MOTRIL / Brillante estreno de la ópera ‘Don Diego de Granada’

Motril. Teatro Calderón. 2-X-2022. Héctor Eliel Márquez: Don Diego de Granada. Víctor Cruz, Verónica Plata, Luis Arance, Carmina Sánchez. Trío Arbós. Juan Carlos Chornet, flauta, Néstor Pamblanco, percusión. Director musical: Héctor Eliel Márquez. Director de escena: Rafa Simón.
En el marco del festival Música Sur de Motril se ha producido el estreno absoluto de una ópera, lo que siempre constituye un genuino acontecimiento musical. Don Diego de Granada, con libreto del poeta Antonio Carvajal y música del compositor Héctor Eliel Márquez, cuenta en dos breves actos un episodio de la vida del diplomático, poeta y humanista Diego Hurtado de Mendoza, intentando —como sugirió Borges— que una anécdota mínima pueda explicar la vida y el destino de un personaje: en este caso, una deuda con el mismísimo rey Felipe II y un trasfondo de ingratitud, añoranza del pasado y lúcida decadencia presente.
La música de Márquez, planteada para un conjunto de cámara (trío, flauta y percusión), inteligente y eficaz, plenamente consciente de sí misma —como el compositor de su oficio—, puede enmarcarse en lo que podríamos denominar ‘posvanguardismo’ o, más directamente, ‘posmodernismo’: no se siente en deuda con la herencia de la vanguardia y emplea todos los recursos a su alcance (incluidos los de la propia vanguardia), como medios para conseguir su fin, que es servir de forma eficaz a un determinado propósito expresivo en el que el público y su fruición vuelven a ser importantes: las disonancias aquí son por tanto tan naturales como las referencias armónicas o melódicas a los estilos del pasado; sobrevuelan aires arcaizantes o españoles vinculados con la época y la trama, sin subrayados, todo integrado en un discurso musical más amplio y libre. Ejemplo es la obertura —quizá innecesariamente larga—, una serie de variaciones sobre una folía que además iba incluyendo motivos de la obra, el entreacto, más compacto y logrado o el bellísimo trío final. Cabe destacar también en la composición la capacidad de hacerse una con el texto de Carvajal —en verso—, cuyas virtudes métricas y poéticas destaca, a veces a través del empleo de recitativos o de líneas melódicas vinculadas con la dicción: así, un soneto, convertido en aria de Don Diego, se percibe y se realza como soneto ‘cantado’, y no un texto informe que el compositor desvirtúa para sus propósitos.
Con un planteamiento estético similar, que hace de esta ópera un todo integrado, la puesta en escena de Rafa Simón compartió con la música sus cualidades: inteligencia, eficacia y conciencia de sí, sin la adscripción a ningún concepto a priori salvo la lógica escénica. Una estructura en alto con dos escaleras laterales bajo la que se ubican los músicos; los personajes se mueven por ambos espacios; abajo, por delante de aquellos. Por tanto, con los músicos en escena, pero al mismo tiempo en algo parecido a un foso, parecen resaltarse los vínculos de la obra con la tradición operística, pero sin ingenuidad. Junto con ello, entre otros elementos destacables, el hábil uso de una ilustración proyectada de Sierra Nevada, que, de repente, durante el entreacto instrumental, se despeja y se cubre de nieve para indicar el paso del tiempo; el de la luz para simular ventanas enrejadas cuyos barrotes se reflejan en ocasiones sobre los personajes; o una cuidada composición de estos, casi con virtud de fotograma, por ejemplo en el final, muy logrado —según hemos dicho ya— en su belleza tanto musical como visual. Completaba la puesta en escena el magnífico vestuario de José A. Riazzo, que daba el justo contraste a lo moderno y mínimo de ésta, vestuario de época, suntuoso, preciso, sin el más mínimo trazo de disfraz.
La interpretación fue, en general muy buena, si bien más dubitativa en el primer acto y mucho más lograda en el segundo (que fue muy superior en todos los aspectos, no solo el interpretativo: la obra parece tomar aliento tras el interludio). Músicos y cantantes estuvieron espléndidos. En estos últimos es preciso destacar, aparte de sus virtudes musicales, que saltaron a la vista, la excelente dicción que permitía la comprensión razonable del texto sin necesidad de subtítulos (con la excepción de la Elisa de Carmina Sánchez, con un hermoso timbre, pero cuya opacidad, tan ‘italiana’, velaba el texto). Es inevitable destacar al genuino protagonista de la obra, Don Diego, encarnado por el barítono Víctor Cruz, excelente (sobre todo a partir de la citada aria-soneto), quien, con una bellísima voz y sentido dramático del canto, supo construir el ethos del personaje de forma verosímil y emotiva: atrabiliario, tierno, desengañado, lúcido, soberbio no sin razón y algo quijotesco.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: José María González López)
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