Rafał Blechacz: “El tiempo me ha enseñado qué es la libertad”

Rafał Blechacz, el pianista del sonido, entiende la música como ese misterio sacro cuya comprensión va más allá del lenguaje. Sus conciertos se recuerdan como atmósferas musicales en las que la calidad y el gusto perduran en la memoria de sus asistentes. Y Madrid tendrá el privilegio de ser partícipe de esos momentos de magia: conciertos rituales que los llama él. El próximo 7 de junio vuelve a España, en la que será su tercera visita al Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Lo hace con Bach y Beethoven, porque durante su carrera, la escuela alemana ha protagonizado parte de su discografía. Celebra el bicentenario del nacimiento de César Franck, uno de los padres del órgano moderno, cuyas influencias perduraron hasta lo que bien hoy conocemos como Schola Cantorum. Y termina con Chopin, su compatriota. Ya que si Blechacz paralizó el mundo musical en 2005, fue por ofrecernos una de las interpretaciones más memorables del genio polaco.
Es un intérprete fuera de lo común. Mientras que las modas priorizan la velocidad y la cantidad de recitales, frente a la calidad y la profundidad de éstos, usted limita el número de conciertos que ofrece cada año, consiguiendo crear en cada uno atmósferas únicas que cautivan al espectador. ¿Hemos transformado la música en una industria en donde lo que prima es lo apretada que un artista tiene su agenda?
La personalidad del artista es quien marca sus límites de agenda. Desde que empecé mi carrera internacional tenía claro lo importante que era mantener un equilibrio entre mi vida profesional y la privada. Tener tiempo para todo, porque preparar un recital requiere de tiempo. Sobre todo si tienes unos estándares de calidad elevados. Para mí, el número ideal de conciertos al año oscila entre cincuenta y sesenta. De esta forma puedo preparar el repertorio en profundidad, reflexionar sobre él, y disfrutar de mi familia y amigos que tanto me aportan en este viaje.
Hace diecisiete años ganó el Concurso Chopin de Piano. ¿Cómo ha evolucionado su percepción musical desde entonces?
Creo que el tiempo me ha enseñado qué es la libertad. Cuando comparo grabaciones de antes con las más recientes, observo que, a día de hoy, soy más valiente a la hora de reflejar mis ideas en la música. Disfruto más del rubato en Chopin, en sus mazurkas y polonesas… Aun así, el público es quien realmente puede llegar a ser consciente de mi evolución porque, al fin y al cabo, yo me escucho diariamente y mi perspectiva nunca será objetiva.
Muchos pianistas se lamentan de lo complejo que resulta hoy en día preparar un recital con orquesta, ya que generalmente el número de ensayos es muy reducido. Algunos, incluso se han centrado en el recital a solo por esta misma cuestión.
En mi caso, demando tener siempre tres ensayos con la orquesta, además de reuniones aparte con el director. Tener solo un ensayo y después afrontar el recital es una falta de respeto a la música. Desgraciadamente, esto suele ser la norma. Pero tengo unos agentes que me conocen bien y saben cuál es mi exigencia de ensayos para los conciertos con orquesta.
Desarrollar una carrera artística nunca ha sido fácil. A las horas de estudio que requiere el instrumento, se le suman todos los tejes y manejes de una industria que en ocasiones no es tan justa como nos gustaría. ¿Qué es más cruel: el arte o la industria que lo rodea?
Mi vida es la música, y es lo único que importa. Promocionar conciertos es vital para llenar teatros y auditorios, pero no se puede convertir en nuestra única meta. El arte siempre ha de primar. Y a partir de ahí, busquemos las formas para que llegue a la mayor cantidad de gente posible, teniendo la certeza de que lo que ofrecemos es sincero y auténtico. Todo es cuestión de equilibrios, sin desmerecer nunca que, ante todo, somos artistas.
Estudió Filosofía e Interpretación, llegando incluso a publicar una tesis sobre Filosofía de la música. ¿De qué forma influyeron sus estudios en su forma de interpretar?
Llegué a la filosofía porque me apasionaba su historia, y terminé especializándome en filosofía musical, en concreto, en su fenomenología. Los trabajos de Roman Ingarden me fascinaron desde el primer momento, sobre todo aquellos en los que profundizaba en el concepto de identidad dentro de la obra artística —siendo este el punto de partida de mi tesis—. La búsqueda de la identidad es un concepto inmanente a nuestra existencia, y por ende, al arte como reflejo de ésta. Mi tesis desgrana este concepto de identidad dentro de la obra musical, trasladando también la importancia que el contexto histórico-social tiene en dicha identidad. Lo analizo desde un punto de vista lógico, hermenéutico, metafísico… Como intérprete, profundizar en el hecho musical desde el pensamiento te ayuda a concebir la música como una experiencia estética. El concierto, per se, es una comunión, un ritual espiritual con el público en donde ambos, el que escucha y el que crea, generan eso que llamamos arte, eso que llamamos música.
El resto de artes parecen abrazar su filosofía con esmero, mientras que en la música clásica existe todavía una lucha continua entre la filosofía y la técnica. ¿Cree que estamos desconectados de nuestro concepto filosófico y estético?
En parte lo estamos, pero la casuística es más compleja. En cualquier arte es necesario tener inspiraciones filosóficas que nos aporten ese punto de trascendencia y espiritualidad. Pero pensar mucho puede acabar distrayéndonos de nuestro propósito. Hay muchas preguntas, cuyas respuestas no pueden expresarse con palabras. Éstas se sienten, se intuyen, pero jamás se podrán redactar en una frase. De la música de Bach, por ejemplo, emana un misticismo que no llegamos a comprender. Confiamos en que hay un secreto vital en ella que se nos escapa. Y su búsqueda es algo imposible. Siempre hay que dejar algo para las fauces del misterio.
Son palabras de Alfred Brendel: “Los músicos han de encontrar ese punto de equilibrio dentro del cual, la interpretación no supere a la obra y viceversa”. En ese sentido, ¿de qué forma conviven lo analítico y lo intuitivo dentro de sus interpretaciones?
Conviven de la misma forma que lo intelectual y lo emocional. El equilibrio siempre es lo ejemplar, aunque en mi caso creo que me dejo guiar por la intuición musical, que respira en un ambiente emocional, pese a regirse siempre por parámetros racionales. Pero este equilibrio va más allá del intérprete: depende de las circunstancias que nos rodeen un día determinado, depende también del espacio acústico en el que el concierto se vaya a desarrollar… Los intérpretes sentimos el estado de ánimo del público y eso nos influye en el devenir del concierto. Afrontar una partitura es un lienzo repleto de libertades, pero hay una premisa de la que no nos debemos olvidar nunca: somos intérpretes, no compositores. Nuestra única responsabilidad es la de sumergirnos en la lógica que el compositor propone.
Siempre se ha caracterizado por ser un pianista especialmente preocupado por el sonido. Prepara sus conciertos buscando un color concreto en el piano, acomodando los macillos, la sonoridad del pedal…
Mi única ambición es ofrecer el mejor regalo posible al público. Antes de un concierto, me gusta tener un encuentro con el afinador para determinar cómo podemos conseguir que el instrumento ofrezca el sonido que busco. Cada repertorio requiere de unos matices determinados: en Bach busco sonidos algo más brillantes, en Chopin o Schumann busco sonidos más cálidos, en Mozart o Beethoven busco sonidos más metálicos, que me recuerden al sonido de las campanas… Estos matices se consiguen tanto preparando el instrumento, como pensando en el sonido que quiero ofrecer. Al fin y al cabo, la música es un arte que surge del pensamiento…
¿Cree que el piano, como instrumento, ha llegado ya al fin de su evolución?
A día de hoy, los pianos ofrecen un sonido mucho más potente que el que podían ofrecer hace treinta o cincuenta años. Los grandes auditorios precisan sonidos amplios, pero que un piano posea grandes dinámicas no quiere decir que sea perfectamente acústico. Necesitamos instrumentos que puedan llenar la sala sin que su sonido nos moleste. La casa de pianos Steinway & Sons está desarrollando instrumentos cuyo sonido, pese a ser de gran amplitud, mantenga esa calidez, esa belleza noble que nos permita ser escuchados sin resultar estridente.
Recientemente ha publicado un disco junto a la violinista Bomsori Kim con música de cámara de compositores franceses y polacos. ¿Se ve profundizando en el repertorio de cámara e incluso realizando colaboraciones con otros intérpretes?
Estos últimos años he concentrado mi actividad en la música de cámara, y es algo en lo que quiero seguir trabajando. Deutsche Grammophon tiene un plantel de artistas increíbles, pero muchas veces es complejo encontrar a alguien cuya perspectiva musical se asemeje a la tuya. Conocí a Bomsori Kim cuando participaba en la Competición Wieniawski. Al escucharla por primera vez, entendí perfectamente que ambos teníamos una sensibilidad musical similar y comencé a idear una posible colaboración. En un futuro me gustaría trabajar con algún violonchelista, o incluso con un cuarteto de cuerda, pero por ahora, son todo ideas.
En su concierto en el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo, interpretará obras de Bach, Beethoven, Franck y Chopin. Interpreta Bach con el piano, algo que para muchos puristas es casi sacrílego.
Hay intérpretes que son categóricos a la hora de interpretar la música de Bach con el piano moderno, rechazándolo sin miramientos. Yo soy más flexible. El piano te proporciona herramientas que permiten exaltar elementos de sonido, articulación o fraseo puramente barrocos. Durante mi formación estudié órgano, y esto me ha permitido entender el legato en Bach. El órgano es un instrumento cuyo legato se produce en la digitación. En el piano, sin embargo, el pedal ayuda a crear esta ilusión. Por eso me nutro de lo que estudié cuando tocaba Bach en el órgano y busco siempre un legato que salga de la mano, más que del uso del pedal. Obviamente el piano no tiene la cantidad de registros que posee el órgano, pero esto no nos impide jugar con los diferentes colores y matices que posee el piano.
Beethoven ha sido un compositor muy presente a lo largo de su carrera. La integral de sonatas y conciertos es una de las grandes metas para cualquier pianista. ¿Tiene la intención de grabarlas?
No está entre mis planes. Creo que todavía debo esperar antes de enfrentar a un proyecto así. Tengo en mente hacer algo con las tres últimas sonatas, pero son obras de calado, cuya interpretación va cogiendo forma a lo largo de los años. Primero intentaré ponerlas en recital durante un tiempo y después, quién sabe…
Para concluir, viajemos al pasado. Si pudiera darle un consejo al joven Rafał que acaba de ganar en 2005 el Concurso Chopin, ¿qué le diría?
Le recordaría que lo importante, siempre, es ser natural. Saber guiarte por tus instintos, hacer música con el corazón, pero sobre todo, recalcaría uno de los mejores consejos que me dio Krystian Zimerman meses después de ganar el concurso: “¡Rodéate de gente que te quiera, y cuídalos!”. Al fin y al cabo, el amor es lo que rige nuestro arte. ¿O no?
Rafael Ortega Basagoiti / Nacho Castellanos