NUEVA YORK, MET / Carrie Cracknell brinda una ‘Carmen’ para el olvido
Nueva York. Metropolitan Opera. 3-I-2024. Bizet: Carmen. Aigul Akhmetshina, Angel Blue, Rafael Davila, Kyle Ketelsen. Dirección musical: Daniele Rustioni. Dirección de escena: Carrie Cracknell. Escenografía: Michael Levine (decorados), Tom Scutt (vestuario), Guy Hoare (iluminación).
¿A quién hay que culpar por la nueva producción de Carmen en el Met? ¿Al equipo escénico, que ha ideado no sólo la Carmen más fea que he visto nunca, sino la producción del Met más fea que recuerdo? Los decorados monocromos de Michael Levine -pasarelas, puertas de garaje y vallas metálicas para la ‘fábrica de armas’ (!) del primer acto en ‘una ciudad industrial americana contemporánea’ (!!), un gran camión remolque para el segundo y -volteado- para el tercero, y un esquelético graderío de pista de rodeo para el cuarto- son los peores que he visto de este estimable escenógrafo, mientras que el vestuario agresivamente hortera de Tom Scutt parecía haber sido adquirido todo él en unos grandes almacenes baratos en plena época de rebajas. Por su parte, la iluminación de Guy Hoare, casi siempre demasiado turbia, se volvía deslumbrante merced a las varias docenas de tubos de luz fluorescente de Levine, y dolorosa cuando se encendían y apagaban para sugerir el tráfico nocturno de la autopista del segundo acto.
No exculpo a este triunvirato, pero sus ideas, por poco atractivas que fueran, ¿no eran simplemente una respuesta profesional a la visión de su directora de escena? Carrie Cracknell es una directora de teatro muy apreciada en su Inglaterra natal y ha recibido también aplausos en Nueva York, pero la ópera ha desempeñado un papel marginal en su trayectoria. De hecho, esta Carmen supone su segunda incursión en el género tras su aclamada actualización de Wozzeck para la English National Opera en 2013, que en muchos aspectos no era muy distinta de esta Carmen (los decorados y el vestuario eran de Scutt). Pero lo que funcionaba para Berg no es aplicable a Bizet; y a pesar de las intenciones de Cracknell, anunciadas en el New York Times, de “encuadrar [la violencia doméstica] como un desenlace que tiene que ver tanto con el género como con dos individuos”, nada de ese enfoque se hace visible en el escenario del Met: lo que presenciamos en su lugar es una puesta en escena flácida, difusa, sobrecargada y carente de cualquier empuje dramático. Pocas veces he visto una Carmen con tan poca conexión tangible entre sus personajes, o cuyos personajes fuesen tan difíciles de localizar en un escenario siempre abarrotado. Como un niño con un nuevo juguete navideño, Cracknell no puede resistirse a la tentación de poner a funcionar la plataforma rotatoria del Met, cuyos giros sin sentido no tardan en producir fastidio. ¿Y de quién fue la idea de despojar a la ópera de Bizet no sólo de sus diálogos hablados originales, sino también de los recitativos de Guiraud que tradicionalmente los sustituyen? Los números musicales se suceden sin ningún tejido conector que lo articule y le dé sentido.
Es posible que Daniele Rustioni, a cargo del foso, haya sido cómplice de esa decisión errónea; aun así, dirigió una vigorosa interpretación de la partitura, realzando el color y el ritmo que la puesta en escena parecía ignorar. El reparto, en general, estuvo todo lo bien que pudo con la mano que Cracknell les repartió, con un trabajo especialmente notable del bajo Wei Wu como Zúñiga y de un buen cuarteto de contrabandistas: el barítono Michael Adams y el tenor Frederick Ballentine como Le Dancaïre y Le Remendado, la mezzo Briana Hunter y la soprano Sydney Mancasola como Mercédès y Frasquita. La soprano Angel Blue es tal vez demasiado corpulenta -física y vocalmente- para encarnar a una Micaela ideal; pero el Escamillo de Kyle Ketelsen -aquí una estrella de rodeo en un llamativo descapotable rojo (una de los raros toques de color del espectáculo)- se reveló casi perfecto en apariencia, sonido y estilo. En el papel de Don José, Rafael Dávila sustituyó a un enfermo Piotr Beczala y, aparte de una torpe subida al Si bemol culminante del Aria de la flor, realizó un trabajo más que honroso con su fornido registro.
¿Y en cuanto Carmen? La mezzo Aigul Akhmetshina, que lucía casi elegante con sus shorts apretados y sus botas turquesas, hizo un magnífico uso de su aterciopelado registro, con estilo y a menudo con sutileza, y su interpretación fue atenta y nunca exagerada. Sin embargo, con demasiada frecuencia se la veía perdida en la confusión cracknelliana. La escuché por primera vez en Wexford en 2019, como la Dulcinée de Massenet, y estuvo sensacional, cautivando al público con tanta facilidad como a Don Quichotte. Esperaba que su Carmen también prendiera, pero no la culpo por no haberlo conseguido. Tiene otras dos nuevas Carmen en su agenda esta temporada, en la Royal Opera de Londres en abril y en Glyndebourne en agosto. Tal vez una de ellas sea la producción que su talento merece.
Patrick Dillon