¿Por qué Rachmaninov tenía las manos tan grandes?
El otro día me encontré una de esas viñetas que periódicamente aparecen en la web de la emisora británica Classic fm. Algunas son caricaturas graciosísimas de situaciones que los músicos se encuentran diariamente. Otras, como la que vi el otro día, son simplemente, muy curiosas, incluso intrascendentes. O igual no tanto. Se trata de un gráfico donde aparecen, por orden de estatura, de más bajo a más alto, una serie de compositores. Me resultó curioso comprobar lo bajitos que eran Grieg, Schubert, Ravel y Beethoven (todos por debajo de 1,60 m,) y las importantes estaturas de Dvorak (1,80), Liszt (1,83) y Prokofiev (1,91).
Hay que tener en cuenta que la estatura media de los humanos, cosas de la nutrición y demás, ha crecido (nunca mejor dicho) de manera considerable desde el siglo XVIII hasta nuestros días, y sobre todo en el siglo XX, de manera que “los bajitos” de la época en realidad eran simplemente “normalitos”. En la media, vaya. Pero la viñeta en cuestión, sobre todo, me trajo a la memoria algo que hace tiempo leí sobre Rachmaninov, que, con sus casi dos metros (1,98), era el más alto de la lista. Y ese sí que era alto de veras, porque lo sería incluso hoy (estatura media de los hombres algo por encima de 1,75 m.), pero en la época en que vivió (1873-1943), cuando la estatura media del hombre no superaba en mucho el 1,60, destacaba aún más.
Y todo podría una explicación. Incluso, tal vez, más de una. Al menos una explicación científicamente plausible y, de hecho, más que probable. Hay muchos escritos sobre las enfermedades padecidas por los grandes compositores. Algunas, como la sífilis de Schubert, la más que presumible dolencia vascular (posiblemente un aneurisma) cerebral de Mendelssohn, el alcoholismo de Mussorgski, las cegueras de Bach y Haendel (ambos ya en su vejez), la enfermedad mental (sobre la que no hay coincidencia diagnóstica) de Schumann, la demencia de Ravel o la endocarditis bacteriana de Mahler, son más o menos conocidas.
El caso de Rachmaninov, como siempre que se evalúa un caso a posteriori sin posibilidad de confirmación mediante necropsia o análisis, es solo presumible, y creo que probablemente menos conocido entre los melómanos. En diciembre de 1986, el Dr. D.A.B. Young publicó en el prestigioso British Medical Journal un artículo (https://www.bmj.com/content/bmj/293/6562/1624.full.pdf), titulado Rachmaninov y el Síndrome de Marfan, en el que repasa la posible explicación no solo a las grandes manos del compositor-pianista, sino a su mucho menos conocida elasticidad, y, de paso, a esa estatura excepcional.
El científico de Norfolk comienza citando al virtuoso pianista británico Cyrill Smith (1909-1974). Smith declaraba tener unas manos grandes, capaces de abarcar una duodécima (algo que, por otra parte, ya se conocía de Chopin, Liszt y, en tiempos más recientes, de Richter, entre otros muchos), pero decía que las de Rachmaninov eran “las manos más grandes que había visto nunca”, y que con ellas “cubría el teclado como si de tentáculos se tratara”. El mismo Smith declaraba ser capaz de ejecutar un acorde Do-mi bemol-sol-do y sol con la mano izquierda, pero se rendía ante la inverosímil elasticidad del ruso, que, según recoge el artículo, era capaz de ejecutar Do (con el índice) – mi-sol-do y mi (¡pasando el pulgar por debajo!).
Como señala Young, la citada e inhabitual digitación requiere más que una mano enorme. Requiere una mano con unos dedos de inusual longitud (el pulgar entre ellos) y de una elasticidad por completo excepcional. Ese paso del pulgar hasta un extremo imposible constituye, en su opinión, un signo conocido como “signo del pulgar”[1], que podría muy bien indicar que el compositor padecía el Síndrome de Marfan.
Más allá de la curiosidad o de que alguno, al leer esto, opine aquello de “pues tanto gusto”, la cuestión es que el tal síndrome podría explicar algunas cosas muy interesantes. Sin enrollarme en disquisiciones médicas, pero para situar el tema, les diré que el Síndrome de Marfan es una enfermedad hereditaria del tejido conectivo que afecta, como señala Young en su artículo, a uno o más de estos sistemas: esquelético, visual o cardiovascular.
Y miren por donde las características más llamativas de la afectación esquelética de esta enfermedad resultan bastante bien ilustradas en nuestro querido compositor ruso: crecimiento excesivo de los huesos largos (por ejemplo, el fémur), lo que redunda en una gran estatura y en una desproporción de miembros inferiores frente al tronco, y dedos de manos y pies desproporcionadamente largos y finos (aracnodactilia). La presencia de una cabeza alargada (dolicocefalia) y de una extrema elasticidad y laxitud de articulaciones y ligamentos es otra característica común. Es cierto que algunas otras, que Young también describe en su artículo, no están presentes, pero también lo es que, a menudo, no todos los pacientes de determinadas enfermedades presentan todas las manifestaciones de las mismas.
Young se extiende más tarde en explicaciones sobre la posible lesión ocular de Rachmaninov, e incluso explica la aparente ausencia (tampoco confirmada) de afectación cardiovascular por el hecho de que hasta un 40% de los pacientes con el síndrome de Marfan están libres de tal daño. Reconoce, en fin, como buen científico, que su hipótesis no deja de ser eso, una hipótesis, aunque sustentada en datos bastante obvios (las manifestaciones esqueléticas son obvias en fotografías) y desde luego plausibles. Un diagnóstico del síndrome hoy se basaría en pruebas cardiológicas, oftalmológicas y genéticas para identificar daños “mayores” (aórticos y en el cristalino). Sin embargo, lo cierto es que las manifestaciones “esqueléticas” de Rachmaninov coinciden con las del síndrome y no podemos descartar que, aunque sin hacerse evidentes (es decir, sin síntomas), otros sistemas estuvieran afectados.
Para enredar aún más la cuestión, veinte años despues, en 2006, los doctores Manoj Ramachandran y Jeffrey K. Aronson publicaron en la Revista de la Royal Society of Medicine británica (JR Soc Med https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1592053/) un breve artículo en el que refutan la hipótesis de Young justamente por la ausencia de algunas manifestaciones típicas del síndrome, concluyendo que, quizá, “Rachmaninov simplemente tenía las manos muy grandes”. Naturalmente, todo esto no deja de ser, como lo de Young, especulativo, dado que carecemos de las pruebas diagnósticas que permitan afirmar o desmentir la presencia del síndrome en cuestión.
Personalmente, la explicación de Ramachandran respecto a que el diagnóstico correcto hubiera podido ser acromegalia (enfermedad debida a la producción de gran cantidad de hormona del crecimiento) me parece poco plausible, porque las extensiones “inhumanas”, como la descrita al principio de este artículo, requieren, más que una mano grande, una elasticidad excepcional, propia de esa laxitud de articulaciones que sí se encuentra en el síndrome de Marfan y que ha sido postulada también para explicar similares elasticidades inverosímiles en otro gran virtuoso como Paganini.
Todo esto, como señala Young, no tiene nada que ver con las virtudes de Rachmaninov como compositor ni como pianista, pero sí podría explicar por qué algunas de sus escrituras pianísticas resultan realmente complicadas (por escribirlo de manera diplomática) para el resto de los humanos cuyo esqueleto no tiene tan extraordinarias (en la más estricta acepción del término) características. Ello, por supuesto, no evitará que los pianistas que tienen la suerte de no padecer el síndrome en cuestión sigan sudando tinta con sus acordes imposibles y que sigan haciéndose chistes sobre dichos acordes y la forma de ejecutarlos (los colegas de Classic fm tienen algunas caricaturas verdaderamente divertidas al respecto).
Rafael Ortega Basagoiti
[1] El signo del pulgar (signo de Steinberg) es positivo cuando la toda falange distal (la última, para entendernos) del pulgar aducido (es decir, doblado por debajo de la palma de la mano, “buscando” el nacimiento del meñique) se extiende más allá del borde cubital (el del meñique) de la palma.
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