PERALADA / Apabullante recital de Lise Davidsen
Peralada. Iglesia del Carmen. 4-VIII-2022. Lise Davidsen, soprano. Sophie Raynaud, piano. Obras de Wagner, Brahms, Weber, R. Strauss, Verdi, Grieg, Kálmán y Gershwin.
Guardo aún en la memoria los ecos del extraordinario recital de la noruega Lise Davidsen (Stokke, 1987) en enero de este año en el Teatro Real, y he tenido el privilegio de asombrarme de nuevo en el ofrecido ayer en el Festival de Peralada. Felizmente, Davidsen ha recuperado este esperado evento, previsto para el año pasado y cancelado por las restricciones impuestas por el gobierno alemán para el covid, que hacían imposible compatibilizar en el tiempo el concierto con su presencia en Bayreuth para cantar los papeles de Elizabeth (en la controvertida producción de Tannhäuser de Tobias Kratzer, que también se repite este año) y Sieglinde (para Die Walküre, el año pasado en la producción de Hermann Nitsch, este 2022 en la abroncada y accidentada propuesta escénica de Valentin Schwarz).
Y fue justamente con una arrolladora lectura del aria de Elizabeth Dich teure Halle con la que dio comienzo el recital, con Davidsen bien acompañada al piano por la francesa Sophie Raynaud. Aria del principio del segundo acto, en la que Elizabeth dice ¡Te saludo de nuevo, querido salón de canto! Lo comentó la noruega que, como en Madrid, ofreció a lo largo del recital varios sentidos parlamentos en los que reiteró su agradecimiento y su alegría por cantar en España: la iglesia quizá no era el marco ideal para un aria como esa. O quizá para una voz de tan grande resonancia. El caudal vocal de Davidsen es de tal calibre que la reverberación del templo impresionaba, pero también sostenía el sonido, de forma que, sobre todo en los pasajes rápidos, se dificultaba la nitidez de lo que venía después de un agudo emitido con decisión y firmeza. Dio igual. La interpretación ya dejó boquiabierto al público. El huracán Davidsen había comenzado.
Pero Davidsen, además de ese volumen, tan grande como su estatura, maneja a las mil maravillas matices y reguladores, y supo cautivar al público con sus muchos recursos de expresión. Tras el apabullante comienzo wagneriano, tres lieder de Brahms: Auf dem Kirchhofe op. 10 nº 4, Da unte im Tale WoO 33 nº 6 y Von ewiger liebe op. 43 nº 1. Puede haber quien opine que la de Davidsen es una voz demasiado grande para Brahms, pero el excelente lirismo desplegado por la espigada noruega rápidamente apaga cualquier reticencia. En la última de las canciones brahmsianas desplegó una variedad de matices, desde la más sutil poesía a la más encendida pasión, realmente envidiable.
Weber, después. La conocida aria de Agathe Leise, leise, un papel que Davidsen tiene ya en disco (dirigido por Marek Janowski, Pentatone), llegó en una interpretación emocionante, que nuevamente combinó la delicada melancolía del inicio con la exaltada pasión del final, en la que solo la traicionera reverberación del templo perjudicó la claridad de articulación de cantante y pianista. En cualquier caso, arrolladora interpretación la suya.
Otro de los pilares de Davidsen, Richard Strauss, a continuación. Los tres ofrecidos ayer los cantó también en Madrid (bien que en un marco mucho más grande y menos reverberante): Zueignung op. 10 nº 1 (que en Madrid fue la primera de las propinas), Ruhe, meine Seele op. 27 nº 1 y Morgen! op. 27 nº 4. Llegó con expresiva delicadeza la poesía del primero, sutileza inicial y gran efusión posterior en el segundo, y exquisita melancolía el tercero, que contó con una preciosa contribución de Sophie Raynaud desde el teclado. Toda una demostración de que Davidsen no es solo tremendo volumen y apabullante presencia vocal, sino una voz de gran belleza manejada con una riquísima panoplia de recursos expresivos.
Volvió a Wagner, su otro papel (de momento), para cerrar la primera parte: “Du bist der Lenz” de la Sigliende de Die Walküre, llegó con la contagiosa pasión que la música contiene y que Davidsen transmite de manera formidable. Apabullante.
La segunda parte cambió por completo el panorama, para centrarse en Verdi, Grieg, Kálmán y Gershwin. Vieni t’afretta del Macbeth verdiano llegó con poderío e intensidad, aunque quizá el de Busseto hubiera buscado un timbre más oscuro aún. Con todo, la noruega puso toda la maldad en el asador para hacernos llegar una lectura de contagiosa intensidad. Pese a las dificultades citadas de la reverberación supone, Davidsen pudo con todo, manejando con maestría reguladores y matices, y colocando como si tal cosa un imponente do sobreagudo en el tramo final.
Cambio de clima, con parlamento introductorio, como hizo en Madrid, para una muestra de su adorado Grieg. Las cuatro canciones ofrecidas también sonaron en la capital: tres de la op. 48 (Grüss, Zur Rosenzeit y Ein Traum) y la novena de la op. 33, Ved Rondane. Si en Verdi nos llegó con una intensidad dramática arrolladora, en Grieg nos ganó la poesía, la delicadeza, la media voz y la expresión del mejor lirismo.
La voz de Davidsen reiteró su registro más delicado en una estupenda traducción del Ave María del Otello verdiano. Los resultados ofrecen poca discusión. Un perfecto dibujo de la congoja angustiada de Desdémona. Exquisitos pianissimi, culminados en un La agudo cerca del final verdaderamente estremecedor.
Nuevo cambio de atmósfera, esta vez para una exultante, festiva y sonriente traducción de Heia, Heia in dem Bergen, el aria de Sylva en Die Csárdásfürstin, la opereta de Emmerich Kálmán. Arrolladora, con un entusiasmo contagioso y un derroche vocal y de expresión que terminó de encandilar (por si no lo estaba ya suficientemente) al público, que se sumó en alguna fase a las palmas de la soprano.
Y la más conocida aria de Gershwin, Summertime, para cerrar el recital. Impecablemente cantada y sentida, aunque quizá se echara de menos algo del singular idioma que encierra esta música y que cantantes como Jessye Norman nos hicieran llegar con tan especial emoción.
El éxito fue, desde el principio, colosal. Davidsen ofreció una primera propina inesperada: el Vissi d’arte pucciniano, de emocionante dramatismo, espeluznante en muchos momentos, aunque a más de uno le parecerá que la voz tiene demasiado peso para el papel. Pero es difícil resistirse a esa gama de contrastes y a esos reguladores precisos que destilan una emoción contagiosa.
Un nuevo retorno a Grieg, para la segunda canción de su op. 33: Letzte frühling, delicada, sutil, llena de nostalgia y añoranza, sencilla y emocionante por parte de Davidsen y de Raynaud, otra vez ejemplar en esta última propina. Davidsen nos impresionó en enero con su apabullante voz, sus enormes recursos expresivos y su pasmosa madurez artística. Ayer, en Peralada, volvió a hacerlo. Una maravilla de principio a fin. Ojalá vuelva pronto. Y ojalá haya oportunidad de escucharla por estos lares en alguna ópera wagneriana, a ser posible sin extravagancias escénicas.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Toti Ferrer)