PÉSARO / L’equivoco stravagante: Comicidad bien servida por cantantes, orquesta y dirección actoral
Pésaro. Teatro Rossini. 21-VIII-2024. Maria Barakova (Ernestina), Nicola Alaimo (Gamberotto), Carles Pachon (Buralicchio), Pietro Adaíni (Ermanno), Patricia Calvache (Rosalia), Matteo Macchioni (Frontino). Coro del Teatro della Fortuna. Orquesta filarmónica Gioacchino Rossini. Director musical: Michele Spotti. Director de escena: Moshe Leiser y Patrice Caurier. Rossini: L´equivoco stravagante.
La reposición del montaje de Moshe Leiser y Patrice Caurier, estrenado en 2019 en el Vitrifigo Arena, se ha adaptado en este 2024 al coqueto y más íntimo Teatro Rossini y la verdad es que ha ganado con el cambio de sede, pues la trama buffa y doméstica de L’equivoco stravagante (Bolonia, 1811) gana en interés vocal, seguimiento de la acción y apreciación de muchos detalles escénicos.
A diferencia del Barbiere, con montaje de Pier Luigi Pizzi bastante neutro, aquí la comicidad de los descabellados giros del argumento quedó bien expuesta gracias al movimiento del enjambre de criados del campesino aburguesado, el partido sacado a sillas y dos o tres elementos de atrezo como una cuerda de ahorcarse que aparece en un momento dado y sobre todo por la dirección actoral que sacó oro de algunos intérpretes en momentos en los que la comicidad estriba en lo paródico del habla de personajes como Ernestina, su padre Gamberotto, el tenor amoroso Ermanno y el contraste fanfarrón e ignorante de Buralicchio. La pareja de criados, Frontino y Rosalía, son los que mueven los hilos para que la trama sea un divertimento con un final del todo imprevisto y extravagante. Todo delimitado por un doble marco, en el escenario y en el fondo, de un cuadro con vacas, que luego explica parte de la acción del segundo acto.
En el foso la Filarmónica Gioacchino Rossini, dirigida por un jovencísimo Michele Spotti, que a sus 31 años nos regaló una dirección burbujeante, brillante y segura en entradas y concertación, con el clave del recitativo acompañado perfectamente imbricado con el resto de instrumentos y sobre todo un solícito acompañamiento a los cantantes, en especial a los dos buffos, con arias repletas de canto silábico, exigente donde los haya. El coro del teatro de la Fortuna, dirigidos por Mirca Rosciani, mostró frescura y empaste en sus intervenciones como criados y soldadesca.
Maria Barakova fue una Ernestina eficaz, más mezzo que contralto, con un grave exiguo y un centro más corpóreo y un agudo suficiente, con todo no enfatizó mediante un fraseo más contrastado su pedante intelectualidad, su “filosofare”. Quedó un poco a medio camino de lo que podía haber llegado a ser de haber tenido una voz con mayor volumen y expresividad. El Ermanno del tenor Pietro Adaíni fue un tenor contraltino de manual, bella voz, no muy potente, perfecto en legato, seguro arriba y con un instrumento redondeado, muy grato al oído, que aprovechó bien sus arias “Sento da mille furie” y “D’un tenero amore”.
La soprano Patricia Calvache fue una Rosalía de espléndida caracterización, voz pequeña pero bien emitida y proyectada, con un aria de pertichina, “Quel furbanel d´amore” a la que sacó todo el partido necesario, así como en sus cortas intervenciones. El Frontino del tenor Matteo Macchioni fue todo un sorprendente hallazgo, no solo en su breve aria del segundo acto “Vedrai fra poco nascere” sino por sus dotes actorales, algo fundamental en roles buffos.
El barítono Carlos Pachon fue un Buralicchio muy fluido, que cantó su endiablada aria “Occhietti miei vezzosi”, cuya música es muy similar al aria de Slook de La cambiale di matrimonio (Venecia, 1810), con una apabullante y trabajada facilidad en el canto silábico, algo que también se dio en el quinteto “Speme soave” del segundo acto, que recuerda mucho a otro quinteto, en este caso del acto II de La pietra del paragone (Milán, 1812). Aunque es un personaje zafio e interesado, Pachon lo hizo risible y en cierta manera, otra víctima de los enredos del criado Frontino.
A pesar de la homogeneidad de sus registros y de su voz cuidada y bien llevada Pachon no pudo competir con el superlativo Gamberotto del barítono Nicola Alaimo, que desbordó el teatro por volumen, humor y dominio del genuino “buffonismo” rossiniano. Ya marcó terreno desde su cavatina “Mentre stavo a testa ritta” y en todas sus otras intervenciones, no solo vocalmente, a causa de su pletórico centro, agudo bien sostenido y unos graves rotundos, que cimentan una vocalidad generosa, sino también por su trabajo actoral, desde la expresividad de su cara y gestualidad, y todo sin cargar las tintas, mérito de la dirección de actores de Claudia Valeria Spogli.
En definitiva, un Equivoco stravagante de perfecto mecanismo cómico, donde hubo también lugar para exponer la aparente crítica social que motivó la intervención de la censura, por presentar un desertor del ejército y una parodia de los castrati, que, aunque ya se batían en retirada, aún había alguno en el candelero, como Gian Battista Vellutti, al que Rossini confiaría el rol titular en Aureliano en Palmira tres años después.
Josep Subirá
(fotos: Amati Bacciardi)