NUEVA YORK / ‘The Hours’: rutilante estreno en el Met
Nueva York. Metropolitan Opera. 28-XI-2022. Puts: The Hours. Renée Fleming, Kelli O’Hara, Joyce DiDonato, Kyle Ketelsen. Director musical: Yannick Nézet-Séguin. Director de escena: Phelim McDermott.
¿Es The Hours de Kevin Puts la mejor ópera de nueva creación que ha presentado el Met en años? Probablemente. Está meticulosamente elaborada, es conspicuamente cantable y suscita una escucha que, pese a su evidente eclecticismo, resulta casi siempre seductora. “Basada en el libro de Michael Cunningham y en la película de Paramount Pictures”, dice el programa… Pero existe otra fuente que claramente merece crédito. Se trata de la novela Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf (cuyo título original era precisamente The Hours), que constituye el eje de las tres narraciones temporalmente dispares que confluyen en la obra de Cunningham, ganadora del Premio Pulitzer: Woolf escribiendo su novela en 1923; un ama de casa de Los Ángeles leyéndola en 1949; y en 1999, en Nueva York, una editora de libros de la alta burguesía que parece repetir extrañamente la trayectoria vital de la nostálgica heroína de Woolf. El libreto de Greg Pierce combina y superpone con destreza las tres historias, y el trío conclusivo de Puts, que reúne por fin a las protagonistas en el centro del escenario, produce cinco minutos mágicos de música que parecen detener el tiempo. Antes de eso hay tramos desiguales; pero durante la mayor parte de su recorrido, la música y la fascinante trama tripartita mantienen en pie The Hours.
Así y todo… ¿hace justicia la producción del Met a esta más que estimable ópera? Por momentos, sí; pero, en general, no. El principal problema es el propio Met: un espacio enorme que se antoja inadecuado para casi cualquier ópera contemporánea (y también para muchas que no lo son) con demandas genuinamente teatrales. El Met necesita urgentemente un espacio mucho más pequeño y favorable para las obras modernas de fuerte impronta teatral que tan admirablemente viene presentando en los últimos tiempos. Hasta que disponga de uno, las retransmisiones en directo en alta definición, vistas en un teatro con un sistema de sonido decente o en una pantalla doméstica, son mejores opciones que el auditorio del Met, que actúa como potente distanciador del público (por ejemplo, los tres extractos del ensayo general que pueden verse como videoclips en la página web del Met producían en la sala un efecto muy disminuido).
El segundo problema reside en la producción. El director de escena Phelim McDermott y su escenógrafo, Tom Pye, han urdido un agregado móvil de pisos, desniveles y cortinas que se deslizan y flotan para crear los cinco o seis decorados de la trama, que rara vez llenan realmente el gran proscenio del Met. Y tal vez para compensar el minimalismo visual, un grupo de bailarines invade una escena tras otra, distrayendo la atención del respetable (la coreógrafa Annie-B Parson tiene su parte de culpa), haciendo que, a menudo, al espectador le resultase difícil saber dónde mirar (las cámaras HD, por supuesto, limitarán las opciones). Por su parte, el vestuario de Pye diferencia con acierto los diversos periodos temporales.
El trío de célebres damas fue irregular. Como Virginia, Joyce DiDonato cantó y proyectó la voz admirablemente, dando además en todo momento la impresión de estar metida hasta el tuétano en la piel de su perturbado personaje. En el rol del ama de casa Laura Brown, Kelli O’Hara también se metió a fondo en el suyo, pero por desgracia su voz de soprano ligera sonó a menudo áspera y estridente. Y como Clarissa Vaughan (la moderna Mrs. Dalloway), Renée Fleming (principal impulsora de esta ópera) hizo demasiado por ser Renée Fleming y demasiado poco por dar vida a una persona real y cercana; su dicción fue la peor del reparto, aunque la voz sigue manteniéndose en buena forma. Kyle Ketelsen, con una dicción ejemplar, se mostró como de costumbre imponente y lleno de matices como Richard, el personaje que sirve de vínculo entre la historia de Laura y la de Clarissa; William Burden estuvo, también como es habitual en él, expresivo y elegante en el papel de Louis, el examante de Richard; Brandon Cedel cuajó una espléndida interpretación del desorientado marido de Laura; John Holiday prestó su etérea voz de contratenor al enigmático Man Under the Arch; y, como Barbara, la florista de Clarissa, Kathleen Kim lanzó con brío y acierto unos staccati dignos de la Reina de la Noche. Los cuatro niños, todos estupendos, seguramente habrían causado un mayor efecto en un teatro más pequeño.
El director musical del Met, Yannick Nézet-Séguin, hacía con esta ópera sus primeras apariciones de la temporada y, ataviado con su acostumbrado y poco tradicional estilo, logró que la fantástica y remozada orquesta tocara de forma entusiasta pero disciplinada (Puts, por cierto, no es ningún estudiante de orquestación). El coro también dio lo mejor de sí, aunque, como en el caso de los bailarines, su presencia en el escenario fue a menudo demasiado insistente.
Sí, lo ideal es escuchar una ópera en un teatro de ópera. Pero ésta se escucharía mejor (y se vería mucho mejor) en cualquier otro teatro que no fuese el Met.
Patrick Dillon
(Fotos: Evan Zimmerman / Met Opera)