Nelson Freire, la facilidad hecha pianista
“La facilidad hecha pianista”. Fue la primera y certera expresión que le salió al también pianista Xavier Torres cuando se enteró de la muerte de Nelson Freire. Era un grande del piano, y, lo que aún es más importante, grandísima persona. Freire ha fallecido en su domicilio de Río de Janeiro, ubicado en la rua Jose Pancetti, residencia que alternaba con su apartamento parisiense, en el 45 de la rue de Chaillot. No se conocen todavía las causas concretas del óbito, aunque por las redes sociales corría como causa de la muerte el suicidio.
Freire llevaba tiempo enfermo, como consecuencia de una fractura que le apartó de los escenarios, y de la que luego surgieron complicaciones diversas. Con su muerte inesperada, el mundo del teclado, la historia del piano, pierde a unos de sus mejores y más ejemplares nombres. También Brasil y toda la órbita iberoamericana. De hecho, él ha sido, junto con su gran amiga Martha Argerich, Claudio Arrau, Daniel Barenboim, Teresa Carreño, Alicia de Larrocha, Bruno Leonardo Gelber, Rafael Orozco, Maria João Pires y algunos otros, uno de sus más brillantes y admirados protagonistas.
Había nacido en Boa Esperança, en el estado brasileño de Minas Gerais, el 18 de octubre de 1944. A los cuatro años ya toqueteaba el piano, y a los cinco tocaba con desenvoltura la Sonata en La mayor de Mozart, que incluyó en su primer recital público, cuando con cinco añitos se presentó en el Teatro Municipal de São João Del Rei. En Brasil estudió con Nise Obino y Lúcia Branco. En 1957 tocó, con doce años, el Concierto Emperador de Beethoven en el Concurso de Río de Janeiro ante un tribunal en el que figuraban Lili Kraus, Marguerite Long y Guiomar Novaes.
Fueron precisamente estas tres grandes damas del piano del siglo XX las que, percatadas de talento del pequeño Nelson, recomendaron a sus padres enviarlo a Viena para estudiar, en la Musik Hochschule, con Bruno Seidlhofer, el mismo maestro de Rudolf Buchbinder, Friedrich Gulda y la que pronto se convertiría en su estrecha amiga y confidente Martha Argerich. En 1964 ganó el Primer Premio en el Concurso Vianna da Motta en Lisboa, y también recibió la Medalla Lipatti y la Medalla Harriet Cohen en Londres.
Desde entonces, optó por alejarse de los oropeles y ambiciones que envuelven el competitivo día a día de tantos grandes concertistas, y apostó por convertir su carrera en un itinerario sereno y sin aspavientos. Incluso durante décadas, hizo ascos al mundo del disco, del que tenía una visión parecida a la de Celibidache. Antes de este rechazo a los estudios de grabación, firmó algunos registros absolutamente referenciales, como un disco de vinilo, distribuido en España, en una precaria edición, por un sello llamado Yupi. El LP contenía —contiene: al menos en casa de quien suscribe sigue girando y girando después de casi medio siglo— en una cara el más maravilloso Carnaval op. 9 de Schumann imaginable, y en la otra, los Cuatro impromptus D 899 de Schubert en una versión no menos maravillosa. Otro disco de aquella primera época, también publicado en España, por Sonoplay, es un impresionante monográfico Brahms, centrado en la colosal y joven Sonata en Fa menor op. 5.
Fiel a su origen brasileiro, era un pianista comunicativo y caluroso, que eludía cualquier alarde virtuosístico para polarizar la atención en la verdad de la música. Luego, cuando hace ahora unos veinticinco años reemprendió la ‘normalidad’ de su carrera, firmó un contrato exclusivo con Decca, sello para el que dejó algunas grabaciones absolutamente referenciales, sobre todo de sus amados Chopin y Brahms. Entre este tesoro, no faltan todos los estudios, scherzos, nocturnos, Barcarola y las sonatas Segunda y Tercera de Chopin. Tampoco una nueva grabación de la Tercera sonata de Brahms, las músicas de su paisano Villa-Lobos, de los conciertos de Brahms y de Liszt, de sonatas de Beethoven y un muy recomendable etcétera. Toda su discografía, como sus conciertos —se prodigó con generosidad por España, incluidas actuaciones en el Festival de Canarias con Riccardo Chailly y la Concertgebouw, en 2003— delatan a un artista pleno, de sinceridad contagiosa y dotado de un estilo natural y al mismo tiempo documentado. Imposible olvidar sus grabaciones y recitales a dos pianos o cuatro manos con Martha Argerich.
Pero, sobre todo, queda el recuerdo de un hombre bueno, afable, generoso y maravillosamente interesante, humilde y cercano. En SCHERZO, en una espléndida entrevista de Luis Suñén, publicada en abril de 2019, Freire dijo haber tenido “siete vidas”. El ciclo se cerró, aunque sus vidas sí habitarán eternamente en el corazón de tantos melómanos, de ayer, hoy y mañana, que seguiremos y seguirán emocionándose con las grabaciones y el recuerdo de tan inolvidable personaje.
Justo Romero