PAMPLONA / La Sinfónica de Navarra y la escucha emocional
Pamplona. Baularte, 11-I-2024. Orquesta Sinfónica de Navarra. Perry So, director. Cristina Gómez Godoy, oboe. Mozart: Sinfonía n. 25 K. 183. Richard Strauss: Concierto para oboe. Schoenberg: Noche transfigurada.
Escrito en una fecha tan relevante como 1945 y estrenado en 1946, el Concierto para oboe y orquesta de Richard Strauss es un catálogo variado de diseños tonales, con ornamentaciones a modo de glosas renacentistas que unen la estructura melódica. Strauss retrocede al pasado con la mirada de un anciano que ya lo ha dicho todo y no necesita sorprender desde el punto de vista del lenguaje utilizado. En cambio, en la escritura para el oboe estira muchísimo el contorno melódico, colocando al solista “en el filo de la navaja”. Los tres movimientos utilizan temas comunes, aspecto que otorga al concierto una idea de continuidad basada en un recuerdo que pareciera ejercer como metáfora de otros tiempos. El intercambio de material entre solista y orquesta (muy ajustado en la ejecución) y la derivación de motivos entre los elementos concertantes implica un constante compromiso con el contenido musical. Por ello, a la carga física se une la intelectual y emotiva que debe controlar cualquier solista que asuma la interpretación de esta obra fundamental para el repertorio concertante de oboe. Casi de manera paradójica, el tercer movimiento, más rápido, diríase más rococó y por ello inversamente menos profundo, puede suponer en cierto modo un desahogo para la interpretación, aunque no para el virtuosismo en la ejecución. Cristina Gómez ofreció una impecable interpretación del concierto, manteniendo los largos fraseos, especialmente del primer movimiento, produciendo un hermoso sonido a la altura de la belleza de la obra y calibrando en el oboe unos pianos absolutamente necesarios para el discurso musical. Como propina, una de las seis piezas de Seis Metamorfosis sobre Ovidio, de Britten (1951).
Mientras que Strauss parece decir adiós mirando hacia atrás, Schoenberg marca un final con una música que abre definitivamente nuevos caminos para la modernidad del siglo pasado. Concebida inicialmente para un sexteto de cuerda y estrenada en una fecha casi simbólica (1 de diciembre de 1899), Noche Transfigurada también está compuesta a partir de un poema, en este caso de la colección de Richard Dehmel, titulada La mujer y el mundo y tanto el fragmento seleccionado por Schoenberg como su música son muestra de una hiperemoción y morbosidad propia de finales del siglo XIX. Dirigirla supone mantener la tensión durante toda la interpretación, solo abierta en algunos pasajes de la segunda y cuarta sección de la obra. Versionada para orquesta de cuerda, los giros propios de los motivos melódicos variados y/o desarrollados se conciben siempre dentro de un clima expresionista característico del momento. Perry So ofreció una versión muy ajustada a la narrativa extramusical de la que partió Schoenberg y la cuerda de la OSN produjo sonidos tan oscuros como brillantes, con un resultado muy expresivo y de una belleza diferente a la proyectada en la música de Strauss.
Por fin, la Sinfonía nº 25 de Mozart, parte no ya de un poema sino de un movimiento literario como lo fue el Sturm und Drang (Tempestad y empuje) que anticipó aspectos propios de la estética romántica. La agitación, provocada por las síncopas iniciales, contrastan con el estilo galante del segundo tema del primer movimiento, al igual que lo hacen el Minué y el Trío, por su oscurantismo y su dulzura, dos buenas muestras de los gestos sonoros que la orquesta tiene que asumir para esta interpretación. Con el último movimiento Mozart insiste en las nuevas tendencias prerrománticas, tanto como Strauss se recrea en un estilo que diluye el postromanticismo con una quietud y belleza casi espiritual, y Schoenberg se despide del romanticismo decimonónico. Perry So asumió fundamentalmente la parte romántica de la sinfonía, dejándose llevar por la agitación y empuje, especialmente en el primer movimiento, con un tempo veloz que disipó en buena medida el estilo galante del segundo tema. En el tercero, esta preferencia de carácter se dejó notar en el cambio tan drástico de tempo entre Minué y Trío. En el cuarto, la OSN mostró un Mozart más equilibrado, diríase entre el “empuje” y la “calma”.
En suma, la OSN estrenó el año nuevo vinculado a su ciclo de abono con un concierto en apariencia poco cohesionado, pero en realidad muy determinado por una escucha emocional con diferentes tipologías: solo Mozart supo pasar tan rápidamente de un afecto a otro; fue Schoenberg quien extremó al máximo la tensión contenida en la música de Wagner; por fin, en el ocaso de su vida, Strauss creó una música de enorme belleza, sublime tanto por el contenido como por la ejecución y escrita por pura necesidad vital.
La OSN sorprendió con una puesta en escena que cambió la posición de los atriles, especialmente en chelos y contrabajos. En Mozart, estos últimos se situaron a la izquierda mientras que los chelos en frente. Esta colocación favoreció la sonoridad de los chelos en algunos giros relevantes para la sinfonía, como en el puente del primer movimiento, pero oscureció un poco a los segundos violines. En Schoenberg, Perry So optó por colocar los contrabajos en frente obteniendo una sonoridad compacta, equilibrada y muy ajustada al estilo de la obra.
Marcos Andrés Vierge
(foto: Iñaki Zaldua Iriarte)