PARÍS / Hamlet en el geriátrico
Paris. Opéra National de Paris Bastille. 11.III.2023. Ambroise Thomas, Hamlet. Ludovic Tézier, Eve-Maud Hubeaux, Jean Teitgen, Lisette Oropesa, Julien Behr, Clive Bayley, Frédéric Caton. Orquesta y Coro de la Opera Nacional de París. Dirección: Pierre Dumoussaud. Director de escena: Krzysztof Warlikowski. Escenografía y figurines: Malgorzata Szczesniak.
Además de Mignon, no queda más que la versión muy edulcorada de Hamlet, que conoció el éxito desde su estreno en 1868, para sostener la gloria de Ambroise Thomas como operista. Se trata sin duda de una buena ópera, con una música cuyo mayor encanto reside en su orquestación y que todavía hoy seduce a las sopranos coloratura por la escena de la locura del cuarto acto, y en especial a los barítonos, para los que el personaje principal constituye un auténtico caballo de batalla.
Ambroise Thomas extrae su Hamlet del drama de William Shakespeare (1603) en la versión francesa de Alexandre Dumas padre, con un libreto en cinco actos adaptado por Michel Carré y Jules Barbier, que edulcoraron su alcance, redujeron el número de personajes y debilitaron tanto las relaciones como las psicologías. Para su acceso a la Bastilla, después de 377 representaciones en el Garnier, la Opera de París presenta una nueva producción firmada por Krzysztof Warlikowski, quien ya llevó a la escena la obra de Shakespeare durante el festival de Aviñón de 2001. Al situar la acción en una institución geriátrica, que es también psiquiátrica (lo que recuerda a Freud, que se fija en la figura de Hamlet en La interpretación de los sueños), el director polaco llega incluso a hacer que Hamlet comparta el lecho de su madre… El espectáculo comienza con la silueta de la reina Gertrude, envejecida, sentada en una silla de ruedas, mirando una pantalla de televisión, cuidada por su hijo Hamlet, un anciano tembloroso atormentado por el espectro de su padre. La escenógrafa Malgorzata Szczesniak dispone amplios espacios delimitados por paneles móviles, animados por un amplio pasillo lateral, confinado por una imponente verja… Comprendemos así que se trata, para Warlikowski, de penetrar hasta lo más negro de la memoria del héroe shakespeariano, abrumado por fantasmas que regresan hasta él mediante un largo flashback que hallará su solución en el acto final, cuando se vuelve a la situación inicial. Hamlet y su madre se consagran entonces a una sesión de espiritismo antes del entierro de Ofelia. A partir del acto segundo, Hamlet recibe en el hospital la visita de sus allegados, Ofelia, la reina, el rey, su tía, así como la del espectro de su padre, payaso blanco… Una vez que se consuma la venganza y Ofelia haya muerto, es Hamlet el que se pondrá a su vez ese traje, pero ahora de payaso triste.
A pesar de algunos buenos momentos, como el dúo Hamlet y Ofelia o la escena de la locura, la música de Thomas se antoja algo tosca. Lo peor se alcanza en el inevitable ballet de grand opéra a la francesa en el cuarto acto. Aprovechando que se trata de la primera ópera francesa que utiliza el saxofón, Warlikowski ha solicitado para el acto segundo un desarrollo de esta parte, a fin de darle una dimensión “un poco más punk”, en lo que parece ser una improvisación más o menos free-jazz durante la tragedia del rey Gonzague y la reina Ginebra, que presenta el asesinato del rey antes de que Hamlet, tras un diálogo con el espectro paterno, se una en la cama a su madre, que cree que está loco.
Para la presente producción, la Opera de París reunió a un reparto de campanillas, encabezado por un fabuloso Ludovic Tézier muy familiarizado con el papel, que ya abordó en Toulouse hace más de veinte años. Apoyándose en esta experiencia, el Hamlet del gran barítono resultó fabuloso. Valiente y torturado, rebelde y sombrío, Tézier expresó a la perfección la profunda fragilidad del príncipe danés, sirviendo el papel con la energía de una voz broncínea que colorea a placer con su gran capacidad para el matiz y sin acusar la menor debilidad.
La soprano Lisette Oropesa, de pureza vocal radiante, encarnó a una admirable Ofelia. Vestida con un camisón blanco, la cantante norteamericana consiguió aterrarnos en una alucinante escena de la locura con inmensas agilidades cantadas hasta el borde del aliento. La mezzo suiza Eve-Maud Hubeaux, desde su timbre de terciopelo hasta sus graves abisales, dibujó una reina Gertrude de gran intensidad. Claudio estuvo servido por un impresionante Jean Teitgen, de voz oscura, dúctil y poderosa. Julien Behr dio vida a un intenso Laertes, hermano protector de Ofelia, mientras que Frédéric Caton como Horacio y Julien Henric como Marcelo fueron auténticos pillastres.
Como de costumbre, la Orquesta de la Opera de París (con especial mención para las arpas, las maderas y los metales) brilló con todo su fuego bajo la dirección sólida y al mismo tiempo radiante de Pierre Dumoussaud.
Bruno Serrou