Ni muchacha ni pez (‘La sirenita’ de Zemlinsky, por Marc Albrecht y la NPO)

ZEMLINSKY: Die Seejungfrau / Netherlands Philharmonic Orchestra. Dir.: Marc Albrecht / PENTATONE PTC 5186740 (1 SACD)
*** (sobre 5)
Estoy a punto de romper otra regla. Cuando hace aproximadamente quince años decidí limitarme a reseñar un solo disco a la semana, prometí que no haría críticas de tres estrellas. Tres es una forma de escurrir el bulto. Si es un buen disco –o un gran disco- merece cuatro o cinco. En cualquier otro caso, sólo escribiría de él si, aun siendo muy deficiente, su fracaso pudiese contener algún elemento instructivo.
Sin embargo, esta semana tenemos un tres estrellas: ¿por qué? Porque se trata de Zemlinsky, un autor que también parece atrapado entre dos aguas. Como muchos otros compositores de su generación, el corazón de Alexander von Zemlinsky (1871-1942) estuvo partido entre el romanticismo tardío y la atonalidad, entre la composición y la dirección, entre Viena y Berlín…
Profesor y cuñado de Schoenberg, fue el último director a quien Mahler invitó para dirigir en la Ópera de Viena. Zemlinsky fue también profesor y amante de Alma Mahler, y su mano puede verse en algunas de sus exageradamente elogiadas canciones –supuestamente- feministas. Se convirtió en un admirado director de orquesta en el Teatro Alemán de Praga y en la Kroll Oper de Berlín. Más tarde los nazis arruinaron su carrera y tuvo que embarcarse rumbo a América, donde muy pronto quedaría discapacitado a causa de un derrame cerebral. Su música gozó de un cierto resurgimiento en los años ochenta del pasado siglo, y al principio me sedujo su lujoso sonido y su magnífica técnica. Pero nunca resulta fácil precisar cuál es el verdadero Zemlinsky.
La más conocida de sus obras de concierto, la Sinfonía Lírica, es una sobrecargada imitación de La canción de la Tierra. Sus salmos para coro y orquesta son cautivadores. También me gustan mucho sus cuartetos de cuerda segundo y tercero.
La sirenita es una suite para gran orquesta escrita en 1905 que ofrece exquisitos momentos a la manera de la Noche transfigurada de Schoenberg, sin que acabemos de saber si el autor nos está contando una historia o pintando un cuadro impresionista. Zemlinsky escribió en una ocasión a Alma: “Para abrirte paso en este negocio necesitas codos, y a mí me faltan”. En el caso de La sirenita, no son codos los que faltan: es más bien el carácter. Serpenteando y zigzaguendo durante 47 minutos, el discurso musical pronto se desgasta. Marc Albrecht obtiene una suntuosa respuesta de la Orquesta Filarmónica de los Países Bajos, en la que sin duda es la mejor versión discográfica que he podido escuchar, coronada además por el deslumbrante sonido del sello Pentatone. Pero La sirenita no es ni un pez ni una muchacha, y me temo que tampoco la música. Así que tres estrellas: solo por esta vez.