Riquelme y Bagaría: pura clase
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Obras de Brahms, Hindemith, Enescu y Schumann / Joaquín Riquelme, viola; Enrique Bagaría, piano / EUDORA
Late la viola con sus colores y registros medios en manos del murciano Joaquín Riquelme, miembro de la Filarmónica de Berlín e integrante de esa selecta familia de instrumentistas españoles que trabajan en atriles de las mejores orquestas de ambos lados del Atlántico, desde la Sinfónica de Chicago a la Concertgebouw, Filarmónica de Nueva York, Gewandhaus de Leipzig o Sinfónica de la Radio de Baviera. Riquelme deja constancia de su evidente clase artística y virtuosística en este cedé todo él valioso, que incluye obras tan esenciales como la Primera sonata de Brahms, la Concertstück de Enescu o la Sonata opus 11 número 4 de Hindemith, además del Adagio y Allegro opus 70 de Schumann, ideado en 1849 para trompa y piano, pero con opción de ser tocado desde el violonchelo, el violín o la viola.
Se refiere Pablo L. Rodríguez en el bien documentado y mejor escrito cuadernillo que acompaña el cedé al sonido ‘oscuro, terso y cálido’ de la viola. El de Riquelme es, además, brillante, diverso y penetrante. Intensamente melodioso. Íntimo y extravertido a un tiempo. Características que combina con un virtuosismo que es expresión y estilo. El Brahms de la primera sonata para viola (o clarinete) se escucha en las cuerdas veteranas de la viola ‘Domenico Busan’ de 1781 -cedida a Riquelme por la ‘Asociación de Amigos de la Filarmónica de Berlín’- impregnado de fulgor romántico y de esa melancolía característica que marca el último Brahms. Hay ternura, pasión, arrebato, resignación y pureza expresiva. El piano coprotagonista y cómplice -en absoluto acompañante- de Enrique Bagaría comulga y contribuye a la fascinación que destila la versión, en la que el cantable Andante un poco Adagio encuentra efusión, dulzura y quietud. Viola y piano, piano y viola, Riquelme y Bagaría, Bagaría y Riquelme cantan, dialogan, cruzan y abrazan sensibilidades en una atmósfera de penetrante calado sensitivo. Todo y nada queda enfatizado en este Brahms que vislumbra el irrenunciable futuro.
Clara Schumann dijo que le gustaba el Adagio y Allegro opus 70 de su esposo Robert particularmente por su ‘brillantez, frescura y apasionamiento’. Son precisamente éstas las características que, desde el suave y misterioso inicio en piano al resplandor del Allegro conclusivo, alientan la vibrante versión de Riquelme y Bagaría. De Hindemith, el Chopin de la viola, llega la romántica y variada Sonata opus 11 número 4, estrenada en 1919, en la que ambos intérpretes se explayan en subrayar las mil y una singularidades de la partitura, como también en el mundo único de Enescu, aquí representado por su intrincada, rapsódica y afrancesada Concertstück, compuesta en 1906 para el Conservatorio de París. Riquelme y Bagaría la perfuman y cargan de evocaciones, incluidas las referencias a la Sonata para violín del admirado César Franck, compuesta exactamente veinte años antes.
Justo Romero