Puccini total

JULIAN BUDDEN:
Puccini, su vida y sus obras. Traducción de Juan Lucas. Akal, Biografías. 2020. 500 páginas.
Julian Budden (1924-2007) fue un crítico y musicólogo inglés que consagró gran parte de su vida al estudio de algunos de los fenómenos más relevantes de la historia de la ópera del XIX y principios del XX. Es famosa su trilogía sobre las obras líricas de Verdi publicada a partir de 1973 por Oxford University Press, reeditada en 1983 y que actualizó en 1992 Clarendon Paperbacks. Un estudio profundo e imprescindible de más de 1.500 páginas que lamentablemente no ha sido publicado en nuestro país.
Afortunadamente, gracias a Akal, no ha sucedido lo mismo con este tomo dedicado a Puccini, que vio la luz en 2002 por voluntad también de la Editorial de la Universidad de Oxford. Ha tardado en llegar a España, pero aquí está por fin en una espléndida traducción de Juan Lucas, que cada día depura su labor y penetra en mayor medida en la sintaxis, el léxico, la construcción gramatical, el estilo y los modismos de aquello que vierte a nuestro idioma. De tal forma que podemos seguir sin problemas, con mínimos errores mecanográficos o expresivos, la manera, a veces coloquial, a veces narrativa, en ocasiones evocativa, casi nunca discursiva, no especialmente elegante ni florida, de la que hacía gala el escritor británico. El libro se lee fluida y fácilmente. Da la impresión de que hubiera sido el propio Budden el que se hubiera encargado de redactar el texto directamente en nuestro idioma.
La publicación tiene una estructura muy sencilla, aunque copiosamente poblada. Cada uno de los trece capítulos, excepto los dos primeros (Primeros años en Lucca, Estudiante en Milán) y el último (El hombre y el artista), de menor extensión, están centrados en las diez óperas del compositor. Y siguen un esquema muy sencillo y, a la postre, muy didáctico: contexto, relaciones, andanzas, amistades, hechos, conversaciones, aventuras amorosas, la conflictiva relación con la que finalmente sería su esposa, Elvira… Todo ello teñido y entremezclado con el comentario urgente en torno a composiciones menores y a otros aspectos de una vida bastante regalada y en general cuajada de éxitos. Y, sobre todo, afanosas prospecciones en busca de temas. En este apartado resulta especialmente reveladora y minuciosa la crónica de la historia que culmina con la elección del asunto de La fanciulla del West. Vaivenes, impresiones, periodos depresivos, luces que se encienden y se apagan.
Todo se explica con pelos y señales y se lee con agrado porque está expuesto de manera muy amena. Hallado, por fin, el sujeto, queda la larga, dificultosa, espinosa labor de escribir el libreto –más dudas, intentos, vueltas atrás, cambios, supresiones, añadidos… y luego, claro, ponerle música; elegir la forma, crear las melodías, encontrar el tono adecuado para servir psicologías, describir atmósferas, colorear, matizar, hallar la tímbrica idónea, los ritmos situacionales, el lenguaje, en no pocos casos novedoso y conectado con algunos de los avances que en el terreno de la armonía y de la modulación se estaban produciendo en la Europa musical de aquel tiempo. Porque Puccini era hombre de su tiempo y no dudaba de acercarse a compositores de la vanguardia de la época, como Schoenberg. Recordemos que asistió muy interesado al estreno en el Maggio Musicale Fiorentino del Pierrot lunaire (1924).
Se incide, como es lógico, en sus relaciones con personajes básicos y en los que se apoyó en varias ocasiones: el editor Giulio Ricordi en primer lugar, los libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, el dramaturgo y periodista Giuseppe Adami, el poeta y dramaturgo Gabriele D’Annunzio, el poeta, dramaturgo y libretista Ferdinando Fontana, el dramaturgo y libretista Giovacchino Forzano, el compositor –maestro suyo en Milán- Amilcare Ponchielli, la dama británica Sybil Seligman, el director Arturo Toscanini, con el que mantuvo un constante toma y daca… Por no mencionar más que a unos pocos.
Los análisis musicales, muy técnicos y precisos, nos van mostrando paso a paso, compás por compás, cómo se va edificando cada ópera, señalando con pasmosa exactitud la conexión de los motivos –en un empleo levemente emparentado con el trabajo del Leitmotiv wagneriano- y su coloración con el momento, la situación y, sobre todo, la psicología. Budden destaca de manera muy especial, entre otras cosas, la distinta forma de armonizar las ideas según se trate de mostrar una emoción u otra. Es lo que el biógrafo denomina el uso “prismático” de los motivos. Para lo cual el compositor juega, con pleno conocimiento de causa, en plenitud de todos sus poderes, con las técnicas más variadas, según sea el momento; lo que revela un oficio apabullante en busca siempre de la mayor economía de medios, en los que adquiere un papel principal la frecuente recurrencia a modular a la subdominante. En definitiva, y para que queda más claro, el motivo del Puccini maduro es como un prisma, que dispensa un color diferente según el modo en que se inclina. ‘Es un estilo operístico que excluía la larga meditación wagneriana; esto resultaba un enorme beneficio para la economía musical’.
El autor contempla con lupa todos los pliegues de cada pentagrama y ofrece exámenes exhaustivos, es cierto que no en todo momento fáciles de seguir y que convierten a las partituras en objetos de entomología extendidos sobre una mesa de operaciones dispuestos a que el bisturí penetre en ellos. Y lo hace, utilizando numerosos ejemplos pentagramáticos, con pasmosa direccionalidad y claridad, pegado además al discurrir dramático, a la situación, al gesto escénico, al argumento general. Demos un ejemplo en las siguientes líneas, referidas a unos instantes del primer acto de Turandot:
‘Aunque salpicado de filigranas cromáticas en una variedad de delicados matices, el núcleo musical permanece firmemente diatónico. En medio de voluptuosas novenas de dominante e inversiones de séptima el discurso se eleva de semitono en semitono hasta Fa mayor para ser traído bruscamente a Mi bemol cuando aparece la luna llena (…) Mediante una inspirada insistencia este mismo Re bemol se extiende en compases alternos a todo lo largo de la idea que sigue: la melodía folklórica china Mo-li-hua (La flor de jazmín), cantada por un grupo de niños que se acerca desde el fondo de la escena, doblada por dos saxofones y sostenida por acordes cantados por el coro a boca cerrada’.
De esta forma el compositor, nos lo explica así, con pelos y señales, Budden, nos va contando compás por compás el argumento de cada obra. Quizá esto pueda parecer a algunos en exceso meticuloso y detallado y por ende premioso y poco ameno. Pero estamos ante un libro que en este aspecto quiere ser analítico e ir a por todas, como sucedía en la mencionada trilogía verdiana del mismo autor, en la que, sin embargo, los elementos biográficos tenían mucha menos relevancia, centrándose casi en exclusiva en el examen exhaustivo de las 28 óperas del músico de Le Roncole.
No dejan de establecerse las relaciones de las óperas con otras obras del propio músico o con algunas provenientes de otras manos. Debemos consignar algunos detalles chocantes. Por ejemplo, que en los prolegómenos de la historia de La fanciulla del West, en los que apareció como uno de los posibles temas a ilustrar Una tragedia florentina de Oscar Wilde y que Puccini no acabó de ver claro, Budden no cite la ópera que sobre el asunto compuso Zemlinsky. O que, sorprendentemente, no analice más que muy por encima un aria de la importancia de Vissi d’arte de Tosca, ópera en la que tampoco da demasiada importancia al largo y envolvente tema que suena en la orquesta mientras Scarpia redacta el salvoconducto o, en la escena anterior, el famoso grito de Vittoria! de Cavaradossi.
Capítulo aparte merecen los amplios y detallados apéndices: Calendario, Lista de obras, Personalia, Bibliografía (Abreviaturas, Cartas y documentos, Biografía: vida y obras, Estudios musicales, Estudios iconográficos, Estudios bibliográficos, Estudios locales, Publicaciones especializadas, Obras). Y un Índice analítico. Todo lo cual ocupa nada menos que sesenta páginas. Hay que tener en cuenta que las del libro están bien pobladas: cuarenta líneas de setenta caracteres cada una.
Un texto, pues, imprescindible en un país en el que no había ahora mismo una buena biografía analítica de Puccini. La de Mosco Carner (al que cita en varias ocasiones Budden), editada por Vergara en Argentina en 1987, ha quedado algo anticuada y viene sin apéndices. Tampoco están entre nosotros libros analíticos de la obra del músico de Lucca, como los firmados por Spike Hughes (1959, 1972) o Charles Osborne (1981).
Para terminar recogemos estas palabras de Casella transcritas por el autor inglés: ‘Hay que decir que la fuerza principal de Puccini reside precisamente en ese maravilloso e infalible sentido de sus propios límites. Nunca se le vio emprender un trabajo que estuviera fuera del alcance de sus capacidades’. Y Budden concluye: ‘Por lo demás su sentido de la proporción entre los medios y los fines era absoluto. Su dominio del teatro lírico jamás vaciló. Ni siquiera Wagner lo supera en la integración de palabra, sonido y gesto en una acción que no deja de evolucionar’.
Arturo Reverter