Pavarotti vuelve al cine
Pavarotti. Documental, 2019. Dir.: Ron Howard. (1 hora, 54 minutos) / Estreno en España: 3 de enero
Como antaño lo había sido Enrico Caruso, Luciano Pavarotti disfrutó del estatus de estrella ‘italiana’ del Met neoyorkino, aunque compartido en buena medida con su colega ‘latino’ Plácido Domingo. Y, tal como aquel napolitano mítico rodara en 1918 un filme mudo (My cousin, de Edward Jose), en 1982 su sucesor estrenó –sin demasiado éxito- su personal aportación al celuloide: Yes, Giorgio. Realizada a la manera de las clásicas películas protagonizadas por un cantante ópera (recordemos las de Mario Lanza) por Francis J. Schaffner (el de El planeta de los simios y la oscarizada Patton), trataba de la superación profesional de un tenor tras una tormentosa función en la que el cantante fue incapaz de alcanzar las notas más agudas de su registro, causándole un angustioso trauma. El personaje de Giorgio Fini, simpático, amable, bonachón y amante de la vida y sus placeres era un trasunto del propio Pavarotti, quien además se mostraba desenvuelto como actor, y la película hubiera merecido una mejor acogida que la que obtuvo, ya que además contaba con una estupenda fotografía de Fred J. Koenekamp. Giorgio Fini, por supuesto, recupera al final sus agudos y su anterior estatus profesional, al tiempo que consigue el amor de la elegante Kathryn Harrold.
Por entonces el tenor de Módena era ya tan famoso que la editorial Mondadori publicó su autobiografía, escrita en colaboración con William Wright: Pavarotti, mi propia historia. Aunque la popularidad universal le llegaría más tarde, con el primero de los diversos espectáculos de Los tres tenores, el llevado a cabo en Caracalla con motivo del Mundial de Fútbol de 1990.
No obstante, el cantante había hecho previamente sus pinitos cinematográficos en 1983 de la mano del genial Jean-Pierre Ponnelle. Elegido como Duque de Mantua (junto a Edita Gruberova e Ingvar Wixell), para un Rigoletto rodado en parte en el lugar donde transcurre la acción, el precioso filme obtuvo difusión privada a través del formato videográfico (por cierto, en algún plano general Pavarotti era sustituido por un doble con un tipo más adaptado al físico seductor del libidinoso noble). Con el mismo destino de difusión doméstica fue Pavarotti el objeto de algún que otro documental, destacando el realizado por Francis Hanly (The last tenor) que Decca, su sello exclusivo, publicó en 2005.
El pasado año el director de cine francés Ton Volf hizo una enorme labor de recuperación en imágenes del fenómeno Maria Callas, que confluyeron en un documental exhibido en salas cinematográficas. Un insólito alarde en torno a una cantante de ópera, justificado por la enorme presencia de la soprano griega en la memoria colectiva, una circunstancia de la que también disfruta ahora Luciano Pavarotti, protagonista de una similar presencia en pantallas de cine gracias a una película de próximo estreno dirigida (y producida) por Ron Howard. De modo que el big Pavarotti va a disfrutar del presumible honor de convertirse en una estrella de la gran pantalla, con lo que ello supone de difusión internacional al cumplirse doce años de su muerte.
Howard, primero actor (aparecía niño en uno de los capítulos de esa famosísima serie televisiva llamada El fugitivo, con David Janssen), se recicló más tarde como productor y exitoso director ganador del Globo de Oro y el Oscar por Una mente maravillosa, protagonizada por la encantadora Jennifer Connelly (¿quién no la amó en Érase una vez en América, de Sergio Leone?). Aunque quizá de Howard se recuerden mejor sus filmes sobre las novelas de Dan Brown.
Para su trabajo, Howard lo ha tenido por un lado más fácil que Volf, gracias a la abundancia de documentación, y más difícil por el otro, al tener que seleccionar lo más importante o interesante. El resultado es un retrato personal y profesional tan fidedigno como disfrutable del tenor a lo largo y ancho de una triple faceta, la profesional, la familiar y la humana. De la primera faceta, la profesional, se escucha parte de su Rodolfo del debut en Reggio Emilia (1961) donde, como dato a destacar, compartía escenario con el bajo Dimitri Nabokov, hijo del autor de Lolita.
Ya desde la primera secuencia el filme resulta prometedor: Pavarotti viaja a un remoto lugar en medio del Amazonas, en barca por el río Negro, ya que no hay otro medio de transporte, para cantar en el teatro de Manaos, inaugurado en 1896 en plena selva. Allí canta A vucchella, célebre canción de Tosti con texto de Gabriele d’Annunzio que Caruso difundiera universalmente, y en homenaje a este mítico colega quien, a pesar de lo que cuentan algunas crónicas, jamás estuvo allí.
Narración impecable la de Howard, que hace revivir en todo su esplendor la imponente figura del cantante a través de sus propias palabras en puntuales reportajes, o las de allegados o conocidos: sopranos como Angela Gheorghiu, Carol Vaness (excelente cantante y mujer bellísima a quien se le han caído negativamente los años) o Madelyn Renée (quien, entre otros datos importantes, confirmó lo que algunos en su momento llegamos a sospechar: que, aparte de compañera escénica, lo fue también en otros espacios), así como otras personas relacionadas con su profesión, en especial los astutos representantes que con tanta eficacia le promocionaron.
Por el lado privado, son destacables los testimonios de sus dos esposas, Ada Veroni y Nicoletta Mantovani, y de sus tres hijas (la cuarta era una niña cuando el padre murió), con bonitas anécdotas o tristes o amargas palabras al hilo de la narración.
Se le concede el necesario relieve (por ser tan importantes en la carrera de Pavarotti), a los espectáculos de los tres tenores (con muy bellas e incluso poéticas palabras de Plácido Domingo), a sus multitudinarias apariciones en solitario (como en un Londres lluvioso con su amiga Lady Di como asistente de lujo) y a los conciertos modenenses en compañía de popularísimos cantantes pop, con un protagonismo especial para Bono, cantante de U2.
En el material utilizado hay partes ya conocidas junto a otras de novedoso y decisivo interés, captadas por una cámara que el tenor adquirió en un momento de su vida, algo de lo que también disfrutó antes otra insigne intérprete: Victoria de los Ángeles. En ambos casos permitieron perpetuar instantes jugosos de ambas vidas.
Los fragmentos operísticos aparecen en ráfagas, subtitulados (como todo el largometraje) para que lleguen mejor al gran público. Son suficientes para disfrutar de una voz tan hermosa, brillante, emitida con una seguridad y una habilidad pasmosas. Solo el popularísimo Nessun dorma de Turandot se escucha al completo, algo lógico y justo, ya que fue como una suerte de caballo de batalla del intérprete, pese a que Calaf en esencia sea una parte normalmente asociada a voces más heroicas.
Las casi dos horas que dura el metraje se pasan en un santiamén, buena prueba de que el producto está bien hecho y consigue un doble propósito: entretener enseñando.
Coincidiendo con el lanzamiento del film, la firma Decca ha publicado su ‘banda sonora’ en la que no falta el Nessun dorma (iniciando y rematando el CD con los dos colegas hispanos) ni su importante faceta cancioneril y popular (Miss Sarajevo de los conciertos modenenses), con presencia de dos sopranos decisivas en su carrera (Freni y Sutherland), mostrando tanto personajes bien asociables al tenor (Tonio, Rodolfo, Alfredo, el de Mantua) con otros no tanto (Canio, des Grieux). Incluye tres novedades no publicadas previamente.
Fernando Fraga
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