Riccardo Muti
Todavía existen directores cuya mera presencia puede alterar el sonido de una orquesta. Lo pude comprobar, con Riccardo Muti (Nápoles, 1941), durante los ensayos del programa “Caminos de la amistad”, del Festival de Rávena, que este año se celebró en la capital ucrania. Esta entrevista se realizó en su hotel de Kiev y en ella Muti insiste en definirse como un músico de otro tiempo, a pesar de que siga siendo tan necesario en el presente. Lo atestigua su admirable dedicación a los jóvenes músicos italianos, tanto en la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, que fundó en 2004, como en la Academia de Jóvenes Directores de Ópera Italiana, que ha impulsado en los últimos años, ligada siempre a títulos de Verdi. El director italiano ha sabido dejar atrás el mandato musical más largo de un director en la Scala de Milán (1986-2005) para concentrarse en proyectos operísticos muy concretos, como el Così fan tutte mozartiano que dirigirá el mes que viene en Nápoles con dirección escénica de su hija Chiara, y que combina con su titularidad al frente de la Sinfónica de Chicago. En principio, a España no volverá hasta 2020 con esta orquesta norteamericana. Este mes de octubre, Muti recibe el Praemium Imperiale en el apartado de música, quizá el más claro equivalente al Premio Nobel, al incluir contribuciones no premiadas por el galardón sueco. Un reconocimiento fundamental a los méritos artísticos de este ‘Maestro de maestros’ como lo define la organización del premio japonés.
(…) ¿Cómo surgió la Academia de Directores de Ópera Italiana?
Este es ahora mi interés más vivo, aunque no me gusta la palabra ‘academia’. Cuando era estudiante en el Conservatorio de Milán comprobé que las representaciones que veía de ópera no se correspondían completamente con lo escrito en la partitura. Y me di cuenta de que, mientras se solía respetar lo escrito en las óperas de Mozart, Wagner y Richard Strauss, no pasaba lo mismo con la ópera italiana. Aquí había libertad para aplicar cortes, transponer tonalidades, añadir notas agudas para complacer a un cierto tipo de público, etc. Y después de muchos años recorriendo el mundo he comprendido la razón: la música italiana se ve como un mero entretenimiento, como la típica y placentera velada de ópera. Cambiar esa forma de ver la ópera italiana ha sido la batalla de mi vida. Una batalla importante pero que no he vencido, ya que muchos de mis colegas creen necesario contentar a los cantantes y dejarles hacer. (…)
Uno de sus discursos más famosos y divertidos lo dio, en 2010, tras recibir el premio de la revista Musical America. ¿Qué opina, ahora en serio, sobre el arte de la dirección orquestal?
Para mí el director es un líder, no un dictador. Es un primus inter pares. Alguien que tiene una idea interpretativa y que la orquesta necesita. La noción actual de abolir la figura del director no consiste en abolir al director, sino la idea. Furtwängler, Toscanini, Walter o Kleiber dirigían interpretaciones diferentes de una misma partitura porque tenían ideas diversas. Una orquesta sin director es falsa democracia, pues la democracia necesita un líder que entienda la situación y tome las decisiones. Y eso es algo muy difícil en una orquesta, que es un instrumento humano, con gente que te respeta, te odia, te acepta y te admira. Estás frente a una sociedad que debes conducir con tu idea. Y para ello no vale con conocer bien la partitura, sino que es fundamental tener una sólida formación previa. Vivimos en un mundo donde cualquiera parece que pueda ser director de orquesta, tanto el violinista que no puede seguir tocando como el cantante que ha perdido la voz. (…)
Pablo L. Rodríguez
(Extracto de la entrevista publicada en el nº 344 de Scherzo, de octubre de 2018)