PÉSARO / Recital de Sara Blanch: Maridaje entre lo conmovedor y el desparpajo lírico-ligero
Pésaro. Teatro Rossini. 17-VIII-2024. Sara Blanch, soprano. Alessandro Benigni, piano. Canciones y arias de ópera de Gioacchino Rossini, Vincenzo Bellini y Gaetano Donizetti.
Como ya avanzaba la nota de redacción, de los diversos “concerti di belcanto” que programa el Rossini Opera Festival en el coqueto teatro de la pesaresa Piazza Lazzarini destacó el de la soprano Sara Blanch, protagonista también de la cantata Il vero omaggio (15 de agosto) que el crítico abajo firmante no pudo presenciar.
Acompañada por el pianista Alessandro Benigni, la soprano de Darmós (Tarragona) planteó un recital vespertino de aires más íntimos, con presencia mayoritaria de canciones de Rossini, Bellini y Donizetti. Comenzó con una extrañamente lenta primera sección de la Canzonetta spagnuola “En medio a mis colores”, si bien luego se percibió la progresiva aceleración del tiempo y el ritmo, dando lugar a una certera alternancia entre un registro agudo fluido y un centro que va ganando progresivamente en cuerpo, lo que también se pudo apreciar en el “Mi lagnerò tacendo” nº 2, Bolero, en el que Blanch salió victoriosa de esos saltos de notas graves a otras más expuestas y viceversa. De Les Soirées musicales, cantó la pieza nº6, “La pastorella delle Alpi”, con divertidos efectos de folklore tirolés, en si toda una muestra de seguridad técnica apabullante, siempre exigible a toda lírico-ligera que se precie.
Las canciones bellinianas supusieron un muy interesante giro discursivo, pues Blanch ahí lució un legato y una homogeneidad que dieron el oportuno realce a la melancolía que impregna temas como “Il fervido desiderio”. Ariette como “Per pietà, bell’idol mio” y “Vaga luna, che inargenti” que a menudo son cantadas como meras piezas de calentamiento vocal en tantísimos recitales, cobraron nueva vida al insuflarles Blanch calidez y validez intrínseca, mostrando una loable capacidad de frasear con gusto, sin necesidad de cantar a plena voz, que reservó para más adelante.
De Donizetti escogió temas de los ciclos Nuits d’été à Pausilippe, “La connochia”, y de Soirées d’automne à l’Infrascata, concretamente “Amor marinaro” y “Amore e morte”. En ambos hizo gala de una sabia combinación de colores tanto en la zona central como en la aguda, resaltando la vivacidad rítmica de algunas de las piezas o entrando en esa pena que contiene “Amore e morte”, no en vano subtitulada “Odi d’un uomo che muore”. Blanch se reveló ahí como una elegante y musicalísima intérprete, lejos del alarde técnico de su habitual repertorio lírico-ligero más tarde abordado, como la cavatina “Fragolette fortunate” de Adina o el aria de Sofia de Il signor Bruschino “Ah voi condur volete… Ah donate il caro sposo”, en las que mostró buen gusto en las variaciones de las segundas secciones de cabalettas y dio entidad expresiva al recitativo y al aria, además de su soltura escénica, una de sus mejores bazas.
El pianista Alessandro Benigni tuvo un insólito momento de lucimiento con el solemne tema “Memento homo” del Volumen VII, Album pour les enfants dégourdies de los Péchés de Vieillesse, con sombrías notas a cargo de su virtuosística mano izquierda, mientras que con la derecha ofreció brillantes y arduos giros melódicos como contraste. Ese pasaje de tan trascendente reflexión se vio compensado más tarde con otro tema del mismo ciclo de pecados de vejez, “Une caresse à ma femme”, que revela la maestría compositiva de Rossini en la última década de su vida, en la que se percibe la influencia de autores románticos así como de su admirado Mozart. Benigni dio así un necesario respiro a la soprano que concluyó el programa con el aria de Fiorilla de Il turco in Italia “Squallida veste, e bruna”, donde se percibió algo de cansancio en la emisión, aunque Blanch con su entrega habitual supo salir airosa gracias a un virtuosismo que no le plantea dificultades. Terminó así un recital que maridó la sofisticación de temas muy conmovedores con el desparpajo de su repertorio lírico-ligero.
Los bises tuvieron sabor español. Primero, la fresca y segura romanza “Me llaman la primorosa” de la zarzuela El barbero de Sevilla, de Gerónimo Giménez y Manuel Nieto, donde deslumbró en las agilidades en las cadencias, aparte de demostrar el necesario gracejo. Y para terminar otra desenvuelta exhibición de técnica canora, velocidad, ejecución limpia de notas picadas y sobreagudos ligados y en “staccato” de la mano de la “Sevillana” de la opéra comique Don César de Bazán, de Massenet.
Josep Subirá
(fotos: Amati Bacciardi)