Orquestas frente a la nueva temporada
Pronto comenzarán las temporadas musicales en España con el deseo de normalizar una situación que, en cierta manera, ya es pasado y que, por tanto, más que reproducir convendría reformular, aprovechar lo sucedido para que programadores, intérpretes y público demostraran haber aprendido una lección que va más allá de las consecuencias más inmediatas de la pandemia. Lo primero, sin duda, esa capacidad de resistencia a las dificultades que debiera reforzar la autoestima de orquestas y teatros, saberse con mayor razón que nunca parte fundamental de la vida de sus comunidades. Luego, la respuesta de una audiencia que puede y debe confiar en la seguridad del concierto como lugar de encuentro, no como siempre, porque aún es pronto, pero sí camino de ello en la medida de lo posible. Y para que esa vida interrumpida se recupere de la mejor manera es necesario también añadir nueva ilusión a músicos y espectadores, que su vuelta a los conciertos sea también la certeza de que esa orquesta o ese teatro siguen siendo los suyos, pero mejor que antes.
La nueva temporada ofrece novedades, compases de espera, incógnitas, soluciones que hacen de la necesidad virtud, alguna esperanza y algún temor. También esos rumores que, como no son noticia según el clásico aserto periodístico, nos cuidaremos muy mucho de recoger en este editorial. Noticia, la más significativa tal vez, ha sido el nombramiento de James Gaffigan como nuevo director musical del Palau de les Arts valenciano y de su magnífica orquesta. Los viejos e insostenibles tiempos de Maazel y Mehta pasaron a la historia —esa historia que pesa como una losa de manera casi enfermiza y que va siendo hora de asimilar— y la realidad se impone con lo que hay. Como le ha sucedido a la Orquesta de Valencia y su nuevo titular, Alexander Liebreich, conscientes sus responsables de en qué división juegan y sin aspirar a más de lo que hoy por hoy es posible. Lo mismo cabe decir de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Marc Soustrot. Soñar no cuesta dinero, pero los sueños, sueños son, así que, al despertar, al deseo sucede la realidad. Andrés Salado estrena titularidad con la Orquesta de Extremadura tras la magnífica etapa regida por Álvaro Albiach, mientras Marzena Diakun hace lo propio en la ORCAM. La OSRTVE, por su parte, despide a Pablo González y recibe a Christoph König en operación que nadie acaba de entender. En la Sinfónica de Galicia, Dima Slobodeniouk finaliza contrato en 2022. El maestro ruso-finés ha hecho un trabajo sensacional con la formación gallega, pero su carrera internacional lo llama con fuerza. Su renovación o no es una de las incógnitas más importantes de la temporada que empieza. Lo mismo ocurre con el británico Paul Daniel y la Real Filharmonía de Galicia —en este caso la prolongación duraba hasta final de 2021—, otra orquesta que ha crecido decididamente en estos años. También deberán decidir su futuro Kazushi Ono, su actual titular, y la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña, pues su contrato termina también en esta próxima temporada. Con sede vacante se encuentran la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y la Orquesta Sinfónica de Tenerife, tres casos distintos, los dos primeros planteados con calma y por sus pasos contados y el tercero tras desencuentros entre músicos y maestro que no acaban de entenderse del todo y que convirtieron un futuro prometedor en un camino ingrato.
Todavía faltan por hacerse públicas algunas programaciones y la mayoría de las que conocemos son parciales, dividiendo la temporada en etapas que permitan dar una cierta seguridad mejor que anunciar programas susceptibles de modificación por mor de la posible evolución negativa de la pandemia y sus consecuencias. En todo caso, el panorama es aleccionador, habrá mucha novedad digna de atención, incógnitas cuya resolución satisfará a algunos y decepcionará a otros, en fin, esas cosas de la música y su devenir que muestran que nuestro arte está vivo. Cosas, también, que conviene hacer lo mejor posible, a partir del conocimiento de la realidad artística y de su gestión, con la responsabilidad que conlleva programar desde lo público, es decir, con el dinero del contribuyente y más en tiempos en los que la demagogia tiene el gatillo fácil. Por cierto, ¿y la Ley de Mecenazgo? Con nuevo ministro de Cultura habrá que volver a hacer la pregunta por más que la titular de Hacienda sea la misma y sepamos que de ella depende. Y que, por ahora, nada. ¶