Rentrée news 1: ¿Imitar a los cangrejos?

El inolvidable Jardiel Poncela titulaba una de sus novelas Espérame en Siberia, vida mía. Se me vino el título a la cabeza, pero cambiando Siberia por Dinamarca, que está también al norte, pero no resulta tan lejana ni tan fría. Hace frío, pero la cosa se puede soportar. Y se me vino pensando, en los últimos dos días, sobre el panorama que estamos viendo con la reentrada. Qué quieren que les diga, a mí lo de la desescalada, como lo de la nueva normalidad, me parece una gilipollez supina, así que creo más razonable hablar de reentrada. Con ese palabro de desescalada me acabo imaginando a un tonto intenso andando marcha atrás por un monte, con el consiguiente riesgo (hay que asumir que no tiene ojos en el cogote) de dar con el antifonario en el duro suelo, en lugar de caminar como todo el mundo, hacia delante. Aunque sea cuesta abajo, básicamente mirando por donde pisa.
Bien es cierto, por otra parte que, pensándolo bien, mirar por donde se pisa es justamente lo que no está haciendo la humanidad en esta reentrada de la actividad, así que igual lo de la desescalada, aparte de lo horrible que resulta el término, no está del todo mal traído. Repasemos.
En EEUU parece que la cosa sigue como de costumbre. Bueno, como de costumbre, no. Peor. El payaso que los dirige sigue haciendo lo que sabe, el tonto, y diciendo lo que suelen decir los tontos: tonterías, como que hay que hacer menos tests para que salgan a la luz menos casos. En la música, la cosa está más parada que un buen trípode de fotógrafo, porque la seguridad y la viabilidad económica se llevan mal, y supongo que con la mentalidad que hay en ese país en cuanto a pleitos, nadie quiere además correr el riesgo de un contagio más o menos masivo seguido de una avalancha de demandas de responsabilidad, cosa que, como es bien sabido, es muy americana.
En Europa tenemos “de tó”, que diría el castizo. Los Filarmónicos de Viena, del mismo centro de Bilbao, están actuando como si tal cosa: ni distancia, ni mascarilla, ni nada. Distanciar, que se distancie el público, que son unos blandos. Los checos del Collegium 1704, muy preocupados por la uniformidad, dotaron a sus músicos de mascarillas con agujeros bucales para que los flautistas puedan soplar, como ya hemos comentado desde estas líneas anteriormente. Y mientras ellos tapan con cuidado la piel que rodea la boca, el virus sale tan contento por el aire expelido por los flautistas, haciéndole las correspondientes peinetas al inventor de la mascarilla con agujero. Pero hay que ver lo bien que queda, oiga. Lorenzo Caprile seguro que aplaudiría encantado de la ocurrencia tan fashion.
De hecho, queda tan bien, que aquí le ha salido un imitador decidido a hacer negocio. Según me comenta un amigo, hay una empresa llamada Sanimusic (pueden visitar su web aquí: Sanimusic ) que hace gala de disponer de mascarillas “para cantantes e instrumentistas de viento”, y pretende hacer ver que esto es una nueva forma de seguridad en la música. Toma nísperos, Mariana. La banda de Potries ha celebrado un pasacalle musical “con distancia mínima” y “nuevas mascarillas”, que son esas que ustedes se están imaginando ahora mismo, tan estéticas como perfectamente inútiles. El virus, tan contento, oye, sumándose al pasacalle y a que le canten aquello de “Marcial, eres el más grande”. El video que la empresa en cuestión ha colgado sobre el pasacalle en cuestión en su muro de Facebook es carpetovetónico, no me digan que no. Sigo.
En Holanda, hace unos días, el Concertgebouw ofrecía una Quinta de Chaikovski bajo la dirección de Bychkov, con los músicos bastante distanciados, aunque, para mí de manera inexplicable, los metales notoriamente más lejos que las maderas. En el Reino Unido, tras las misivas de varios maestros (comentamos en su momento las de Rattle y Elder), siguen saliendo voces que reclaman más acercamiento. Sir Simon, flamante titular de la Sinfónica de Londres, aunque siga viviendo en Berlín, reclama a las autoridades británicas menos “superstición” para las orquestas y terminar con lo que, según dice, es la distancia impuesta a los instrumentistas de viento madera (según la noticia, 3 metros), a todas luces excesiva. Y ¿cuál es el argumento? ¿hay algún nuevo estudio que permita el acercamiento súbito de los músicos de viento? Y hablo de estudios, no de experimentos de cheminova validados por notarios. Pero no seamos supersticiosos. Lagarto, lagarto.
Estudios, estudios, lo que se dice estudios, no parece haber. Pero según Rattle, “los últimos cálculos científicos de las autoridades danesas sugieren que 0,5 metros para la cuerda y 1 metro para el viento es un sistema perfectamente seguro”. No, no me pregunten cuales son los últimos “cálculos” (observen que digo cálculos y no recomendaciones basadas en estudios con mediciones), o sea que no sé si hablamos de la raíz cuadrada de pí, del logaritmo de e o de algún otro “cálculo” que les haya permitido tan alegre conclusión. Pero está claro que los daneses no quieren que los vieneses les saquen ventaja, así que los músicos de otros países van a entonar rápidamente aquello de “Espérame en Dinarmaca, vida mía”, que allí vamos a estar, como en Viena, bien juntitos. O eso, o la innovadora mascarilla con agujerito que deja al virus tan sueltecito pero queda superguay del recopón, oye.
Miren por donde la Asociación Nacional para la Educación Musical en EEUU, según cuenta Norman Lebrecht en su blog, sugiere en su guía sobre el particular, que “los alumnos no toquen la flauta de pico hasta que los estudios sobre la difusión por aerosoles, actualmente en curso, no estén completados” (Slippedisc.com). ¿A que les suena?
En el terreno operístico no ha cuajado (todavía) lo de la mascarilla para cantantes, aunque todo se andará. Pero da igual. El Liceo ha echado a andar con plantas espectadoras, y el Real, con un par, ha dicho que para delante como los de Alicante, espacios cerrados a mí, anda que me van a echar para atrás cosas como el tiempo de exposición. Cuando las ranas críen pelo. Así que hala, a dar ya mismo La Traviata, con casi 900 personas en el teatro. Los primeros, oiga. Que no se diga. Y Granada arranca también en unos días con otra obra coral, para la que se ha agotado el aforo.
En este festival del desmadre no pueden faltar los tontos pertinaces. Y esta noticia sobre los antivacunas, que entre los tontos pertinaces destacan porque en su estupidez no se dan cuenta de que, además de jugar con su salud (cosa en la que son muy libres, a otros les da por chupar picaportes), juegan con la de los demás (y ahí ya no son libres, porque yo no acepto que jueguen con la mía), nos cuenta que ya están diciendo tonterías una tras otra. Que pase Miguel Bosé a poner la guinda, oye (https://amp.lne.es/gijon/2020/06/22/antivacunas-acampan-parque-mascarillas/2650610.html?__twitter_impression=true&fbclid=IwAR0_1lZ5wmWWUgjrFU9_LNnBYNkzL22Z78kgnn3NFDF5M9PG-v6tZzXDH00).
Uno sigue pensando que el retorno a la actividad hay que hacerlo con cabeza, con prudencia y con calma, porque hacerlo sin esos tres ingredientes puede dar como resultado un batacazo de pronóstico reservado.
Porque mientras se sigue desarrollando esta carrera por el desmadre, el virus, tozudo él, continúa empeñado en obsequiarnos rebrotes por doquier, incluso en países que lo habían hecho razonablemente bien de entrada (Israel, Alemania), pero también aquí (https://www.msn.com/es-es/noticias/espana/fuerte-repunte-de-los-contagios-en-arag%C3%B3n-y-navarra-en-plena-preocupaci%C3%B3n-de-sanidad-por-los-nuevos-brotes-de-coronavirus/ar-BB15PKFk?ocid=spartan-ntp-feeds&fbclid=IwAR0gZjqgPrk5J2JmaxUnr0325isHvoNQ317aFeliGXrJVTJpIoZaNSuNwjk), cuando llevamos apenas dos días de… ¿andar para atrás? Pues ojalá que no, pero ya veremos. Lo que es echar papeletas para que nos toque el gordo ya estamos echando, ya. No estoy nada seguro que el acercamiento de daneses y vieneses vaya a ser el remedio. Y lo nuestro no es, o no debería ser, imitar a los cangrejos.
Rafael Ortega Basagoiti