Mikhail Pletnev, el camaleón

Desde hace tiempo defiendo –con escasa fortuna– que en sus momentos más logrados las sonatas para piano de Haydn rayan a igual o más altura que las de Mozart, y sin embargo se programan con mucha menos frecuencia. La obra pianística de Haydn sufre todavía una injustificada minusvaloración. Es cierto que entre sus 62 sonatas hay muchas de escasa trascendencia. Pero, a partir de la estupenda Sonata nº 33 en do menor, de 1771, los aciertos se multiplican. Es el caso de la Sonata nº 60 en Do mayor, cuyo último movimiento es una de las grandes muestras del humor musical haydniano: el compositor hace una genial utilización de los silencios para saltar de manera sorpresiva de una tonalidad a otra.
Haydn necesita, quizá más que Mozart, un plus por parte del intérprete para seducir al oyente. Mikhail Pletnev forma parte de mi triunvirato ideal de pianistas haydnianos junto con Alfred Brendel y Andreas Staier (este último con fortepiano). Desconozco la fecha en que Pletnev interpreta aquí la Sonata nº 60 aunque, a juzgar por su semblante juvenil, podría ser finales de los años setenta. En esta época, el pianista se destapaba como uno de los grandes talentos de su generación al ganar el Concurso Chaikovsky de Moscú en 1978. El repertorio con el que más se le identifica es el romántico, y no obstante me parece que sus resultados más originales como pianista (Pletnev es también un notable director de orquesta) los ha conseguido en tres autores del siglo XVIII: Domenico Scarlatti, Carl Philipp Emanuel Bach y Haydn. En ningún caso Pletnev trata de imitar el instrumento de época –sea clavecín, clavicordio o fortepiano– y más bien aprovecha los recursos del piano moderno para obtener un sonido cristalino, brillante, de singular nitidez y sobre todo camaleónico, capaz de plegarse a los frecuentes y repentinos cambios anímicos que estas obras proponen.
Esta de Pletnev me parece no solamente una de las mejores versiones de la Sonata nº 60 de Haydn; es también una de las más asombrosas actuaciones de un pianista en directo, no tanto en un sentido virtuosístico y espectacular, sino por el amplísimo abanico de sonoridades y fraseos que el intérprete obtiene por medio de una sutilísima y siempre variada articulación de dedos, mano y muñeca (muñecas que en más de una ocasión quedan por debajo del teclado, como en 7’58”). Pero hay más. Uno tiene la sensación de que, en este camaleonismo suyo, Pletnev alberga diversas personalidades que se turnan continuamente sobre el teclado. Está el virtuoso, por supuesto, y el poeta. Pero también está el niño: en la repetición de la exposición (2’04”), el pianista toca el principio del tema todo con la punta del dedo índice, tal como lo haría un principiante.
Los saltos son también cronológicos. El inefable sentido de misterio con el que Pletnev acomete la parte central del primer movimiento (4’45”) y los compases que siguen, conducen directamente a Beethoven. Este juego de desdoblamientos alcanza un término sorprendente. En diversos pasajes de la sonata (1’11”, 3’09”, 10’00”, 12’07”), las dos manos del pianista dan la impresión de actuar de manera independiente: la izquierda se levanta y “dirige” la derecha. Como si de dos personas se tratara, el Pletnev director (izquierda) toma la batuta y dirige al Pletnev pianista (derecha). La sonata se convierte así de repente en una sinfonía imaginaria, en donde las distintas frases están a cargo de otros tantos instrumentos y de otros tantos instrumentistas.
Stefano Russomanno
(foto: Harald Hoffmann)