MURCIA / Demostrando cátedra

Murcia. Auditorio Victor Villegas. 16-X-2020. Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia (ÖSRM). Antonio García Egea, violín. David Apellániz, violonchelo. Director: Carlos Domínguez-Nieto. Obras de Albéniz y Brahms.
Dos circunstancias daban interés al segundo concierto de abono de la ÖSRM de la presente temporada: la actuación conjunta de dos catedráticos del Departamento de Cuerda del Conservatorio Superior de Música de Murcia, Antonio García, de violín, David Apellániz, de violonchelo, interpretando el Doble concierto op. 102 de Johannes Brahms, con el que sentaron cátedra, y la presentación por vez primera en Murcia de Carlos Domínguez-Nieto, titular de la Orquesta de Córdoba, que iniciaba su actuación con Cuatro paisajes ibéricos transcritos para orquesta por Albert Guinovart, extraídos de algunas de las piezas para piano más conocidas de Isaac Albéniz.
Respetando el espíritu y forma musicales del músico de Camprodón, el director madrileño ha entendido el respeto que Guinovart siente por la música de Albéniz, construyendo su exposición desde una marcada orientación impresionista, llegando a su máxima expresión en Córdoba, que dirigió con gran capacidad evocadora en su mágica presentación y primer desarrollo temático, sacando el mejor sonido de la sección de cuerda. En cuanto a los otros tres paisajes, Asturias, Cádiz y Castilla, hay que destacar el tratamiento dinámico dado a la primera, de modo llamativo, en el gradual diminuendo de su conclusión, llevando a la formación murciana a un quedo sonido muy homogéneo. Sin duda fue el garbo, que hacía imaginar una encantadora bailaora, lo más destacado de la obra dedicada a la Tacita de Plata. En la última fue manifiesta su intención de resaltar el cromatismo que ha conseguido trasladar Guinovart a la orquesta, lo que permitía al oyente disfrutar del buen trabajado desarrollado por ésta en la preparación de este programa.
En el cambio al sólido dogmatismo musical germano que contiene el Doble Concierto se pudo observar de inmediato una nueva cinética del director. Su experiencia en Alemania quedó de manifiesto cuadrando cada pasaje, cada transición y cada momento concertante, en este caso a tres bandas, con especial cuido del tempo y fraseo, distinguiendo siempre la contrastante temática que abunda en el primer movimiento de esta obra, que puede ser considerada como una especie de testamento sinfónico del autor. La claridad del violín de García Egea resaltaba sobre el sonido grueso y condensado que surgía del violonchelo de Apellániz, resaltando éste la solidez del pensamiento musical al que Brahms le destina. El maestro Domínguez-Nieto compensó las tensiones del Allegro transmitiendo el canto del Andante con serenidad, ahondando en ese particular carácter liederístico que los solistas hacían surgir de las cuerdas de sus instrumentos con una muy conjuntada capacidad de diálogo. Los contrastes apuntados por el violonchelista fueron los mejores momentos de su actuación, lo que favoreció el buen resultado alcanzado en este movimiento. La dificultad poliédrica que encierra el Vivace final quedó solventada por un controlado juego rítmico bien trazado por la batuta, que permitía que el violinista atrajera la atención del oyente en contraposición con los destellos orquestales, dejando que el violonchelo apaciguara tensiones, justificando con musicalidad su función de sustrato armónico a la que está destinado. Terminaba así una interpretación de la que ha de resaltarse la profesionalidad y capacidad artística de los tres protagonistas junto a una orquesta que mostró siempre su mejor respuesta. Los solistas ofrecieron como bis una lograda transcripción propia del aria que abre las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach en semejante tratamiento técnico con la más conocida escrita por el violinista Dmitri Sitkovetsky para trío de cuerda.