PAMPLONA / La guitarra de Pablo Sainz-Villegas y los hermosos jardines de Aranjuez
Pamplona. Baluarte. 16-V-2024. Orquesta Sinfónica de Navarra. Pablo Sainz-Villegas, guitarra. Luis Toro Araya, director. Obras de Ravel, Rodrigo y Beethoven.
El ciclo de abono de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Navarra (OSN) presenta cada programa con un subtítulo “literario”, cuya intención es desvelar las conexiones entre las composiciones interpretadas, por lo tanto, cohesionar el programa a través de los compositores y sus obras. Sin embargo, en todos los conciertos sinfónicos coexiste un equilibrio de fuerzas entre la música escrita y su ejecución, la autoría y su interpretación, siendo este aspecto un factor determinante para la atención del público. En algunas ocasiones, esta dualidad adquiere una especial relevancia. Así sucede con el Concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo, obra emblemática del sinfonismo concertante español del pasado siglo, del que solo diré ahora que todos los guitarristas quisieran interpretar al menos una vez en su vida. Por ello, a una gran obra, especialmente con un gran Adagio y con tanto fondo histórico y musical, corresponde igualmente un gran intérprete, como Pablo Sainz-Villegas, que también ha hecho historia, consiguiendo triunfos que ningún guitarrista español desde Andrés Segovia había logrado. En la primera parte del concierto, Baluarte presentó un lleno que mostraba que “Aranjuez” de Rodrigo mantiene su vigencia, así como que Sainz-Villegas ha conseguido atravesar esa línea que separa un buen intérprete de un virtuoso mediático, en el mejor sentido de la palabra. Su puesta en escena contiene gestos expresivos que, de algún modo, dramatizan la interpretación y provocan la capacidad evocadora del público.
Sainz-Villegas comenzó la obra de Rodrigo con un tempo comprometido pero adecuado al espíritu de un aire flamenco. Sin ningún tipo de amplificación, la guitarra se escuchó con una nitidez y claridad sorprendente. Las escalas tan rápidas, tantas y realmente muy difíciles se escucharon con absoluta perfección, rítmica y melódicamente. Pero, además, Sainz-Villegas las dotó de expresividad, por lo que su técnica estuvo al servicio de la musicalidad de la obra y no del espectáculo. En el Adagio, mostró una amplia gama de timbres diferentes y con esa forma particular que tiene de entender este concierto se permitió algunos efectos con las cuerdas muy evocadores. Tras este movimiento, sólo quedaba potenciar probablemente el menos impactante tiempo del concierto, más rococó que los otros dos. Su escala final fue interpretada como si fuera lo más sencillo de hacer, con una elegancia en gesto y sonido realmente encomiable. Como propina, la Gran Jota de Tárrega, en este caso sí, una obra al servicio del virtuosismo, con la que Sainz-Villegas culminó una actuación para recordar.
Con todo lo dicho, la lógica de los posibles vínculos musicales del programa quedó eclipsada por el espectáculo concertante entre la guitarra de Sainz-Villegas y la OSN. Pero cómo entender los nexos auditivos ante obras tan diferentes, pues al margen de la potencialidad evocadora de las tres obras del programa, casi todo lo demás es diferente en Beethoven, Ravel y Rodrigo. En el caso del Concierto de Aranjuez, el timbre de la guitarra es capaz de captar la atención del público de manera especial, por encima de la orquesta, con un sonido netamente español que procede de un instrumento con gran historia en la música española.
Por su parte, Ravel orquestó cuatro de sus piezas de la versión original para piano de Le Tombeau de Couperin (en pocas ocasiones podemos apreciar en el mismo concierto este juego compositivo que, por otra parte, es protagonista de muchos procesos creativos de esa época). El compositor francés demuestra en esta obra, una vez más, que es un grandísimo orquestador. Sus sonidos finos, elegantes, transparentes, son propios de un sonido francés de época. En este sentido, el oboe de la OSN estuvo brillante. Además, fue un acierto que Luis Roro Araya colocará los violines segundos a la derecha, mientras que los chelos y contrabajos se colocaron a la izquierda. Ello permitió escuchar con gran nitidez la orquestación de Ravel.
Por último, aunque la Sexta sinfonía de Beethoven no es su obra de este género más dramática, el genio de Bonn siempre suena reconocible. El sonido de la OSN cambió, fue más redondo, brillante y estructuralmente apoyado en la cuerda. El último movimiento muestra en sus variaciones un tipo de orquestación muy diferente al de Ravel. Por eso, la disposición que se usó para la obra del compositor francés no fue tan eficaz en Beethoven, dado que la masa de la cuerda en ocasiones se confundía. Pero el principal problema con Beethoven (y esto cuesta mucho decirlo) fue que la energía proyectada en Baluarte con la obra de Rodrigo condicionó la escucha de la segunda parte del concierto. Parte del público abandonó la sala en el intermedio, quizás porque el concierto resultase largo (aproximadamente dos horas y cuarto), tal vez porque el nexo entre el Concierto de Aranjuez y la Sexta Sinfonía de Beethoven quedara difuminado. Con todo, la OSN maneja muy bien el repertorio de la segunda mitad del XVIII y el XIX, y aunque a la orquesta le costó entrar en la sinfonía, consiguió unos aplausos muy sentidos.
Marcos Andrés Vierge