PÉSARO / Bianca e Falliero: Una Bianca sobrada y medio Falliero
Pésaro. Auditorio Scavolini. 19-VIII-2024. Nicolò Donini (Priuli), Dmitry Korchak (Contareno), Giorgi Manoshvili (Capellio), Aya Wakizono (Falliero), Jessica Pratt (Bianca), Carmen Buendía (Costanza), Claudio Zazzaro (Oficial/Ujier). Coro del teatro Ventidio Basso. Orquesta sinfónica nacional de la RAI. Director musical: Roberto Abbado. Director de escena: Jean-Louis Grinda. Rossini: Bianca e Falliero.
Gran interés merece la programación de Bianca e Falliero (Milán, 1819) en el Rossini Opera Festival, ausente desde 2014. Ópera bastante convencional en trama y arquitectura musical, tiene una larga obertura en tres secciones: Allegro vivace, andantino y allegro vivace. El primer movimiento será más adelante empleado en Le siège de Corinthe (París, 1826), el segundo proviene de La donna del lago (Nápoles, 1819), y el crescendo y la cadenza derivan de Edoardo e Cristina (Venecia, 1819). Con dos largos actos, a la espera del consabido lieto fine, cuenta con una distribución vocal análoga a la de Tancredi (1813): un héroe militar asignado a la voz de contralto, una soprano que es la joven atrapada entre su amado y la voluntad de su padre, rol confiado a un tenor y un pretendiente de voz grave, en este caso un bajo.
Su convencionalismo se ejemplifica en el recurso a un finale secondo con un rondó para soprano, cuya música proviene tal cual de La donna del lago. Hay coros breves, arias bipartitas o tripartitas, un finale primo que empieza como dúo, sigue como trío y luego evoluciona a quinteto con coro, luego sexteto con coro y así hasta llegar a un gran concertante, además de contar en el segundo acto con un cuarteto famoso en forma de falso canon, “Cielo, il mio labbro inspira” y numerosos y largos dúos amorosos y de confrontación precedidos de recitativo seco que deviene acompañado.
El título de la obra, Bianca e Falliero, alude a una pareja formada por soprano y mezzocontralto, una tipología que encarnó la primigenia Carolina Bassi y que en nuestro tiempo ha contado con voces como Marilyn Horne o Daniela Barcellona en disco y en el propio Rossini Opera Festival. En estas funciones de 2024, Falliero ha sido cantado por la mezzosoprano lírica Aya Wakizono, ya presente en 2023 en Edoardo e Cristina. ¿El problema? Un registro grave mínimo, con lo que el necesario contraste entre una joven enamorada, Bianca, y un caudillo militar, Falliero, casi quedaba en romance lésbico a nivel de la diferenciación vocal. ¿Significa eso que cantó mal? En absoluto, pues Wakizono, si nos atenemos al legato, a la brillantez arriba, a las dinámicas y al fraseo, cumplió con creces en sus extensas dos arias, dúos y otras escenas de conjunto y fue una de las intérpretes vitoreadas por el público asistente, pero como me dijo en el descanso un aficionado costarricense muy habitual en el festival “¿dónde está una Horne?” Mi respuesta fue “Aquí, seguro que no”. Esa ausencia de rotundidad en la zona media y grave de la voz lastró estilísticamente la ejecución de Wakizono, a pesar de las ovaciones que se llevó.
El resto del reparto sí que rindió como se esperaba musicológicamente, empezando por la Bianca de una espectacular Jessica Pratt. La australiana sigue la senda, aunque con voz más clara en centro y mejor dicción, de su eximia compatriota, Joan Sutherland. Pratt va sobrada de potencia en los agudos que se expandían por el auditorio, posee un centro corpóreo y flexible y alguna nota grave con entidad, tiene un estilo impecable con variaciones en las cadencias, interpolaciones de fantasía y un dominio deslumbrante de los reguladores del sonido. En arias, rondó final y dúos con Falliero y Capellio y escenas de conjunto ofreció un áureo “bel canto”. Que siga así por muchos años.
No quedó a la zaga el Capellio del tenor Dimitry Korchak, ganador del Concurso Viñas de 2004 y otra voz fuera de serie, pues fue capaz de acentos muy líricos y a la vez demostrar una potencia desde un centro amplio y seguro agudo, de proyección y firmeza en la emisión impecables. Capaz de hacerse oír en los concertantes y en las luchas con su hija en el registro agudo, fue un ejemplo de tenor rossiniano ideal para el repertorio serio, antes de que esos roles fueran confiados a voces más graves en compositores posteriores. Un lujo que le sitúa en el podio de los mejores tenores rossinianos de la actualidad y en plenitud de facultades, cuando la mayoría siguen muy contraltinos o bien están ya en roles de baritenor o en evolución a hacia otros repertorios.
El rival amoroso de Falliero, el joven patricio Contareno, fue confiado al bajo georgiano Giorgi Manoshvili. Con un instrumento de ésos, corpóreos y rotundos, que ha dado su país, al principio de la obra mostró que su voz está más hecha para un repertorio verdiano, no en vano pronto debutará el Attila en el Regio de Parma, ya que la agilidad le costaba un poco, si bien luego fue mejorando, una vez fue avanzando la obra. Con un fraseo escultórico en la línea de bajos flexibles y sonoros del Cáucaso europeo, si hubiese sido posible prestarle parte de su rotundidad en el grave a Wakizono, aún iría sobrado de medios. Bajo pues a tener en cuenta. Correcta la Costanza de la soprano Carmen Buendía, aunque ante una Jessica Pratt es muy difícil destacar si la parte es de comprimaria.
El coro Ventidio Basso estuvo muy acertado e impulsado desde el foso por Roberto Abbado que fue otro de los merecidos triunfadores de la noche. Ya desde la obertura se percibió que nos iba a dar muchas alegrías, no solo por la vivacidad sino por la firmeza y transparencia del sonido conseguido, prueba de ello las maderas con unos obbligati de flauta en el segundo acto deslumbrantes. La sinfónica nacional de la RAI es una orquesta que se reserva en Pesaro para los grandes “operone” y la verdad es que estuvo a la altura de su fama de la mano de Roberto Abbado.
La producción firmada por Jean-Louis Grinda empezó desbarrando un poco con una pantalla ofreciendo imágenes de bombardeos que diría correspondían a nuestra Guerra Civil, aunque muy pronto desapareció afortunadamente para mostrar unos plafones monumentales con mapas del Adriático veneciano y escenas domésticas, y unos bloques que lo mismo eran un estrado para juicios y dúos y tríos que una separación de espacios a modo de paredes. El coro y la figuración deambulaba en los espacios que delimitaban esos paneles en movimiento. El vestuario, a cargo de Rudy Sabounghi, mezclaba elementos diversos, desde togas de jueces europeos, uniformes históricos del Dux véneto y vestuario de los años 50 del siglo pasado.
Cuando el foso y la vocalidad están inspirados, el éxito está asegurado, aunque la escena falle un poco, pues hoy en día los espectáculos redondos en todos los aspectos escasean.
Josep Subirá
(Fotos: Amati Bacciardi)