PARÍS / Francia, ante su propio espejo musical
París. Auditorium de Radio France. 30-III-2024. Pierre-Laurent Aimard, piano. Orchestre National de France. Director: Cristian Măcelaru. Obras de Ravel, Messiaen, Bizet e Ibert.
Fundada en 1934, la Orchestre National de France (ONF) celebra en 2024 su nonagésimo aniversario, y lo hace con un ciclo de conciertos titulado Jubilé du National en el que se interpretarán algunas de las partituras fundamentales del repertorio francés de los siglos XIX y XX, desde Hector Berlioz a Henri Dutilleux; todas ellas, con destacados solistas franceses sobre el escenario y con el actual titular de la ONF, Cristian Măcelaru, en la dirección.
Nos quedamos hoy con el cuarto concierto de Jubilé du National, una cita que nos ha dejado momentos realmente impresionantes, reforzados por la tan inmersiva acústica que presenta el Auditorium de Radio France. La transparencia de esta sala se antoja ideal para la música de compositores como Maurice Ravel, un autor con el que, precisamente, se abrió el programa del sábado 30 de marzo, evocando a la Francia del Barroco, por medio de Le Tombeau de Couperin (1914-17, orq. 1919).
A pesar de ser una de esas piezas identitarias que Cristian Măcelaru quiere reforzar como carta de presentación de la ONF, no ha sido Le Tombeau de Couperin la obra en la que más hayan destacado ni la orquesta ni su director, un tanto planos y sin el colorido que después llegarían a desplegar. Tampoco es que hayamos escuchado, aquí, la milimétrica disección de un Pierre Boulez o las novedades que François-Xavier Roth está aportando al repertorio raveliano con Les Siècles, siendo el Prélude algo romo y carente de fantasía. Mejor fueron las cosas en Forlane, donde la disposición tan peraltada y antifonal de la ONF hace que el diálogo camerístico dentro de la orquesta se refuerce, con un carácter más punzante que elevó el tono con respecto al Prélude.
Dentro de ese progresivo crecimiento interpretativo, el Menuet nos ha dejado algunos de los momentos álgidos de este Tombeau, tanto en oboe como, especialmente, en corno inglés, punteados soberbiamente por los pizzicati de las cuerdas. El hecho de que el Auditorium de Radio France sea una sala de tan inmaculada acústica hace que hasta la trompeta, por mucho que disponga de sordina, se escuche en primerísimo plano, perdiendo algo de esa ensoñación en la lejanía, de eco del pasado que aquí se impondría. Pero, en global, hemos disfrutado de un Menuet que, desde un tempo inicial rápido, ha ido evolucionando hasta un final más reposado, bien paladeado por la ONF. Cerrando el ciclo, en Rigaudon han destacado una excelente arpa, así como la flauta solista, dentro de esa búsqueda de un estilo camerístico al que, en conjunto, le ha faltado algo de charme, por lo que lo mejor del programa estaba, aún, por llegar.
Cierto es que no tardó demasiado en hacerlo, pues lo escuchado en Oiseaux exotiques (1955-56) nos condujo, directamente, a lo sublime. A pesar de la larga trayectoria que Pierre-Laurent Aimard aquilata en la música de Olivier Messiaen —que se remonta a su infancia, como dejó constancia en las páginas de Scherzo—, no cuenta el pianista francés con Oiseaux exotiques en su catálogo discográfico, por lo que resultaba de lo más interesante escucharle tocar una partitura en la que, como era previsible, nos ha deslumbrado. Y lo ha hecho, además, de la mano de una ONF en estado de gracia, con sus maderas, metales y percusiones convirtiendo el Auditorium de Radio France en una gigantesca pajarera en la que hemos oído trinos aviares que, entre el piano y la propia orquesta, han alcanzado los cantos de especies asiáticas y americanas, ya de forma sucesiva, ya polifónica y abigarrada, dejando momentos de una saturación rítmica y cromática abrumadora.
Pájaro mayor de este concierto para piano lo ha sido Pierre-Laurent Aimard, volcando en su interpretación todas las excelencias que le conocemos en este repertorio, además de con un énfasis especialmente acusado: saltando en su banqueta, lanzando —cual ave— sus brazos al aire e interactuando de forma totalmente cómplice con los músicos de la ONF a la hora de intercambiar sus diferentes motivos, con una precisión rítmica y dinámica reforzada por el enorme trabajo de un Cristian Măcelaru que nos ha vuelto a mostrar sus galones como director de repertorio contemporáneo, del que nos ha dado excelentes muestras como actual titular de la WDR Sinfonieorchester Köln.
No es nada fácil escuchar en vivo un Messiaen de semejante perfección; máxime, cuando los intrincados ritmos griegos e hindúes diseminados en la partitura se atacan a tal velocidad como lo han hecho en la versión de Aimard, la ONF y Măcelaru, de un virtuosismo que nos ha dejado boquiabiertos y que el público premió con una atronadora ovación, así como con ese tan francés batir de palmas al unísono que rubrica una interpretación ejemplar. Ojalá no tarde mucho Pierre-Laurent Aimard en llevar al disco un logro como el escuchado el pasado 30 de marzo en París, pues la fonografía de la obra se beneficiaría notablemente de su digitación, técnica, fraseo y musicalidad, aunque contemos con, al menos, dos versiones de alto nivel (ambas, grabadas en 1988): las de Yvonne Loriod con Pierre Boulez (Montaigne) y Paul Crossley con Esa-Pekka Salonen (CBS); si bien creo que, en global, la que hemos escuchado en este cuarto concierto del ciclo Jubilé du National las supera, añadiendo un plus de emoción que difícilmente se lograría con una toma en estudio.
Tras el descanso, la ONF mantuvo el altísimo nivel escuchado en Oiseaux exotiques, comenzando por una Sinfonía en Do mayor (1855) de Georges Bizet que volvió a enfervorizar al público parisino, y no fue para menos, pues tanto la ejecución de la orquesta como la dirección de Cristian Măcelaru brillaron a la altura de lo mejor que conozcamos en esta partitura, aplicando el director de Timişoara criterios que, provenientes de las corrientes históricamente informadas, aunque no se hayan utilizado instrumentos de época sí nos deparan un Bizet de vigoroso ímpetu rítmico, gracilidad melódica y una pátina acusadamente germánica.
Ésta vino de la mano, fundamentalmente, de Felix Mendelssohn, por lo que han primado la elegancia, el buen gusto y un fraseo que combinó un firme carácter con una delicada poética. Desde el Allegro vivo inicial resultó evidente que la versión que habríamos de escuchar estaría marcada por una ejecución técnica impecable, además de por la energía y la musicalidad, con una ONF dispuesta antifonalmente en las cuerdas, lo cual beneficia notablemente a la estructura, la exposición y la construcción camerística de este primer movimiento. Con una ya sólida carrera en los Estados Unidos (donde completó su formación), Cristian Măcelaru parece haberse embebido del empuje de un Leonard Bernstein en su grabación de esta Sinfonía en Do mayor para la CBS (1963), rubricando un arranque de impresión.
Aunque de entrada algo destemplada en las trompas, el Adagio nos dejó un solo de oboe con un regusto oriental y ensoñador de lo más bello, con ecos de Gounod y acompañado por un pizzicato nuevamente cálido y bien definido en las cuerdas: tema que Măcelaru va fugando y cambiando de color a través de maderas y violines, construyendo con solidez y lirismo el episodio central hasta la reaparición del tema del oboe, a la par mistérico, sensual y prístino, volviéndose a convertir la ONF en un gran conjunto de cámara: búsqueda de un cuidado sonido orquestal que parece seña de identidad de Măcelaru y que hará ganar enteros a la National de France en el futuro. El final del Adagio, con su coro de maderas y metales, dejó otro momento de sublime belleza.
Tras el evanescente lirismo del Adagio, el Scherzo. Allegro vivace marcó un acusadísimo contraste, convirtiéndose la ONF en un auténtico festín de ritmo y color. Como buen director rumano, Măcelaru enfatiza sin ambages los ecos populares en este tercer movimiento; destacadamente, en violas y fagots, pidiendo a las maderas un staccato que refuerza lo incisivo de dichos ritmos, con un punto rústico. La sucesión de tonalidades mayores que confiere amplitud armónica y brillo a este movimiento se contagia al Finale. Allegro vivace, que retoma el Do mayor del Allegro vivo con una dosis extra de celeridad y nervio en unos violines cuyo excepcional fraseo premió Măcelaru poniendo a dicha sección en pie al final de la obra (como, por descontado, a la oboísta). Sobresaliente, sin paliativos, la transparente dirección de Cristian Măcelaru, muy beneficiada, de nuevo, por la acústica del Auditorium de Radio France, conduciendo toda la sinfonía hacia un gran baile de poderoso brío que convenció plenamente a un público ya rendido a su orquesta y director a estas alturas del concierto.
Más lo estaría tras una Bacchanale (1956) de Jacques Ibert que, aunque el origen de esta danza sea griego (lo que tiende puentes con Oiseaux exotiques), Cristian Măcelaru ha conectado con la fascinación por los mecanismos musicales y el jazz en la música francesa de comienzos del siglo XX; por lo que, aunque coetáneas, es evidente que Bacchanale aún se inscribe en un estilo propio de las primeras décadas de la pasada centuria, mientras que la partitura de Messiaen mira ya a un tiempo nuevo. En todo caso, la ONF ha brindado una lectura deslumbrante y fastuosa; como en Oiseaux exotiques, con metales y percusión reforzados para ampliar considerablemente el caudal sonoro de la orquesta y su suntuosidad: una embriagadora orgía musical.
Debido a la enorme ovación tributada a tan vibrante Bacchanale, la ONF ofreció como encore la Suite nº5 “Scènes Napolitaines” (1876) de Jules Massenet, multiplicando esos ecos multiculturales de los que siempre ha gustado tanto una Francia que lleva siglos asimilando estilos y lenguajes de otras latitudes, para su mayor riqueza musical. De nuevo, bellísimas, cantábiles y muy delicadas han sonado unas “Scènes Napolitaines” que no han escatimado en carácter, lirismo y un sonido enérgico que nos deja unas inmejorables impresiones del tándem National de France & Cristian Măcelaru. Con tal progresión y buenos criterios, pronto el director rumano se ganará el figurar en esa lista de ilustres que estos meses podemos ver en el corredor central de la Maison de la Radio, donde se muestran fotografías de algunos de los directores que han hecho grande a la Orchestre National de France: desde Désiré-Émile Inghelbrecht (su primer titular) a Emmanuel Krivine, pasando por Jean Martinon, Sergiu Celibidache, Lorin Maazel o Charles Dutoit, entre otros. En diez años, la ONF celebrará su primer centenario: ojalá destile entonces la excelencia musical que nos ofreció en París el pasado 30 de marzo.
Paco Yáñez
(Fotos: Orchestre National de France)