Que usted ya tiene una edad
Entre los muchos esperpentos vividos en la pandemia, recuerdo un vídeo en el que un policía que había entrado en un domicilio donde se desarrollaba una fiesta ilegal le decía a una señorita, no precisamente zangolotina, que saliera de su escondite, con una frase entre lapidaria y descacharrante: “Señorita, salga de ahí, que ya tiene usted una edad”. Le faltó añadir: “Y está usted haciendo un ridículo que se va a ver en toda España”. Se la ahorró con razón el agente, porque estaba muy implícito en la afirmación anterior.
Eso me pasa a mí también, que ya tengo una edad. Y con esa edad cada vez llevo peor las tonterías. Hoy me he desayunado con que Colau se ha sacado de la manga no sé qué centro de nuevas masculinidades, que aparte de una solemne estupidez, parece otro pretexto para que alguno más chupe del bote público. Éramos pocos, y vino la nueva masculinidad. Ya se pueden imaginar lo que vendrá a continuación. A Colau lo que le hace falta es un centro de sentido común. No nuevo, no. El de toda la vida, que la pobre no sabe ni lo que es.
Pero cuando café en mano trataba de olvidar la gilipollez de la regidora catalana, armándome de paciencia ante la seguridad de que vendría alguna otra noticia que sacudiera los cimientos de mi paciencia, me encuentro con una noticia publicada en El Mundo bajo el siguiente titular aterrador: “El reguetón provoca mayor actividad cerebral que escuchar clásica o folclore”.
La cosa forma parte de una investigación para una tesis doctoral de un neurocirujano canario, que seleccionó para el experimento un grupo de 28 personas con una edad media joven (26 años) y gustos musicales variados. No se dice a cuántos les gustaba qué, ingrediente que sería importante para asegurar que la cosa no está sesgada (porque por edad sin duda que sí lo está, creo que hubiera sido más lógico escoger grupos de diferentes rangos de edad), porque si hay más de los que les gusta el reguetón, no es de extrañar que su cerebro se entusiasme con el engendro.
En toda la noticia encontré algo coherente: la afirmación de que “la música clásica, por otro lado, es mucho más compleja, con mucha mayor variedad tímbrica, melódica y con un ritmo mucho menos marcado y, por lo tanto, menos predecible”. Y nosotros, con estos pelos. Desde el descubrimiento de la pólvora no se conocía afirmación tan preclara. A su autor, en cambio, le aguarda una urgente visita a Turquía para asegurarse el oportuno reemplazo capilar a precio módico. Que se ha quedado calvo el colega, vaya.
Dice la noticia que, “según los investigadores, la activación cerebral puede deberse a la generación de un pulso interno dentro de nosotros al tratar de adivinar cuándo viene el siguiente pulso. Es como si el reguetón, con ese ritmo peculiar y repetitivo nos preparara para el movimiento, para bailar sólo con escucharlo”. En realidad, esta interpretación del aumento de la actividad cerebral bien podría ser equivocada, incluso referida al componente motor de dicha actividad.
¿Que por qué? Muy sencillo. A mí el aumento de la actividad cerebral que me genera el reguetón es el de un impulso irrefrenable de la musculatura de todo mi miembro inferior derecho para sacudir una patada violenta e inclemente en el antifonario del ejecutor correspondiente, con el objetivo inmediato de ponerle en una órbita lo más alejada posible. En su caso, a falta de perpetrador en vivo, una buena patada en el equipo de sonido que la reproduce sin piedad puede ofrecer convincentes resultados supresores del peligro sonoro. Una especie de aquel famoso “¡que te pego leche!” que Superman-Ruiz Mateos popularizó cuando le intentó repartir estopa a Boyer.
Lo más gracioso de la noticia son los comentarios. Hay uno especialmente incisivo que dice que le pone “de muy mala leche”, “activa su cerebro” en una “reacción defensiva”, y sugiere que “se investigue en esa línea porque es más certera”. Estoy completamente de acuerdo con el comentario. A mí me pasa lo mismo. Probablemente al autor del comentario le pasa lo que a mí: que ya tiene una edad.
Rafael Ortega Basagoiti