OVIEDO / ¡Viva la jota!

Oviedo. Teatro Campoamor. Festival de Teatro Lírico Español. 27-IV-2023. Bretón: La Dolores. Mónica Conesa, Jorge de León, Àngel Òdena, María Heres, David Menéndez, Juan de Dios Mateos, Gerardo Bullón y Juan Noval-Moro. Oviedo Filarmonía. Banda de Música Ciudad de Oviedo. Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Director musical: Óliver Díaz. Directora de escena: Amelia Ochandiano.
Todo comenzó con una copla anónima: “Si vas a Calatayud/pregunta por la Dolores/que es una chica muy guapa/amiga de hacer favores”, cantada por un ciego en la estación de Binéfar en el otoño de 1876 y que escuchó el escritor José Feliú y Codina durante un viaje en tren a Madrid. Este fue el germen de una obra que ideó, en primera instancia como zarzuela, pasando el libreto al maestro Cereceda quien finalmente lo rechazó, quedando frustrado el proyecto. Así Feliú y Codina transformó su trabajo en un drama rural que estrenó en el Teatro Novedades de Barcelona en 1892 y al año siguiente, con extraordinario éxito, en el Teatro de la Comedia de Madrid con María Guerrero como cabeza de cartel. En él se basó Tomás Bretón -de quien ahora se conmemora el centenario de su fallecimiento- para construir el libreto de su ópera La Dolores, estrenada en el Teatro de la Zarzuela en 1895, poco después del apoteósico éxito que supuso para el compositor el estreno de “La verbena de la Paloma”, una de las obras cumbre del género chico. Ahora hablamos, sin embargo, de una ópera española que se encuadra dentro del movimiento verista dando un giro a la producción operística de Bretón hasta ese momento, abandonando el melodrama romántico, tal y como explica el profesor Víctor Sánchez en su libro de referencia sobre el músico salmantino.
La ambientación realista de esta obra (los estudios de Antonio Sánchez Portero al respecto revelan que sí existió la mujer que dio paso a la leyenda y que se llamaba María de los Dolores Peinador Narvión, nacida en Calatayud en 1819), mostrando el costumbrismo campesino regionalista, con Aragón como telón de fondo, y el sentido del honor de los baturros, hacen de marco a una trágica historia en la que una sencilla mujer se ve señalada por las malas lenguas que lanzan a los cuatro vientos su supuesta ligereza con la pérfida copla. Todos estos matices se han perdido en esta nueva producción del Teatro de la Zarzuela, bajo la dirección escénica de Amelia Ochandiano, donde ningún elemento ofrece una referencia geográfica que ubique la acción, ni escenográficamente (no hay decorado alguno más que un fondo negro, que presagia la tragedia), ni con el vestuario, en el que además nada folklórico se desprende de él, tan solo la aparición de gigantes y cabezudos recuerdan un ambiente popular; además, la acción se adelanta un siglo respecto a la original sin justificación alguna. Tampoco la tiene el haber omitido el artículo “la” previo al nombre de la protagonista en las grandes letras troqueladas que perforaban el telón, asunto que no es baladí, pues en el mundo del teatro lírico español decimonónico esa partícula definía en parte al personaje, recordemos por ejemplo a “la” Menegilda frente a “Doña” Virtudes en La Gran Vía.
Mónica Conesa dio vida a la protagonista de la obra que nos ocupa y, aunque dramáticamente correcta, mostró una voz de timbre metálico y un vibrato tan incómodo que ocultaba la línea de su canto haciendo además realmente difícil la comprensión de sus textos. Àngel Òdena estuvo fabuloso encarnando al malévolo Melchor, origen de los males de la Dolores, luciendo sus portentosas cualidades canoras y capacidad dramática, al igual que Jorge de León, como Lázaro, que se mostró pleno en lo vocal con unos agudos sin fisuras, muy bella su interpretación del madrigal del segundo acto. La joven María Heres, en el papel de Gaspara, encandiló a los presentes con una voz muy fresca, una línea de canto cuidada y de dicción impecable. El contrapunto cómico lo pusieron en escena David Menéndez, con una voz bien proyectada pero con poca gracia andaluza como Rojas, y un Gerardo Bullón extraordinario como Patricio, tanto en su caracterización dramática como en la naturalidad de su voz, con una dicción fantástica. Muy bien Juan de Dios Mateos en el papel de Celemín y Juan Noval-Moro intervino con brillantez y pasión como cantador de coplas; juntos participaron en el número estrella de la ópera, la famosa jota que gozó del honor de la repetición, muy bien bailada e interpretada por una Oviedo Filarmonía que brilló en toda la representación en las manos de Óliver Díaz, siempre garantía de calidad, más aún en este tipo de repertorio que tan bien conoce. El Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo actuó a un buen nivel.
Nuria Blanco Álvarez