PÉSARO / Il barbiere di Siviglia: Atractivo vocal en un montaje demasiado previsible
Pésaro. Vitrifigo Arena. 18-VIII-2024. Jack Swanson (Almaviva), Carlo Lepore (Bartolo) Maria Kataeva (Rosina), Andrzej Filonczyk (Figaro), Michele Pertusi (Don Basilio), Patricia Biccirè (Berta). Coro Ventidio Basso. Orquesta sinfónica Gioacchino Rossini. Director musical: Lorenzo Passerini. Director de escena: Pier Luigi Pizzi. Rossini: Il barbiere di Siviglia.
La producción, estrenada en 2018, de Il barbiere di Siviglia firmada por Pier Luigi Pizzi (regiduría, escenografía y vestuario) y Massimo Gasparon (iluminación) fue repuesta en este 2024 con la presencia en el foso de Lorenzo Passerini. Siendo el título que marcó la pervivencia del pesarés en el repertorio internacional, la producción de Pizzi, con decorados totalmente figurativos y tradicionales, a pesar de esa omnipresencia del blanco y un vestuario estilizado en azul verdoso, negro y con las únicas notas de color del vestuario de Berta y Rosina y las capas de Bartolo y Almaviva en algunas escenas, tuvo en limitado interés visual, lastrado por una dirección escénica muy previsible. El uso de la pasarela que rodeaba el foso por los personajes en las segundas secciones de los números de conjunto a lo largo de dos actos, deambulando, persiguiéndose o paseando, acabó siendo muy cansina.
Otra constante del montaje fue la de ir desnudando a Fígaro, Lindoro en sus cavatinas y al criado Antonio en el aria de Berta, para lo cual no solo hay que tener forma física para quedar digno en calzones, sino estar pendiente de cantar con toda la complejidad de la escritura rossiniana y atento a quitarse la ropa y luego volverse a vestir. Que en los concertantes y quintetos tanto coro y solistas bailaran al ritmo del crescendo orquestal en el fondo de escenario y en la pasarela es un recurso ya muy manido. Lo que sería justificable en teatros de tercer o cuarto rango, en Pesaro suena a falta de ideas, aunque también es cierto que los embrollos de la trama dan para lo que dan y no permiten excesivas relecturas dramatúrgicas para algunos imprescindibles.
Orquestalmente hubo una lectura bastante aseada de la partitura, con un eficaz acompañamiento de los solistas. En la obertura se percibió una fluidez y brillantez encomiable de las diferentes familias orquestales, aunque trabajo tuvo el crítico para abstraerse del excesivo contorsionismo de Lorenzo Passerini, que se retorcía como si le estuvieran electrocutando. Ni era necesario ni parecía afectar a los instrumentistas. No hubo pues fallos ni tampoco una inspiración fuera de lo normal, así que se mantuvo durante toda la obra en una neutra pulcritud.
Los solistas tuvieron en general muy buen nivel, yendo de grave a agudo, destacó –y cómo– el Basilio del bajo Michele Pertusi, que aportó clase, brillantez y homogeneidad en su aria de la calumnia, así como en el resto de intervenciones, musicalísimo y con un frescor bien alejado de la tensión de roles más exigentes en repertorio verdiano. Tras una carrera en Rossini con primerísimos y complejos roles de ópera seria, su Don Basilio, lejos de ser un divertimento, fue un claro ejemplo de “quien tuvo retuvo”.
El bajo barítono William Corrò cantó un Fiorello de poco relieve aunque tuvo más empaque como actor. El Bartolo del bajo napolitano Carlo Lepore fue de menos a más y en los recitativos secos puso un deje especial con las erres, como si las hiciera “roulées”. Fonética aparte, estuvo muy suelto en los pasajes de canto silábico, entendiéndose todo, y acertado en su caracterización buffa sin cargar las tintas.
El Fígaro del barítono Andrzej Filonczyk fue muy brillante, bien proyectado, de impresionante volumen, aunque su fraseo resultó monótono por falta de variedad de coloración, dando pocos matices en una actuación que lo fía todo al olumen y al juego escénico, no en vano es el factótum de la trama con sus maquinaciones.
El tenor Jack Swanson (Almaviva), que empezó algo irregular en “Ecco ridente il cielo”, pues oscilaba entre una emisión muy en máscara, de tenor contraltino, con unas bajadas al centro, mucho más oscuro y denso, de “baritenor”. En cambio, en su aria “Se il mio nome saper bramate”, solucionó mejor el ensamblaje de esas dos almas y ya en el resto de la ópera, la fluidez se impuso y deslumbró en el rondó “Cessa di più resistere”, con una agilidad bien resuelta y la voz en todo momento bien colocada.
La Berta de la soprano Patricia Biccirè aportó una voz muy bien proyectada en su aria “Il vecchiotto cerca moglie” y se hizo escuchar en los concertantes, lo que revela una buena base y colocación de una voz aún brillante arriba, aunque el papel dé poco de sí. Maria Kataeva (Rosina) estuvo muy atenta a sacar partido a su sensual actuación. Vocalmente hubo ciertas notas graves con resonancias de pecho que comprometieron la deseable homogeneidad de la extensión de la voz. Muy chispeante en su dúo con Fígaro “Dunque io son” y pizpireta en “Contro un cor”, su “Una voce poco fa” fue algo más gris. Sin embargo, fue notable su dominio estilístico y variaciones en las segundas secciones de dúos y arias.
El coro Ventidio Basso exhibió un buen empaste, aunque su movimiento escénico fue algo ridículo a base de bailar los concertantes. En definitiva, un Barbiere visualmente nada del otro mundo, con un elenco que funcionó como un engranaje bien engrasado, aunque otra dirección escénica le habría sacado más partido.
Josep Subirá
(fotos: Amati Bacciardi)