NUEVA YORK / Una buena ‘Fedora’ con una decepcionante Fedora

Nueva York. Metropolitan Opera. 11-I-2023. Giordano: Fedora. Sonya Yoncheva, Rosa Feola, Piotr Beczala, Lucas Meachem. Director musical: Marco Armiliato. Director de escena: David McVicar.
Mientras contemplaba en el Met la nueva producción de Fedora, me venía una y otra vez a la cabeza el título de aquella canción de The Marvelettes de 1966: The Hunter Gets Captured by the Game. La heroína que da título a la ópera de Umberto Giordano es una princesa rusa que planea tender una trampa al hombre que mató a su prometido la víspera de su boda, pero que acaba enamorándose del malhechor y finalmente atrapada y destruida por la intriga que ella misma ha urdido. Basada, como en el caso de Tosca, en un célebre drama que Victorien Sardou había escrito para el lucimiento de Sarah Bernhardt, la segunda ópera más famosa de Giordano no posee la inspiración melódica de Andrea Chénier, pero es potente y atmosférica en lo dramático, y nunca deja de ser bien recibida, cualidad a la que cualquier compositor de ópera (sobre todo en nuestros días) debería aspirar.
Entonces, ¿por qué, durante el transcurso de esta ópera relativamente breve, mi mente no dejaba de trasladarse desde San Petersburgo, París y los Alpes suizos en la década de 1880 (escenarios, respectivamente, de los tres actos de la ópera) hasta el Detroit de los años sesenta del siglo pasado? La responsable fue Sonya Yoncheva, que asumió un papel en el que han destacado figuras tan carismáticas como Maria Jeritza, Maria Callas y Magda Olivero, extrayendo del mismo… muy poco. La soprano búlgara no destacó ni en lo vocal ni tampoco en lo dramático. Su Fedora lucía muy bien en sus tres vestidos diseñados por Brigitte Reiffenstuel, pero aparte de una cierta suntuosidad eslava, no aportó nada de lo que busco en este rol: un temperamento ágil, un agudo sentido del énfasis verbal y del matiz, además de la capacidad para crear frases musicales memorables. Me desconcierta el protagonismo que recientemente ha adquirido Yoncheva en el Met; no hay en su repertorio ningún papel que otra soprano no haga o no pueda hacer mejor.
Aparte de esta Fedora manifiestamente mejorable, el Met ofreció una buena Fedora, elegantemente diseñada por Charles Edwards (espléndidos los hermosos y minuciosos decorados) y Reiffenstuel (responsable del igualmente logrado vestuario). David McVicar, el atareado (a veces en exceso) regista in chief del Met de nuestros días, ha pergeñado un estupendo y concienzudo montaje que logra hacer avanzar la a veces enmarañada trama (buena parte de la cual sucede fuera de escena) y mantener a la vez un perfecto seguimiento visual del nutrido elenco de personajes introducidos por Giordano (es inevitable que, de vez en cuando, el espectador se pregunte: “¿Quién es ese?”). McVicar supo extraer un cierto plasticismo expresivo de su bastante inexpresiva protagonista en la escena de su agonía, e introdujo —algo poco habitual en estos tiempos de desenfrenado Regietheater — apenas un solo detalle de su propia cosecha: la figura fantasmal del prometido infiel de Fedora, que, en el interludio orquestal del segundo acto, realiza una inquietante danza (interpretado —pese a que el programa no lo mencionaba— por el actor Patrick Cann).
En el elenco destacó, sin lugar a duda, el extraordinario Loris de Piotr Beczala, elegante de apariencia y actuando con una convicción que a menudo echábamos en falta en la prima donna. El barítono Lucas Meachem, en el papel del diplomático francés De Siriex, mereció a todas luces la ovación que recibió al final de su canto a la feminidad rusa en el segundo acto. Rosa Feola actuó con desenvoltura y resultó encantadora en el papel de la frívola y efervescente condesa Olga, aunque tal vez a su voz le falta un poco de peso. El barítono transgénero Lucia Lucas, de alta talla y voz un tanto ruda, se mostró no obstante plenamente eficaz como el inquisitivo agente de policía Gretch. Por su parte, el pianista del Met Bryan Wagorn, en el papel del último protégé de Olga, realizó un brillante acompañamiento en la maravillosa escena del segundo acto en la que Fedora consigue que Loris confiese.
En el foso, Marco Armiliato extrajo de la orquesta del Met una exuberante sonoridad, aunque tal vez se demoró en demasía en ciertos pasajes que, a decir verdad, invitan a tales complacencias, aunque estarían mejor servidos sin ella. Y un último detalle: el aforo del teatro estaba prácticamente lleno la noche de mi función, algo que hoy por hoy se ve muy poco, y fue un verdadero placer escuchar los aplausos al caer el telón para esta obra más que estimable y relativamente desconocida. Dudo que, a diferencia de este humilde crítico, muchos espectadores se sintieran ligeramente defraudados.
Patrick Dillon
(Foto: Ken Koward | Met Opera)
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