Fallece el gestor musical Oriol Ponsa

Ha muerto Oriol Ponsa. Quizá muchos no conozcan su nombre. Nacido en Barcelona en 1951, Oriol Ponsa era de los que estaban siempre entre bambalinas, procurando que todo estuviera siempre en orden. Fue quien, de la mano de Josep Pons, entre 1999 y 2005 convirtió a la Orquesta Ciudad de Granada en una formación ejemplar en el nuevo mapa sinfónico español del cambio de siglo. Más tarde, fue también gerente de la Sinfónica de Galicia y, finalmente, dejó este puesto para convertirse en secretario técnico de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
Aunque al final de su vida se decantó por la vida política (fue representante de Esquerra Republicana hasta 2020, cuando se pasó al Front Nacional de Catalunya), en él siempre habitó el músico que ya desde niño tenía que ser: “A mi padre se le metió en la cabeza que el niño tenía que ser músico”, confesó en septiembre de 2009 a La Opinión A Coruña.
Los que le tratamos supimos bien de sus cualidades y bondades. Y disfrutamos de ellas. Bebedor y fumador empedernido, detrás de ese aspecto de persona disconforme y un punto distante y hasta cascarrabias, se parapetaba un hombre abierto, y hasta dicharachero y entrañable. Caustico con la tontería y entusiasta con las bondades de la vida y de las personas. Conocía al dedillo su oficio y los complicados entresijos que lo envuelven. Era rotundo y radical. De firmes convicciones, algo que admira en un tiempo de conveniencias y seguidismos.
En septiembre de 2011, fue llamado por Helga Schmidt para gestionar la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dejó entonces A Coruña –donde había llegado en 2009 para reemplazar a Félix Palomero en la gerencia de la Sinfónica de Galicia– para trasladarse con sus bártulos a Valencia, al Palau de les Arts. Pesó en la decisión la morriña de su amada Catalunya y la cercanía a su propia familia. También un prometedor proyecto sinfónico al que él contribuyó a robustecer en condiciones poco favorables.
En Valencia trató de poner orden y concierto. Pero su trabajo profesionalizado e impecable chocó pronto con los bajos intereses de una clase política más empeñada en cargarse a Helga Schmidt que en resolver los problemas de una orquesta a la que él se volcó con la competencia de siempre. Acabó por volver a su Catalunya, donde se reincorporó efímeramente a la Escola Superior de Música de Catalunya, de la que ya había sido subdirector y adjunto al director general tras dejar, en 2005, “por razones de salud”, la gerencia de la Orquesta de Granada.
Licenciado en Historia, graduado en “derecho de propiedad intelectual” y antiguo estudiante de violín, piano y hasta dirección de orquesta, Oriol Ponsa soñó siempre con una plácida “jubilación” que le permitiera liberarse del estrés que tanto le carcomió. “Disfrutar de tantas cosas que tengo por hacer, como terminar un ensayo de carácter histórico en el que llevo años embarcado”. Tampoco podrá irse dos años a Grecia “y aprender griego: rarezas que tenemos los que nos dedicamos a estas cosas, que estamos un poco chalados”. Un abrazo, mi querido Oriol. Algún día leeremos tu ensayo sin fin.
Justo Romero
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