PERALADA / Emotivo homenaje a Josep Carreras
Peralada. Auditorio. 3-VIII-2022. Josep Carreras, tenor. Martina Zadro, soprano. Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Director: David Giménez. Obras de Massenet, Tosti, Verdi, Martínez Valls, Grieg, Shostakovich, Satie, Gounod, Leigh, Derevitsky, Valente, Délibes, Gardel, Llach, Khachaturian, de Curtis, Léhar y Cardillo.
Cumplidos (el pasado 5 de diciembre) los 75 años, es más que justo que el tenor catalán Josep Carreras recibiera un homenaje del Festival de Peralada. Carreras se ha subido ocho veces al escenario gerundense; la primera en 1985, aún no nacido el festival, y las siete restantes dentro del mismo certamen que ahora le rinde cumplido testimonio de cariño y admiración. Se han contado actuaciones para el recuerdo, como la Medea de 1989 con Caballé o el Sansón y Dalila de 1990, por no hablar del emotivo recital de 1988, el primero concierto público que el de Sants diera tras salir airoso en su lucha contra la leucemia.
Momentos todos que fueron recordados en un emotivo video emitido en las pantallas a ambos lados del escenario al principio de la segunda parte, justo antes de que la presidenta de la Fundación Castillo de Peralada, Isabel Suqué Mateu, entregara la medalla de honor del festival al tenor. Momentos que sirvieron también para recordar el poderoso caudal vocal que entonces poseía. Momentos, en fin, que sirvieron para alentar el ya para entonces perceptible entusiasmo de un público entregado.
Hace unos días declaraba Carreras, que volvía al festival de Peralada tras 22 años de ausencia, que consideraba que su instrumento vocal está aún “en condiciones suficientemente buenas para exponerlo en público”. Eligió para esta ocasión (sus propias palabras) “un repertorio amable, con un poco de ópera, canción catalana y napolitana”, apuntando que le gustaba “cantar en este tipo de citas veraniegas, con otro tipo de público”.
El entregado respetable que llenaba anoche la explanada del auditorio de Peralada inundó al tenor con toneladas de cariño y admiración, en creciente expresión de encendido entusiasmo. En esta atmósfera, poco parecieron importar la amplificación (herramienta que, sin duda, distorsiona el balance natural de lo que llega desde el escenario) o el hecho de que, por lógica natural y a pesar de lo declarado por el cantante, el instrumento vocal no es, faltaría más, el de antaño. La voz, en efecto, ya no corre como antes, ni las notas se colocan con igual seguridad, y el amplio vibrato a menudo enturbia la precisión de la entonación. El arte, la expresión y la entrega siguen ahí, claro está, pero los años, y los complicados trances de salud, tienen sus lógicas consecuencias, incluso aunque el color, algo oscurecido, mantenga parte del brillo de antaño.
Se entiende bien, por tanto, que Carreras optara por ese repertorio amable, de exigencia vocal no especialmente grande, donde lucieran con más facilidad sus cualidades actuales. El tenor ofreció a solo ocho de las dieciocho piezas programadas, en concreto L’ultima canzone de Tosti, Les neus de les montanyes de Martínez Valls, T’estim de Grieg, The impossible dream de Mitch Leigh (perteneciente a la banda sonora de El hombre de La Mancha), Serenata Sincera de Derevitsky, Passione de Valente, El día que me quieras de Gardel y Core’n grato de Cardillo, más dos a dúo con la soprano croata Martina Zadro (Zagreb, 1973), en concreto Je te veux de Satie y Non ti scordar di me de Ernesto de Curtis. Para la anunciada Un núvol blanc de Lluis Lach, el tenor estuvo acompañado (no anunciado previamente) por la joven Mariona Escoda (Valls, 2001), reciente ganadora del talent show catalán Euforia.
Por su parte, Zadro se encargó de cuatro piezas a solo (más los mencionados dúos con Carreras): el Bolero de I vespri siciliani de Verdi, la conocida aria del espejo del Faust de Gounod (Ah! je ris de me voir si belle en ce miroir), Les filles de Cadix de Délibes (que el día anterior escuchábamos a Yoncheva) y Meine lippen sie kussen so heiss de la Giuditta de Léhar. La orquesta, en fin, tuvo sus tres momentos con la Navarraise de Le Cid de Massenet, el conocido segundo Vals de la Jazz suite de Shostakovich y el Adagio del ballet Spartacus de Khachaturian.
Procede poner el énfasis en la expresión, entrega y sabiduría escénica de Carreras, por encima de precisiones en cuanto a la prestación vocal que, en el contexto de este homenaje, y con amplificación mediante (que además sufrió algunos ramalazos de molesto y bien audible acoplamiento durante la primera parte), quizá no resulten oportunos.
La croata Zadro parece (de nuevo con el matiz de la amplificación) poseer un instrumento capaz en la extensión y solvente en la línea de canto y expresión, y sus interpretaciones de las páginas de Gounod y Delibes fueron, en materia estrictamente vocal, probablemente lo mejor de la noche. Escoda, por su parte, se desempeña en otro género musical, pero la voz se antojó cálida y con buena línea de expresión. Correcto, sin especial brillo, el trabajo de la orquesta, dirigida (siempre de memoria) por David Giménez, sobrino del tenor. De las tres piezas orquestales, fue probablemente la Navarraise de Massenet que abrió el recital, la más afortunada, pese al no especialmente preciso ataque inicial.
En este clima de homenaje y protagonismo absoluto del tenor (de hecho el programa no se conoció públicamente hasta poco antes del concierto, aunque es evidente, por las declaraciones antes mencionadas, que estaba decidido tiempo antes; no es quien suscribe partidario de este tipo de planteamientos, y así lo he expresado en otras ocasiones, pero si hay momentos en que es más disculpable, son aquellos en los que se rinde un sentido homenaje a un intérprete querido y admirado, como era el caso), el entusiasmo del público fue a más. Por añadidura, Carreras ofreció lo mejor justo en el final del concierto, en la canción de Cardillo, con una presencia y energía y un agudo final de una firmeza que no había aparecido hasta entonces.
El éxito fue, como parecía previsible en una atmósfera de tan sentido cariño, colosal, hasta el punto de que el sonoro y masivo pateo provocó la concesión (dejaron a Sokolov en mantillas) de ¡ocho propinas!, en concreto las siguientes: Chitarra Romana de Eldo Di Lazzaro (Carreras), I could have danced all night, del musical My Fair Lady (Zadro), La Mare de Dyango (Escoda), O sole mio (Carreras), Paraules d’amor de Serrat (Carreras y Escoda), para culminar con My way (Carreras) y el brindis de La traviata (Carreras y Escoda). Cuando llegó esta última, la temperatura era ya tan alta que los aplausos arrollaron pese a las evidentes limitaciones de la voz. Entusiasmo y cariño a raudales, en un sentido y justo homenaje. Procede quedarse con eso.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Miguel González)