MONDOÑEDO / Festival Bal y Gay: Groba recuperado y un grande del violonchelo
Mondoñedo. Catedral. 23-VIII-2024. Santiago Cañón-Valencia, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: José Miguel Pérez-Sierra. Obras de Groba y Chaikovski.
Recuerdo la impresión que me produjo la escucha del primer disco —Solo (Atol)— del joven violonchelista colombiano (Bogotá, 1995) Santiago Cañón-Valencia, con obras de Ginastera, Ligeti, Kodály y una versión, que para mí sigue siendo de referencia, de la Suite de Gaspar Cassadó. El disco se grabó en 2013, es decir, cuando su protagonista tenía dieciocho años, había superado la dificilísima etapa de ser niño prodigio y se le empezaba a abrir un panorama tan atrayente como en ocasiones complicado de gestionar. El pasado noviembre ofrecía en la coruñesa iglesia de las Capuchinas un recital al que, debido a la casi clandestinidad de su anuncio, este crítico no pudo acudir. Así, pues, diez años después de la sorpresa discográfica se abría la posibilidad de confirmar con mis propios oídos una impresión que no me había abandonado. La ocasión reunía, además, el atractivo de la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida por José Miguel Pérez-Sierra recuperando un par de obras de Rogelio Groba (1930-2022) en la bella catedral de Mondoñedo —aún lo sería aún más a esas horas si el retablo no padeciera en su iluminación esos tonos azulados que lo desvirtúan— y en el que iba a ser el concierto de clausura del Festival Bal y Gay de este año.
En sus breves y ajustadas notas al programa, mi compañero, y sin embargo amigo, Arturo Reverter explica perfectamente las claves de la extraordinariamente prolífica obra de Rogelio Groba: oficio, dominio de la forma, lenguaje tonal de amplio espectro y fidelidad a las raíces de lo popular. Todo ello queda de manifiesto en la Sinfonietta rococó (2013) y en Intres porriñeses (Ratos porriñeses, de 2006), sendas sumas de influencias asumidas con toda naturalidad y lejos de esas partituras orquestales más ambiciosas que surgieron del estro del autor de Guláns y que de vez en cuando se recuperan.
La Sinfonietta se abre con una suerte de moto perpetuo admirablemente construido, sigue con una reflexión irónica sobre el rococó del título, presenta un bello motivo en su tiempo lento y se cierra con un Presto iniciado por un tema, con aromas franceses, para las maderas y que es lo mejor de una pieza que concluye recordando poderosamente —esas características comunes a tantas músicas populares— a los ritmos más vivos de la St. Paul’s Suite de Gustav Holst —más el añadido de una muy brillante llamada de la trompeta. El primer tiempo de Intres porriñeses se llama nada menos que Granítico —paisaje puro, pues, y piedra— y es un buen ejercicio de contrapunto con un segundo tema triunfal mientras en los otros dos movimientos se apela de nuevo a lo popular, sea desde la vertiente más íntima o la más festiva —la descripción de la feria.
Músicas ambas estupendamente hechas, que recuerdan a muchas otras, con rasgos comunes a la Generación de la República, con algún eco de Jesús Guridi y para las que el tiempo pareciera ya importar bien poco cuando se compusieron. Pérez-Sierra y la OSG ofrecieron versiones que se dirían difícilmente mejorables de ambas piezas, sacando de ellas todo lo que ofrecen y más.
Vayamos a nuestro violonchelista. Cañón-Valencia mostró que, en efecto, se ha convertido en un grandísimo músico. Técnicamente sobrado y con una soltura que le permite ir a lo expresivo con la seguridad de un mecanismo perfectamente armado. Atento a todos los detalles, con un sonido grande y muy bello pero, al mismo tiempo, íntimo cuando debía serlo y entendiendo la pieza chaikovskiana en su perfecta condición evocadora pero también reflexiva, de juego sutil y de confesión discreta. Perfecta, por cierto, la acústica de la catedral mindoense para el violonchelo solo. Pérez-Sierra, que supo ver con mucha inteligencia las Variaciones desde su lado más refinado y hasta camerístico —también atendiendo a que esa misma acústica no es buena para una orquesta demasiado crecida— acompañó con la elegancia que merecía el caso. Formidables los sinfónicos coruñeses. Todos firmaron una versión magnífica de una partitura que así tratada crece desde su propia esencia. Cañón-Valencia, tras las aclamaciones de público y orquesta, ofreció como encore la Sarabande de la Suite nº 1 de Bach.
Luis Suñén
(fotos: Xaora Fotógrafos)