PARÍS / Jaroussky y Lazar resucitan un magistral ‘Orfeo’ del Seiscientos
Paris. Théâtre de l’Athénée. 12-XII-2023. Lorrie Garcia, Michèle Bréant, Eléonore Gagey, Anara Khassenova, Clément Debieuvre, Alexandre Baldo, Matthieu Heim, Abel Zamora, Fernando Elcalona, Guillaume Ribler. Ensemble Artaserse. Dirección musical: Philippe Jaroussky. Puesta en escena: Benjamin Lazar. Sartorio: Orfeo.
Ópera en tres actos con un libreto de Aurelio Aureli más desarrollado que el de Alessandro Striggio para Claudio Monteverdi, el Orfeo del veneciano Antonio Sartorio (1630-1680) estrenado en el Teatro San Salvatore de Venecia el 14 de diciembre de 1672 es mucho más largo y la acción más variada, con sus más numerosos personajes y sus coloridos caracteres, a la par graves y farsescos. La escritura vocal no se basa en el recitar cantando florentino, sino en el cantar recitando veneciano, con una clara separación entre los recitativos intercalados entre la cincuentena de arias, todas ellas más brillantes. Además, la declamación tendente al aria forma un puente entre el estilo veneciano y la ópera seria napolitana. Al mito de Orfeo y Eurídice, los autores añadieron interludios cómicos y tramas protagonizadas por personajes como Hércules, Aquiles y Tetis, aquí ridiculizados. Inspirado en la versión de Ovidio, que en 1858 retomará Jacques Offenbach en Orfeo en los infiernos, el mito se convierte en el pretexto para una sátira sabrosa del amor y sus fechorías.
Las escenas de este drama de celos centrado en el trío clásico –una mujer amada por dos hombres, ambos hermanos– son breves y los personajes numerosos. En efecto, además de los héroes de la tragedia, la ópera presenta a varios personajes, dos de los hermanos de Orfeo, el médico Esculapio y sobre todo Aristeo, también enamorado de Eurídice, que pone celoso a Orfeo, su infeliz prometida Autonoe y la niñera Erinda, así como su tutor, el centauro Quirón, el pastor Orillo, Hércules y Aquiles, lo que suma un total de diez papeles (algunos cantantes interpretan a varios personajes), a los que hay que añadir tres mimos vestidos con los atributos de jabalí, ciervo y león. El poeta-músico y su esposa son una pareja corriente: una Eurídice incondicionalmente enamorada y un Orfeo macho cegado por la sospecha hasta el punto de contratar a un sicario para que asesine a su mujer.
La pasión amorosa da lugar a más sufrimientos que alegrías, y los celos, la misoginia y la frustración crean el infierno incluso antes de la muerte. Orfeo es posesivo y desconfiado, duda del amor de su esposa, que a su vez está sometida a la violenta pasión del hermano de su marido, Aristeo, que provoca el drama cuando ella, tratando de escapar a sus insinuaciones, es picada por la víbora fatal, mientras que el otro hermano de Orfeo, el sabio doctor Esculapio, contempla con cinismo la tragedia que se desarrolla ante sus ojos. Algunos papeles son intercambiables, con personajes masculinos cantados por mujeres y papeles femeninos cantados por hombres. Por ejemplo, Orfeo y su hermano Aristeo son interpretados por una soprano y una mezzosoprano, mientras que Erinda es interpretada por un tenor, dos contratenores en papeles secundarios, Aquiles y Orillo en el acto final, escenario de la muerte de Eurídice, que ha suplicado en vano a su marido que no se dé la vuelta hasta ver el sol. Las dos primeras horas son un verdadero concurso de arias y recitativos cantados que se suceden como una corriente continua de resacas y oleajes, mientras que el último acto, el más profundamente conmovedor, presenta una guirnalda de suntuosos lamenti.
La puesta en escena de Benjamin Lazar es viva, psicológicamente veraz y humana, no exenta de un toque de humor. El trabajo del director es un verdadero deleite para los actores, y el reparto disfruta claramente de esta tragicomedia, dotando a sus personajes míticos de la consistencia de seres de carne y hueso con las pasiones y acciones más contemporáneas en los hermosos trajes de Alain Blanchot, que sitúan la acción firmemente en la época de la tragedia grecorromana vista a través del prisma del periodo clásico francés. La escenografía de Adeline Caron se desarrolla en un arco circular, como un antiguo anfiteatro, con un anillo giratorio en su centro, rodeado por varias zonas de ensayo con mucho espacio, y enmarcado por cortinas de espejos pivotantes.
El reparto, que reúne a un equipo de jóvenes cantantes, es irreprochable. En el papel principal, Lorrie Garcia, con su suave timbre de mezzosoprano, retrata a un sombrío Orfeo, mientras que la soprano Michèle Bréant es una luminosa Euridice. La mezzosoprano Eléonore Gagey pinta con su voz opulenta a un Aristeo emprendedor, mientras que la soprano Anara Khassenova es una Autonoe constante y delicada. El tenor Clément Debieuvre es convincente como la deslumbrante Erinda, que evita las trampas de la vulgaridad, el bajo-barítono Alexandre Baldo brilla en el doble papel de Esculapio y Pluto, y el bajo-barítono Matthieu Heim impone su voz de metal profundo al tiempo que muestra un impresionante dominio de las muletillas como el veterano Chirone, vestido con crin y cola de caballo, y como el frondoso Bacco. El tenor Abel Zamora como Hércules, el contratenor Fernando Escalona como Aquiles con su larga y florida aria, y Guillaume Ribler como un hilarante y divertido pastor completan el reparto. En el foso, diecisiete músicos del conjunto Artaserse dirigidos por su fundador, el contratenor Philippe Jaroussky, que conoce admirablemente este repertorio, dan a la producción una vivacidad y una riqueza de sonido con colores ardientes y abigarrados, los viejos instrumentos suenan siempre afinados y sin desajustes a pesar de la vivacidad del director, que lleva a los instrumentistas al límite.
Bruno Serrou