Muriel Romero, nueva directora de la Compañía Nacional de Danza
La bailarina y coreógrafa Muriel Romero (Murcia, 1972) será la próxima directora de la Compañía Nacional de Danza [CND], según ha anunciado hoy el Inaem, dependiente del Ministerio de Cultura, selección decantada de un concurso al que, según el mismo comunicado, se presentaron veintidós candidaturas; las leyes vigentes de protección de datos impiden saber los nombres de quienes aspiraron al puesto, pero a la vez se supo que la selección final se consiguió sobre cuatro proyectos finalistas, dos hombres y dos mujeres. Por razones arcanas, el organismo rector ha suprimido el término “director artístico” en la denominación del cargo, algo que parecía sobradamente justificado dado el organigrama excesivamente burocratizado y jerárquico sobre que funciona la unidad de producción de la danza y el ballet españoles. La CND, fundada como Ballet Nacional Clásico junto al Ballet Nacional de España por un Real decreto en 1979, ha cambiado hasta ahora cinco veces de nombre, siglas y algunas más de logotipo.
Muriel Romero, que sustituirá el 1 de septiembre a Joaquín de Luz con un contrato por cinco años y una prórroga opcional de hasta tres, es la tercera mujer que asume la dirección de la CND tras María de Ávila (1983-1986, periodo en que las dos compañías nacionales funcionaron bajo una misma égida administrativa) y Maya Plisetskaia (1986-1989).
Muriel Romero comenzó sus estudios de ballet, danza española y música en su ciudad natal de la mano de Alicia Monteagudo Ros. Con 11 años se traslada a Madrid para entrar en la escuela dirigida por María de Ávila, donde continuó su formación con la maestra Lola de Ávila. Paralelamente completó la carrera de danza clásica (categoría examen libre), obteniendo Matrícula de Honor en todos sus cursos. Entre los 14 y los 16 años participa en varios concursos de ballet académico y obtiene reconocimientos. Ya con 16 años entra a formar parte del elenco de la Compañía Nacional de Danza bajo la dirección de Maya Plisétskaia, y después ingresa como primera solista del Bayerische Staatsballett en Múnich. En 1993 actúa en el Nationaltheater de Mannheim, en la Gala de Estrellas en el Teatro Mariinski de San Petersburgo y consolida su carrera de danza clásica como primera bailarina en la Deutsche Oper Berlin. En 1995 vuelve a la CND bajo la dirección de Nacho Duato, donde trabaja con coreógrafos más contemporáneos del siglo XX, como Jiri Kylián, Ohad Naharin y William Forsythe. En el año 2000 comienza su carrera como artista freelance para explorar nuevos formatos, colaborando en proyectos con coreógrafos y dramaturgos de vanguardia como La Ribot y Sasha Waltz. Finalmente completará su carrera como solista en la compañía Grand Théâtre de Genève y, más tarde, de 2006 a 2008, como primera solista en la Semperoper Ballett en Dresden, bajo la dirección del canadiense Aaron Watkin. En 2008 funda el Instituto Stocos en Madrid, junto al compositor Pablo Palacio, un proyecto que combina danza, música, matemáticas, psicología experimental e inteligencia artificial. Muriel ha participado en proyectos europeos en el ámbito de la danza junto a instituciones como la Politécnica de Milán, la Universidad de Génova (Casa Paganini), la Conventry University o el Motion Bank, proyecto de danza y tecnología de la Forsythe Company. En el contexto de estos proyectos ha desarrollado nuevas técnicas y tecnologías orientadas tanto a la creación y la enseñanza de la danza, como a la preservación del patrimonio coreográfico europeo mediante nuevas tecnologías.
En la síntesis publicitada por el Inaem del proyecto de Romero, y probablemente, evitando todo spoiler, no aparece ni un solo nombre propio en cuanto a coreógrafos, maestros-repetidores, obras coreográficas o compositores. Es una manera de presentarse que lleva aparejada la petición de un voto de confianza: debemos confiar en su seriedad, su demostrado tesón y su inquietud en los terrenos de lo estético coréutico, aunque sí aparecen términos de jerga que pueden resultar inquietantes, como “producciones más independientes, la performance y las artes vivas”. Romero tiene a su favor una formación de base en ballet académico muy sólida, apoyada por el trabajo y la tradición de sus maestros, además de una carrera europea, que, sin ser muy larga, le permitió vivir desde dentro la mecánica de los grandes teatros. En términos generales, sus planteamientos son conciliadores y ambiciosos además de, ideológicamente, imbricarse en las corrientes más actuales del pensamiento social en boga: feminismo, paridad, relevancia de la mujer creadora, diversidad, inclusión y ecología, haciendo hincapié en un sistema de giras, la transición profesional de los bailarines al abandonar el escenario y un programa anual de creadores salidos de las propias filas.
Una vez más, el Inaem no lo ha hecho bien, ni ordenadamente. Ni siquiera este instituto ha sido cortés al despedir a Joaquín de Luz, al que primero le enseñaron la puerta de atrás para que no volviera al trabajo el 1 de abril cuando su contrato termina el próximo 31 de agosto. No son formas, no son modales, y menos de quienes se ufanan de proteger la belleza y las artes. El futuro de veinticinco bailarines (casi la mitad de la plantilla de la CND, todos en activo y la mayoría de los nuevos solistas) está en el aire, pues sus contratos finalizaban al tiempo de los del equipo directivo: a día de hoy ¿qué va a ser del futuro profesional de estos bailarines las próximas temporadas cuando ya han pasado los periodos ordinarios de audición en todo el orbe? ¿Alguien ha pensado en ellos? ¿La CND podrá mantener a todos estos artistas en su nueva estructura y plantilla, que debe ser consensuada con los propósitos artísticos de la nueva dirección, así como los compromisos adquiridos en el Teatro de La Zarzuela en diciembre y en el Teatro Real en febrero de 2025?
Esta es, sumariamente, la fanfarria de recibimiento que espera Muriel Romero el próximo 1 de septiembre. Su misión es muy compleja, llena de riesgos y de decisiones, algunas no del todo festivas. La patata hierve, la papeleta resulta críptica.
La CND no puede seguir dando tumbos sin fin desde hace 45 años. Es inadmisible, inaudito en el mundo civilizado que nos enmarca. Si se mira con algo de precisión se entiende enseguida: ningún director ha acabado sus periodos contratados (salvo Nacho Duato, al que le pareció que dos décadas de “dictadura de autor” era poco). Romero habla de crear comisiones evaluadoras del trabajo y su continuidad. Es buena idea.
Roger Salas
Foto: Ximena y Sergio