PEÑÍSCOLA / Harmonia del Parnàs y el espíritu del Papa Luna

Peñíscola. Castillo del Papa Luna. 4-VIII-2021. 26º Festival Internacional de Música Antigua y Barroca de Peñíscola. Belén Roig, soprano. Justo Sanz, chalumeaux. Harmonia del Parnàs. Directora, clave y órgano: Marian Rosa Montagut. Obras de José I, Caldara, Vivaldi y Conti.
De alguien que da muestras de tenacidad o de perseverancia (e, igualmente, para lo malo, de terquedad) se dice que se mantiene ‘en sus trece’. La frase tiene que ver con el papa —más bien, antipapa— zaragozano Benedicto XIII, conocido como el Papa Luna (supongo que la fama de cabezonería que pesa sobre los aragoneses tiene también algo que ver con este hombre). Benedicto XIII ejerció su pontificado en Aviñón durante el Cisma de Occidente y se negó a renunciar a él, recluyéndose luego en el Castillo de Peñíscola —desde donde combatió sin cesar a sus muchos enemigos— y sosteniendo hasta el final de sus días que era el único y legítimo pontífice —en aquel momento llegó a haber hasta tres papas a la vez—. Pues bien, quizás imbuidos del espíritu de Benedicto XIII, los integrantes del grupo Harmonia del Parnàs se mantuvieron en ‘sus trece’ en el concierto que ofrecieron anoche en el Castillo del Papa Luna y que transcurría muy bien hasta la penúltima obra, cuando se desató de repente una tempestad en forma de viento que hizo pensar en la suspensión.
Los conciertos estivales al aire libre le añaden un encanto especial a la música, máxime si tienen como escenario un edificio tan emblemático como este castillo de Peñíscola. Pero la lluvia, el frío o, como en este caso, el viento pueden dar al traste con todas las previsiones. Acababa de cantar la soprano Belén Roig el aria de Antonio Caldara Soffirò pene e tormenti (en este caso, más que tormentos fueron tormentas), cuando una especie de huracán empezó a hacer volar partituras y atriles. Músicos y miembros de la organización se afanaban en recuperar lo que el viento se estaba llevando, pero no había manera. Algunas hojas de las partituras alcanzaban tal altura que quien más y quien menos pensó que acabarían en el mar. Tras casi un cuarto de hora de caos atmosférico, volvió una relativa calma y Harmonia del Parnàs pudo afrontar la última obra del programa (con la colaboración del personal de la organización, que hubo de sujetar los atriles): unos fragmentos de una cantata de Francesco Bartolomeo Conti titulada Fra queste umbrose piante, que sonaba por primera vez en tiempos modernos. Eso sí, con las partituras cosidas a los atriles con pinzas de tender la ropa. La cantante, en cambio, no parecía estar preocupada por el viento, ya que afrontó el largo recital (hora y media de duración) completamente de memoria. Aún tuvieron valor para ofrecer una propina (el aria Con cento e cento baci de la ópera vivaldina La verità in cimento) y un bis (un arreglo espectacular para chalumeau del Cum deretit del Nisi Dominis asimismo de Vivaldi).
Roig y el chalumeau (mejor dicho, los dos chalumeaux) de Justo Sanz fueron el eje sobre el que pivotó este programa, con obras de cuatro compositores que tuvieron en común el haber trabajado en la corte vienesa de los Habsburgo: los mencionados Vivaldi, Caldara y Conti, y el propio emperador José I. Aunque, claro, este último no ‘trabajó’ como músico, sino que ejerció de diletante, al igual que antes lo había hecho su padre, el emperador del Sacro Impero Romano Germánico Leopoldo I. Los dos fueron talentosos compositores y los dos desarrollaron un gusto por instrumentos infrecuentes como el salterio, el pantaleón (así llamado porque su inventor, a principios del siglo XVIII, fue Pantaleon Hebenstreit), el trombón o el chalumeau. Fuera de Viena, el chalumeau sonaba más bien poco, aunque Vivaldi lo empleó en su oratorio Juditha Triumphans y en alguna ópera; y aunque después varios músicos germanos —principalmente, Christoph Graupner y Georg Philipp Telemann— elaboraron un buen número de conciertos y suites orquestales para este instrumento.
No hay, por tanto, mucha literatura musical para el chalumeau (que en español se denomina salmoé, aunque pretender utilizar el término español en lugar del extendido francés resulta a estas alturas una causa perdida) y, como consecuencia de ello, tampoco hay muchos especialistas en nuestros días (me quedó con el formidable clarinetista Christian Leitherer antes que con el flautista Giovanni Antonini, fundador y director de Il Giardino Armonico, quien últimamente le ha cogido gusto a eso de tocar el chalumeau).
Justo Sanz, titular de clarinete en el Conservatorio de Madrid y, durante largos años, primer clarinete de la ORCAM, es un formidable salmoísta (chalumeauísta suena peor, dicho sea de paso), y anoche volvió a dejar evidencia de ello. El sedoso y delicado sonido del chalumeau tiene mucho de mágico en las manos (y en los labios) de Sanz. Se le ve disfrutar sin límites cuando lo toca, y ese disfrute se contagia al público e, igualmente, a sus compañeros de grupo. Resulta gratificante que la música no sea solo la profesión sino también la vocación de algunas formaciones camerísticas que, como Harmonia del Parnàs, se esfuerzan en dar lo mejor de sí mismas en todas y cada una de las notas, y no porque lo demande su oficio, sino también por ese componente lúdico que jamás debería faltar en alguien que se dedica a la música.
Dirigidos desde el clave —y el órgano— por Marian Rosa Montagut, los componentes de Harmonia del Parnàs dieron lo mejor de sí mismos e, imbuidos por el espíritu del Papa Luna, superaron contra viento y marea cualquier adversidad. Sería una injusticia mayúscula no resaltar como es debido la actuación de la joven soprano valenciana Belén Roig, más allá del mérito que supone afrontar todo un recital —con alguna obra inédita y con otras muy poco frecuentadas— de memoria. Reúne excelentes cualidades: tiene una voz hermosa, atesora técnica y, sobre todo, nunca deja de estar en estilo, algo que, en los tiempos que corren, es muy de agradecer. Conviene apuntar bien este nombre.
Eduardo Torrico