la soprano Chloé Jacob (Xaïma), cuyo timbre redondo y corpulento se adapta a las situaciones tiernas o dolorosas en las que se encuentra; sus aportaciones a los conjuntos dan forma a la evolución de la psique de una joven resistente. Frente a ella, el tenor Léo Vermot-Desroches (Manoël) llena el Grand-Théâtre Massenet de una voz magníficamente proyectada, modulándola con matices o tonos, según los dúos y tríos. ¡Qué trampolín para estos dos artistas en la cúspide de una gran carrera! Elodie Hache transfigura el papel de Hermosa, aportando densidad emocional a las etapas que la conducen de la locura a la razón. Su amplia paleta vocal es elocuente: colores leonados para las alucinaciones, graves conmovedores para el relato de su sufrimiento, agudos vibrantes cuando reconoce a su hija. Igualmente elocuente es la aportación del barítono Jérôme Boutillier como Ben-Saïd, asombroso en su cinismo burlón o destructor y en su maestría vocal. Flexibilidad, acentos mordaces, legato en el andante amoroso (que tiende a rehabilitar al villano…): ¡todo está ahí!
En el foso, tampoco hubo un momento de respiro, con Hervé Niquet dirigiendo a sus huestes con intensidad, sin exagerar el aspecto patriótico de la marcha «¡Debout, enfants de l’Ibérie!», pero sin olvidar destacar los pocos momentos en los que Gounod se permite un pintoresquismo exótico. La Orchestre symphonique Saint-Etienne Loire hizo justicia a esta partitura, al igual que el Chœur lyrique Saint-Etienne Loire preparado por Laurent Touche, muy solicitado tanto musical como teatralmente.
Una resurrección que ha sido un rotundo triunfo entre el público de Saint-Etienne.
Emmanuel Andrieu
(fotos: Cyrille Cauvet)