OPORTO / Las oscuras sombras del amor
Oporto. Casa da Música. 12-III-2022. Viktória Vizin, mezzosoprano. Romain Bockler, barítono. Krisztián Cser, barítono. Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música. Director: Péter Eötvös. Obras de Péter Eötvös y Béla Bartók.
Si lo que la Casa da Música de Oporto pretendía con este año 2022 dedicado al amor como tema principal de su programación era, precisamente, enamorarnos aún más de la buena música, desde luego que lo está consiguiendo; y lo hace (fiel a la apuesta de su director artístico, António Jorge Pacheco) otorgando una especial presencia a la creación de nuestro tiempo, sin olvidar el ponerla en perspectiva y diálogo con las mejores partituras del gran repertorio histórico.
Tal fue el caso del concierto que el pasado 12 de marzo reunió, en un mismo programa, dos óperas compuestas por sendos autores húngaros, Senza sangue (2014-15), de Péter Eötvös, y A kékszakállú herceg vára (El castillo de Barbazul, 1911-17), de Béla Bartók: dos piezas para dúo vocal y orquesta que completan dos horas de música, habiendo sido concebida específicamente la primera para anteceder a la magistral ópera bartokiana, consciente Péter Eötvös de que tras esta última nada podría sonar más que el silencio, y de que si El castillo de Barbazul era precedido por otra partitura, debería serlo no por una contrastante, sino por una pieza con la que conformase una unidad dramatúrgica.
Tanto Senza sangue como El castillo de Barbazul son dos óperas en un único acto y siete escenas que tienen en la relación entre un hombre y una mujer su tema central, desarrollándose ambas como una exploración del pasado y sus sombras a través del diálogo, la evocación y la memoria, si bien en el caso de la ópera de Péter Eötvös la evolución dramática nos conduce hacia la unidad y la luz; mientras que, en la bartokiana, hacia la escisión y la oscuridad.
Tras casi quince años buscando una obra literaria que constituyese dicha unidad con El castillo de Barbazul, finalmente Eötvös se decidió por Senza sangue (2002), novela de Alessandro Baricco, un escritor cuyos textos han basado otras partituras del compositor magiar, como Secret Kiss (2018). De Senza sangue se toma el final del libro, reconstruyendo su trama a través de los diálogos escritos por la libretista Mari Mezei: una dramaturgia de gran potencia e interés ambientada en el recuerdo de algo tan tristemente actual como una guerra, pero que musicalmente no me parece que acabe de funcionar, debido a un texto escasamente poético que, puesto en comparación con el libreto de Béla Balázs para la ópera bartokiana, aún sale peor parado.
Tampoco bien parada saldría, en una comparativa orquestal, Senza sangue, ópera menor que nos sigue mostrando a un Eötvös muy conservador en lo vocal y demasiado esquemático en el desarrollo instrumental de su pieza, compuesta para la misma plantilla que El castillo de Barbazul y con guiños que entrelazan a ambas partituras, como el uso de un intervalo de segunda menor que en la ópera de Bartók representa la sangre, mientras que en Senza sangue ese intervalo resuelve la tensión entre los dos protagonistas, marcando un punto de inflexión. En el haber de Senza sangue hay que apuntar, en cambio, la transparencia lograda por Péter Eötvös como orquestador, así como la dramaturgia que, en sí misma, es la parte orquestal, creando toda una red de violencias rememoradas como paisaje y fermento para las emociones en el presente, aunque algunas eclosionen, puntualmente, de un modo efectista.
De lo que no cabe duda es del enorme dominio que Péter Eötvös tiene de su propia música, algo que evidencia una dirección cuidadísima por medio de la cual la Orquestra Sinfónica do Porto vuelve a brillar en el repertorio actual a la altura de lo mejor, uniendo contundencia, sutileza dramatúrgica y un estupendo empaste prosódico con las líneas vocales de ambos protagonistas, lo que confiere a la orquesta lusa un carácter entre la melodía del canto y la disonancia, cuando se asoma la violencia de los días pasados: aquélla que había puesto en movimiento todos esos eslabones que llevan al encuentro de ese hombre y de esa mujer que se (con)funden desde los antípodas de la brutalidad humana. De dar cuenta de ambos personajes se encargaron una enorme Viktória Vizin, mezzosoprano húngara que ya había protagonizado el único registro discográfico de Senza sangue (BMC Records, 2018), y el francés Romain Bockler, barítono de voz transparente y flexible, al que quizás le falte algo de poso y credibilidad para representar el papel del septuagenario que aquí él canta.
Aunque Casa da Música habilitó una breve pausa de cinco minutos entre ambas óperas, el aparato orquestal de Senza sangue dispone, en sus últimos compases, todo un entramado tímbrico y tonal que prepara la entrada de El castillo de Barbazul, por lo que la transición entre ambas partituras es perfectamente lógica y coherente. De este modo, entre los postreros ecos de la ópera de Péter Eötvös nos fuimos adentrando en ese universo tan oscuro y fascinante que es A kékszakállú herceg vára, una de las óperas predilectas de quien firma estas líneas.
Huelgan las presentaciones, en el caso de El castillo de Barbazul, así que señalaremos, aquí, el mimo con el que Eötvös dirige la partitura, ya desde una articuladísima introducción en violas, violonchelos y contrabajos: cuerdas graves en las que ha asentado la columna vertebral de la ópera, como en los sobresalientes solistas de trompa, clarinete y oboe, con una mención especial para este último: un Tamás Bartók que hizo honor a su apellido. Las sucesivas entradas de los tres resultaron de una limpieza, de una precisión rítmica y de un melodismo realmente disfrutables, como el conjunto de la orquesta, aunque en esta ópera nuestra memoria esté mucho más poblada por versiones de referencia. Pasajes como la apertura de la quinta puerta nos han vuelto a poner, como de costumbre en vivo, la piel de gallina, aunque los metales tras el público no acabasen de cobrar presencia para envolverlo.
La pareja vocal tuvo como gran protagonista al barítono húngaro Krisztián Cser, un Barbazul dominante, progresivamente afianzado y de graves cavernosos que, aunque no nos haga olvidar a cantantes John Tomlinson o Dietrich Fischer-Dieskau, sí nos deja un idiomatismo de ley y una interiorización del personaje que lo hace dolorosamente creíble. Mientras, Viktória Vizin tuvo sus mejores momentos en los agudos y en su dramatización de la tan persuasiva Judith, cuyo desmoronamiento anímico fue tan logado en lo vocal como en lo gestual. La impresionante respuesta del público portuense, con la Sala Suggia unánimemente en pie en rendida ovación, nos congratula.
Paco Yáñez
(Fotos: Alexandre Delmar – Casa da Música)
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