Qobuz: la democratización de la élite
La plataforma francesa de streaming se impone como referencia entre los melómanos que buscan la calidad de sonido
Sin prisa ni necesidad de levantar a su alrededor una gran polvareda, la plataforma de streaming y compra musical Qobuz va cumpliendo años. Con un crecimiento orgánico, conociendo al detalle su mercado y evitando caer en exceso en el delirio de la IA, la empresa francesa explica a Scherzo su pasado, comparte su presente y propone sus planes de expansión futuros. Pertenecer a la élite nunca resultó tan fácil.
Es probable que el nombre de Trefor Goronwy no figure entre los referentes musicales más habituales del público hispanohablante. Multi-instrumentista de cierto renombre, tuvo una carrera interesante en el mundo del rock británico experimental antes de lanzarse en solitario y ser el responsable de que en Occidente el qobuz o kobyz tuviera su pequeño lugar. En una época de exploración del repertorio más tradicional, Goronwy incorporó melodías que usaban para su relato de evocación el qobuz, un instrumento kazajo —aunque también con presencia entre los bashkires y los tártaros— con dos cuerdas de crin de caballo y una caja de resonancia forrada de piel de cabra. Lo interesante del caso, más allá de la sensación de atemporalidad que convoca su sonido, es la sacralización, su vínculo inequívoco en la música tradicional del Asia central con la sanación del cuerpo y el alma, su capacidad sobrenatural para ahuyentar demonios y, en último término, a la propia muerte. Por esa mezcla entre música, magia, curiosidad y curación es por lo que en 2007 los fundadores de Qobuz, provenientes del mundo de las casas discográficas, decidieron nombrar así a su criatura. Toda una declaración de intenciones en forma de licencia poética.
Mientras otros servicios similares —nacidos, mayoritariamente, más tarde— se centraron en la expansión, Qobuz optó por un perfil bajo a la hora de crecer, comunicar y presumir de abonados. Sin cifras de usuarios ni publicación de beneficios, la idea de negocio era ambiciosa por su sencillez: escuchar la música tal y como fue concebida por los artistas en el estudio de grabación. Pero poner en marcha la propuesta, más respetuosa con los creadores y los melómanos, implicaba desterrar el monopolio del mp3 que llevaba imponiéndose a todos los niveles antes incluso de las plataformas, desde los tiempos de Napster. Pierre Largeas, director regional de Qobuz para el sur de Europa y Latinoamérica, lo resume en los siguientes términos: «Se creó con la ambición de, en primer lugar, convertirse en la primera plataforma de transmisión y descargas de música en ofrecer archivos de alta resolución, especialmente para música clásica y jazz. En segundo, ofrecer un enfoque editorial a la música, proporcionando a los usuarios un entorno cultural sofisticado y enriquecedor. Y el ADN ha permanecido inalterado desde entonces: respetar y mantener la autenticidad del sonido que elaboran los artistas».
Los números no engañaban: el mp3, un formato de calidad variable con pérdida de sonido, permitía portabilidad pero a cambio un resultado sonoro que quedaba lejos del comercializado por el CD desde principios de los 80 —resolución de 16 bits y frecuencia de muestreo de 44.1 kHz— y más lejos aún de lo que ofrece Qobuz, 24 bits y 192 kHz (la denominada Hi-Res). Esa pérdida de calidad del mp3 con el que empezaron a funcionar la mayor parte de las plataformas era más evidente según los repertorios, y las gamas dinámicas o la profundidad de planos de la música clásica y el jazz fueron las principales damnificadas. Irónicamente, el éxito inicial de Qobuz conculcó lo que hasta ese momento parecía una realidad contrastada: que el lecho de mercado de los melómanos de música clásica era refractario a todo lo tecnológico. «Desde el principio establecimos contratos con las principales discográficas», continúa Largeas, «así como con todos los sellos independientes y distribuidores, para que nos suministrasen sus catálogos de música en la máxima calidad. Nuestros equipos editoriales identificaron y priorizaron regularmente los catálogos, verificaron la disponibilidad de archivos Hi-Res e hicieron sus solicitudes a los distribuidores para asegurarnos de tener siempre la mayor variedad de referencias de entre todas las plataformas», detalla el gerente. «A día de hoy, la gran mayoría de nuestros clientes actuales tienen equipos decentes o tecnología de alta fidelidad, elementos que los identifican como audiófilos y defensores del sonido de la más alta calidad. De hecho, actualmente estamos bastante centrados en mejorar las funcionalidades, la navegación y la conectividad con equipos de alta fidelidad, sin olvidar la integración de las inteligencias artificiales».
La dualidad como modelo
Otra de las claves de la acogida de Qobuz fue el hecho de compatibilizar dos modelos de negocio que parecían en un primer momento antagónicos: el servicio de streaming bajo suscripción y la venta de las descargas. La mayor debilidad de las plataformas on line radica en la caducidad de los derechos sobre algunas obras, algo que condiciona el catálogo de forma clara. ¿Merece la pena renovar los derechos de una obra básica para entender la cultura occidental pero que apenas alcanza el centenar de reproducciones? Dicho de otra forma, el formato de las grandes plataformas favorece lo mainstream y penaliza el extrarradio. Son los intereses de la empresa los que modelan el catálogo, no los del usuario.
El doble modelo parece paliar el defecto en pos de una cierta sostenibilidad y ofreciendo, según la propia Qobuz, «dos modos de consumo complementarios que garantizan una remuneración más justa para los artistas y los titulares de los derechos. En nuestro caso el modelo dual de streaming y compra nos funciona. El streaming representa una parte creciente de las ventas, tanto en España como a nivel mundial. Por su parte, las descargas siguen siendo una fuente significativa de ingresos, representando entre el 20% y el 25% de las ventas. No hemos reducido descargas, al contrario. Más allá de la calidad de lo que ofrecemos, suponemos que la retirada gradual de nuestros competidores de este mercado ha dejado desatendidos a muchos usuarios que aún desean poseer música: coleccionistas, profesionales de la música, DJs, ingenieros de sonido y amantes comprometidos con la música que apuestan por remunerar mejor a los artistas».
El factor humano
Nadie podía imaginar, hace apenas una década, el recorrido que podría tener el término “algoritmo” más allá de las facultades de Matemáticas. Hasta el propio DRAE parece haber infravalorado su importancia al definirlo de forma tan parca: “Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema”. Y es que el gusto ecléctico o hasta incoherente de la mayor parte de los consumidores siempre ha sido un problema a resolver desde el punto de vista del negocio. Desde hace unos años los algoritmos, esas fórmulas digitales que relacionan los datos recopilados sobre un usuario para ofrecerles opciones de consumo teóricamente acordes a su interés, se han convertido en los constructores del gusto de las nuevas generaciones. En cada plataforma de contenido audiovisual, de compra o periódico hay una brújula del estilo encubierta en forma de “Si le ha gustado” o “Recomendados”. Un uniformador del oyente. Los algoritmos han venido a sustituir el meticuloso deambular por el fondo del catálogo por una recomendación automatizada.
Uno de los puntos fuertes de Qobuz es, precisamente, el factor humano, tanto en la elaboración del contenido editorial como en la propuesta de recomendaciones. Por un lado, el contenido musical se ve enriquecido por artículos históricos, guías de escucha, cuestionarios, biografías, reseñas y entrevistas que más que replicar la experiencia física de la compra de un disco, la amplían. Todo este aporte contextual viene a sustituir el ritualizado uso del formato físico tan característico del melómano clásico, desde los tiempos de La voz de su amo hasta los sofisticados vinilos-fetiche de los últimos tiempos. Por otro lado, es también un equipo de expertos humanos quien confecciona buena parte de las recomendaciones al usuario, centradas no solo en satisfacer la necesidad de repetición de un mismo estilo sino en despertar una curiosidad poliédrica y cosmopolita. «El contenido editorial exclusivo es crucial para promover el descubrimiento, acentuar lo que nos hace distintos y aumentar la fidelidad de los usuarios», afirma el director regional de Qobuz. «Se busca ampliar el conocimiento y la apreciación musical de los usuarios y dedicamos un gran esfuerzo a ello, promoviendo un enfoque más personalizado. Se busca descubrir nuevos horizontes sonoros de manera auténtica y atractiva, lejos de las burbujas artificiales provocadas por los algoritmos que limitan la exploración. Para nosotros escuchar música no es darle al play y ya está. Sabemos, por ejemplo, que nuestros usuarios pasan tiempo en la aplicación y son más activos mientras escuchan su música, leyendo artículos y explorando el catálogo. Y hemos logrado reunir a una comunidad de entusiastas de la música a través de iniciativas como el Qobuz Club».
La vuelta al mundo en cifras
El quinto aniversario del lanzamiento de Qobuz en España llega de la mano de su expansión a más de 25 países y su aterrizaje tanto en Norteamérica como en América Latina, algo que puede parecer contrario al sentido de empresa familiar que tanto destacan desde su base francesa. En el caso español el crecimiento anual desde su lanzamiento ha sido del 30%, casi doblando las cifras generales de suscripción a plataformas, que crecieron un 17% en 2023, y dándole la vuelta al de las descargas, que disminuyeron a nivel global un 8%. A pesar de que a día de hoy la plantilla no es muy amplia (entre 100 y 120 empleados directos), les sirve para mantener un catálogo de más de cien millones de canciones sujetas a la regulación europea, dado que sus servidores están en Europa. Su expansión sí parece haber tomado cierto ritmo: lanzado en Francia en 2007, durante la siguiente década se abrieron a 11 países europeos, y entre 2019 y 2023 se extendieron a Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, América Latina y Canadá, entre otros. El siguiente paso, previsto para este mismo año, es el desembarco en el mercado asiático a través de Japón. El resultado ha sido multiplicar los ingresos por tres, aunque buena parte del negocio continúa polarizado entre Francia y Estados Unidos.
Desde Qobuz el mensaje a la hora de explicar su estrategia mercantil en los próximos años es claro: «Somos una empresa independiente pero con una escala humana. Buscamos, ante todo, ofrecer servicios y contenido de calidad, al tiempo que buscamos un buen equilibrio financiero para ser rentables en un par de años. No participamos en la carrera por los suscriptores, ni en la reducción de precios, ni ofertamos un servicio freemium, ya que a largo plazo esto solo devalúa el valor de la música y de los creadores. Nuestras limitaciones presupuestarias también nos recuerdan diariamente que debemos innovar para hacerlo mejor, con menos recursos, para ser más sostenibles».
Mario Muñoz Carrasco
Caja
¿Y los outsiders?
Los datos publicados en las últimas semanas por la plataforma de análisis Luminate sacaron a flote algunos problemas dentro del mercado de los streamings musicales: dentro del catálogo del gigante sueco Spotify, 45,6 millones de canciones (un 25% del total) no se reprodujeron ni una sola vez durante todo el año 2023. Extrapolando los datos e incluyendo en la ecuación el incremento de canciones subidas a las distintas plataformas, se estima que en 2030 habrá publicadas 150 millones de canciones que jamás serán escuchadas. Por completar la foto, durante los primeros meses del año el ritmo de subida de canciones ha alcanzado los 120.000 temas por día, donde una abrumadora mayoría pertenecen a la corriente del ruido blanco y a las músicas compuestas por inteligencias artificiales. Este incremento, obviamente, dispara los costes asociados al almacenamiento de los catálogos musicales en los servidores y a su mantenimineto y refrigeración.
Los CEOs de las principales discográficas y agregadores musicales ya han puesto el grito en el cielo. Robert Kyncl, CEO de Warner Music Group ya comentó que «no es asumible que una reproducción de Ed Sheeran tenga exactamente el mismo valor que una con el sonido de la lluvia cayendo». El resultado es que buena parte de las empresas especializadas están replanteándose la retribución para los pequeños creadores, aquellos que suben sus canciones de forma directa pero no llegan a las mil reproducciones a lo largo del año. Un circuito independiente que supone más del 80% del catálogo real.
Por su parte, Qobuz se acerca al mercado independiente o bien a través de las recomendaciones de sus propios expertos o desde las pequeñas distribuidoras que establecen relaciones de socios con los artistas y funcionan con un reparto de beneficios más equitativo (y mucho más modesto) que las discográficas de mayor tamaño. Con un cada vez mayor respaldo jurídico contra el pseudo-monopolio de algunas empresas musicales, los artistas sin el respaldo de una major acuden a Ditto Music o IMusician en Europa, TuneCore o CD Baby en Estados Unidos o DashGo para América Latina. Su adscripción a estas gestores integrales, que velan también por los derechos jurídicos de emisión, les permite no depender del número mínimo de escuchas que marcan las grandes plataformas de streaming en sus contratos dentro de la industria musical. El resultado, claro, es una oportunidad para abrir mundos para el oyente y una puerta cerrada para el tsunami de las IAs y el ruido blanco.
M.M.C.