Mozart y la censura
Es sabido que Don Giovanni debió ampliarse con un final moralizante porque el original, con el Burlador negándose a arrepentirse y despreciando a las fuerzas del Más Allá, resultaba impío. Menos conocida es otra ocurrencia de la censura austriaca para el estreno vienés en 1788. Al terminar el primer acto, durante la fiesta en casa de Don Juan, el anfitrión da un Viva la libertà! que se consideró subversivo y fue sustituido por un condescendiente Viva la società! Al año siguiente estalló la revolución en Francia y es posible que la libertad se estuviera considerando peligrosa ya antes de tiempo. Los censores eran minuciosos, como se ve. En un ejemplo que resulta también prematuramente mozartiano, se tachó en Las bodas de Fígaro de Beaumarchais esta réplica: “Porque sois un gran señor os creéis un gran genio.”
Desde luego, en las comedias del francés abundan las críticas al clero y la nobleza. Las bodas… tuvo inconvenientes para circular por Europa. Lo hizo por contactos del escritor con la corte de Luis XV y, en el caso de su versión operística, por la mediación de un emperador ilustrado como José II. Cabe pensar que Mozart era un hombre sospechoso, más que por sí mismo, por sus malas compañías.
De ellas, la principal es el abate Da Ponte. La imagen de la sociedad que ofrece su trilogía mozartiana es más bien disolvente. Muestra unas identidades débiles, farsescas, recurrentes al disfraz y la máscara. Los vínculos amorosos suelen aguarse en declaraciones sin consecuencias, deslealtades e infidelidades. La conclusión de sus piezas resulta dispersiva. Tras la experiencia del embrollo y su aparente resolución, todos huyen hacia otro lugar. Huyen de la asociación y optan por lo furtivo.
¿Qué pasa con los y las amantes apasionados/as en Così fan tutte? Ellos se disfrazan para seducir a las novias de sus amigos y ellas, tras suspirar ausencias, se lían con los primeros albaneses que las cortejan. El remate, con una boda inválida y la caída de las máscaras, invita a la fuga. También se fugan los personajes de Le nozze di Figaro. El barbero sospechó de su prometida, el conde fue engañado por una camarera a vista de todos, la condesa casi por lo mismo y cualquiera sabe hasta dónde llegarán los asedios del pajecillo Querubín a la señora de la casa. Nadie queda situado donde debe y acaso tampoco lo será donde pueda.
En la censurada Don Giovanni el despiece que la culmina responde al mismo esquema. Hay un sexteto final con aparentes tres parejas. Pero los números no salen. Los recién casados Zerlina y Masetto han estado a punto de romper por sospechas del marido por la infidelidad de la novia. Doña Ana posterga su matrimonio con Don Octavio por un año y a saber qué dirá cuando acabe el plazo. Por fin Doña Elvira, otra contrayente frustrada, se encerrará en un convento y Leporello, en paro, irá a cualquier taberna en busca de un sinvergüenza comparable al incomparable Burlador. Los censores, enmarañados en minucias, no vieron nada de esto. No todas sus torpezas acaban en desdichas. Algunas, según se ve, producen felicidad.
Blas Matamoro