Música, matemáticas y verdad (25 años sin Francisco Guerrero)
“Mi pasado anterior a Actus es inexistente y ni siquiera recuerdo haberlo vivido. Creo que nací en el año 1975”. Así de tajante me contestó Francisco Guerrero en una carta de 1996 cuando le pregunté por algunas de sus obras tempranas. Esta respuesta puede verse como una manifestación más de aquella radicalidad que impregnaba tanto su persona como su creación. Guerrero fue una de las más originales voces de la creación musical española e internacional, el autor de una música rigurosa, sin concesiones hacia el público y hacia los intérpretes (lo que explica en parte su limitada difusión); una música vehemente y arisca que, 25 años después de su muerte, mantiene intacta su fuerza impactante y su enorme poder de comunicación. No menos decisiva fue su labor pedagógica para con las nuevas generaciones de compositores. Entre sus alumnos figuran Alberto Posadas, David del Puerto, Jesús Rueda, César Camarero, Jesús Torres, Carlos Satué, Canco López y Alfonso Casanova.
Francisco Guerrero nació en 1951, en Linares. Su formación musical se realizó principalmente bajo la guía de su padre y de Juan Alfonso García, organista de la Catedral de Granada. En 1970, su obra Facturas ganó el Premio de Composición Manuel de Falla y poco más tarde el joven compositor se trasladó a Madrid, donde tomó contacto con el ambiente musical de la capital. Las piezas de esta época son un reflejo de las corrientes entonces dominantes en el panorama de las vanguardias: desde ecos del serialismo hasta ejemplos de música gráfica. Sin embargo, todo ello quedaría pronto superado por un acontecimiento que, a mediados de los setenta, marcó un punto de inflexión en su trayectoria. La lectura de un artículo sobre Xenakis en la revista Sonda le desveló “la pureza de las matemáticas, limpias, nobles y sin manchas”. El primer fruto de esta nueva orientación fue Actus, obra ganadora del Concurso de Composición Arpa de Oro de 1976. Desde aquel momento, Guerrero descatalogó todas sus composiciones anteriores (una veintena de títulos) y prohibió su difusión pública.
En la lección de Xenakis vislumbró Guerrero el camino para disciplinar con herramientas matemáticas una sensibilidad sonora de lo más visceral e incandescente. La utilización de prácticas combinatorias y fractales (estas últimas empleadas a partir de finales de los ochenta) le permitía interrelacionar todos los parámetros musicales de una forma muy estrecha y controlar con claridad la globalidad de la obra, dotándola al mismo tiempo de un diseño nítido y perceptible a pesar de la complejidad de los procedimientos empleados.
Estas características lucen con especial grandiosidad en sus obras orquestales, desde Antar Atman (1980), majestuosa apoteosis de las posibilidades combinatorias, hasta Coma Berenices (1996). En medio, cabe destacar logros como Ariadna (1984), con su mezcla –tan típicamente guerreriana– de dramatismo y abstracción; Oleada (1993), en la que la plantilla de 50 cuerdas parece plasmar el lento e inexorable dinamismo de un movimiento fluido; y sobre todo Sahara (1991), posiblemente la obra maestra de Guerrero, una partitura de poderoso aliento expresivo y apremiante lógica en donde el oyente tiene la impresión física de estar en directo contacto con la fuerza bruta de los fenómenos naturales.
Guerrero nunca entendió la utilización de herramientas fractales como un ejercicio meramente conceptual, sino como una manera de establecer una comunión profunda entre sonido y naturaleza. Desde mediados de los años setenta, la geometría fractal había propiciado un novedoso enfoque para comprender numerosas formas demasiado irregulares para ser descritas en términos geométricos tradicionales. Entre ellas, muchas formas naturales. Fractales son los árboles, las nubes, las costas, nuestros bronquios y nuestro aparato circulatorio. El objetivo de Guerrero era crear así una música compleja pero no cerebral, altamente estructurada y a la vez perfectamente natural. “Quiero construir una composición como está construido un árbol”: estas palabras resumían a la perfección su credo.
Su producción de cámara está encabezada por el magnífico ciclo Zayin, basado en el número siete (“zayin”, en hebreo). Se trata de un conjunto de siete piezas escritas entre 1983 y 1997 para instrumentos de cuerda (trío, cuarteto, violín). Cabe recordar aquí también Acte préalable (1977/78), para cuatro percusionistas, tal vez su página más programada y una de las más accesibles, y títulos como Anemos C (1976), Concierto de cámara (1977) o Vâda (1982), en cuyo concepto sonoro energético y “rugoso” se manifiesta la ascendencia ideal de Edgard Varèse y del flamenco. Por otro lado, obras como Rigel (1992) –una de sus dos piezas electroacústicas junto a Cefeidas (1990) – y Hyades (1994) muestran otro aspecto de la sensibilidad guerreriana, quizá minoritario pero igualmente significativo, basado en sonoridades envolventes que se desarrollan de manera muy lenta y desde una perspectiva cuasi mística y cósmica.
“Para mí, una composición es como un teorema: es la revelación de una verdad”, me comentó un día Paco. ¿Qué es un teorema? Es la expresión de un enunciado en su formalización más pura y precisa, donde nada sobra y nada falta. Estoy cada vez más convencido de que las matemáticas representaron para Guerrero un análogo principio de depuración y esencialidad. Su empleo no cohibía en absoluto la libertad del compositor, pero sí aseguraba que hasta la última nota estuviese allí por una necesidad intrínseca, no por arbitrio o capricho. Al eliminar lo fortuito y lo accesorio, Guerrero pretendía que sus obras tuviesen en sí mismas su propia razón de ser, su propia justificación: que hablasen en definitiva por sus propios medios, sin mediaciones ni ambigüedades, como lo hace un árbol, cuya forma y cuyos colores nos comunican de inmediato una sensación de autónoma y majestuosa belleza.
DISCOGRAFÍA DE FRANCISCO GUERRERO
La discografía de Francisco Guerrero puede rastrearse con facilidad en sitios como Spotify o YouTube, y ofrece una valiosa panorámica sobre su producción. El punto de partida imprescindible es la grabación que de su obra orquestal realizó la Orquesta Sinfónica de Galicia bajo la batuta de José Ramón Encinar, uno de los grandes defensores de su obra (Col Legno, 2003). Encinar y la OSG han grabado también la última obra de Guerrero, la orquestación de la Iberia de Albéniz (Glossa, 2007), un encargo del Festival de Música de Canarias que la muerte del compositor dejó a medias.
El ciclo Zayin ha sido llevado al disco por el Cuarteto Arditti (Almaviva, 1999) en interpretaciones de referencia, si bien es cierto que se han escuchado en vivo a Irivine Arditti versiones de Zayin VI más logradas que la recogida en este álbum. Por ello, habría que acudir al registro audiovisual que las cámaras de Canal + realizaron en 1997 en el Teatro Central de Sevilla con motivo del estreno del ciclo integral [véase arriba, con una entrevista de Juan Ángel Vela del Campo al compositor]. El resto del catálogo de cámara de Guerrero está bien representado por un monográfico del Grup Instrumental de València dirigido por Joan Cerveró (Anemos, 2009). El programa incluye el Concierto de cámara, Delta Cephei, Vâda, Ars Combinatoria, Anemos C y Hyades.
También queda constancia en disco de las dos piezas electroacústicas de Guerrero, Cefeidas y Rigel (Hyades Arts, 1993), y existen dos versiones de su única pieza para piano, Opus 1. Manual, a cargo de Jean-Pierre Dupuy (Stradivarius, 1995) y Miriam Gómez Morón (Almaviva, 2001). El Grupo Koan y José Ramón Encinar grabaron en su momento Acte Préalable (RTVE Música, 1990) y un antiguo vinilo recoge Actus bajo la batuta de José María Franco Gil (RCA, 1978).
La única laguna llamativa en la discografía de Guerrero es la ausencia de sus tres grandes piezas para coro –Anemos B, Teyas y Nûr– y de Rhea, para 12 saxofones. De esta última página puede rescatarse sin embargo en YouTube una versión en vídeo a cargo de SIGMA Project bajo la dirección de Nacho de Paz.
Stefano Russomanno