PÉSARO / ‘Ermione’: Trío con mucho poderío vocal y escena olvidable
Pésaro. Vitrifigo Arena. 20-VIII-2024. Anastasia Bartoli (Ermione), Victoria Yarovaya (Andromaca), Enea Scala (Pirro), Juan Diego Flórez (Oreste), Antonio Mandrillo (Pilade), Michael Mofidian (Fenicio), Martiniana Antonie (Cleone), Paola Leguizamón (Cefisa), Tianxuefei Sun (Attalo). Coro del teatro Ventidio Basso. Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI. Director musical: Michele Mariotti. Director de escena: Johannes Erath. Rossini: Ermione.
Rossini definió a Ermione como su “ópera para la posteridad” y creía firmemente en su calidad a pesar del fiasco sin paliativos de su estreno en Nápoles a finales de marzo de 1819. Por ello parte de su música fue a parar a otras óperas posteriores. Sin embargo, resultó profético, pues desde 1986, cuando se reexhumó en Pesaro, es una ópera que ha revelado su valía y ha sido considerada una obra maestra, muy novedosa para su época, pero que a partir de un ropaje de tragedia lírica deudora de Gluck y Spontini, ya anuncia el paroxismo sentimental del romanticismo, además de sus innovaciones formales que debieron sorprender lo suyo en su estreno.
Ópera vocalmente cortada a medida de la compañía que Rossini tenía en Nápoles, sus tres roles principales se las traen. Ermione, de por sí ya es un rol dificilísimo por esos ariosos plagados de agilidad “di sbalzo”, con saltos de octava y pasajes de vehementes invectivas, requiere una cantante, una mezzo lírica de amplia extensión y capacidad para la coloratura si nos ponemos muy musicológicos, o una soprano que tenga cuerpo, agilidad y unos registros rotundos, que se adueñe de la escena y sea capaz de convertir su prolongada “gran scena” del segundo acto en un paseo triunfal por la variedad de situaciones anímicas por las que pasa.
Pirro es un baritenor que afronta no solo un amplio rango vocal, sino una tesitura muy elevada a la vez que debe dar notas con mucha fuerza, por su carácter heroico y a la vez apasionado. Tiene arias y dúos donde esos contrastes están a la orden del día y es un rol bastante “matador” que ha de afrontarse con inteligencia y arrojo.
Oreste es un tenor más lírico, sin tantos desafíos, pero cuyo canto es a veces muy declamatorio y tiene un carácter ya bastante protorromántico. En su aria y en el resto de intervenciones tiene que dejar bien claro su condición de rival y víctima de los manejos de Ermione.
Protagonismo especial tuvo la soprano Anastasia Bartoli, hija de la también soprano Cecilia Gasdia, protagonista de la primera grabación comercial (Erato) de la ópera. Pasión y temperamento no le faltan además de cuidar muy bien los ataques en sus intervenciones del primer acto, reservándose un poco para el comprometidísimo acto posterior. Con amplitud en centro, agudo potente y graves bien colocados y más que suficientes, su Ermione tuvo el realce y divismo necesarios, pues es un rol presto al desmelene que no admite medias tintas. Daba gusto encontrar una intérprete dispuesta a darlo todo, desde la autoconfianza de que saldría victoriosa.
Enea Scala afrontó con mucha valentía el rol baritenoril de Pirro, comprometidísimo donde los haya. No tiene Scala una voz elegante y pulida como Flórez, más bien una muy funcional pero perfecta para expresar la pasión que ciega al personaje. Arriesga y además sale airoso con una emisión segura arriba y con pasajes muy bien controlados, aunque aparentemente no lo parezca. Esa amplia extensión, con colores claros y a la vez oscuros y vehementes, marca del tenor Nozzari, fue llevada al límite por Scala. Es un tenor que lo da todo en escena y por tanto se le agradece ese entusiasmo. En su aria “Balena in man al figlio” y en sus dúos con Ermione y Andrómaca estuvo grandioso, al nivel esperado.
Juan Diego Flórez abordó muy juiciosamente el rol de Oreste, aunque al principio sus frases iniciales desde “Reggia abborrita” parecían algo apretadas, se fue soltando y ya dio muestras de su clase en “Che sorda al mesto pianto”. La belleza de su voz, pulida, sin aristas, perfectamente llevada, esa elegancia innata que tiene… todo eso sigue ahí y bien que lo plasmó, incluso en su tóxico dúo con Ermione “Vendicata! e di qual sangue…Tu il credesti!” no se amilanó y su fraseo tuvo esa fuerza precisa. Otra cosa es la potencia, ya menguante, sobre todo si la orquesta está desatada o hay un “tutti” con el coro, pero es que los años no pasan en balde para nadie.
La Andrómaca de la mezzosoprano Victoria Yarovaya resultó bastante matronal, algo que es muy idóneo para su personaje, pero vocalmente no tuvo ese fulgor y atractivo concebido por Rossini para una voz densa y mórbida. Sombría sí, pero brillante más bien poco. Pudo haber sacado más partido a sus intervenciones, aunque con el poderío del trío antes comentado, era difícil.
Interesante el Pilade del tenor Antonio Mandrillo, muy contraltino él y con más cuerpo lírico el Attalo de Tianxuefei Sun, que tuvo una muy buena proyección, rasgo que compartió con el Fenicio del bajo barítono Michael Mofidian. La Cefisa de la mezzosoprano Paola Leguizamón y la Cleone de la soprano Martiniana Antonie cumplieron sin más sus papeles de confidentes de Andrómaca y Ermione respectivamente, más que nada por su labor de apoyo.
La dirección orquestal de Michele Mariotti, al frente de la sinfónica de la RAI, fue muy personalista, desde una lentísima obertura con coro intercalado “Troia! Qual fosti un dì”, con algún desajuste en entradas de algún viento, pero luego cobró vuelo, aunque la elección de algunos tempi fue bastante arbitraria. Se diría contagiada de la misma ansiedad que los personajes principales, precisamente fue en los concertantes y en el segundo acto donde estuvo más acertado, subrayando la psique desquiciada por la venganza de Ermione y Oreste. Ahí estuvo Mariotti genial, además de la transparencia que imprimió a una orquestación densa y que debía ser controlada para no tapar a algunas voces.
El coro del teatro Ventidio Basso, que tan bien había estado la noche anterior en Bianca e Falliero, en cambio estuvo muy alicaído, con frases que casi remitían a un conjunto de cámara en vez de una ópera de puro “bel canto”.
Dejo para el final la olvidable escenografía, firmada por Johannes Erath, con una estética bastante feísta y personajes salidos de un botellón punki, con unas evoluciones de Cupido vacuas y poco comprensibles. Con una escena dominada por unas escaleras, unos marcos luminosos con mucha presencia lunar y sobre todo unas proyecciones de la sala del teatro Rossini de Pesaro que solo tuvieron cierta adecuación con la trama en el finale primo, era fácil distraerse. Más valía concentrarse en el poderío vocal de los solistas principales que sí fueron a favor de la música y drama de este “capolavoro” rossiniano que es Ermione.
Josep Subirá
(fotos: Amati Bacciardi)