Michael Gielen, una ‘Misa Solemnis’ sin aprioris ideológicos
BEETHOVEN: Missa Solemnis. Alison Hargan, soprano / Marjana Lipovsek, mezzosoprano / Thomas Moser, tenor / Matthias Hölle, bajo / Wiener Singverein / ORF Vienna Radio Symphony Orchestra / Director: Michael Gielen / ORFEO 999201 (1 CD)
La Missa Solemnis de Beethoven forma con la Misa en Si menor de Bach la doble cumbre del género que tiene como base el texto litúrgico a que hace referencia su título. Cualquier aficionado sabe que se trata de una obra gigantesca, difícil de poner en pie, en la que la energía y la unción deben correr paralelas, en la que la exigencia a coros, orquesta y solistas vocales es máxima, no en vano da la sensación de que en ella su creador quiere acercarse al Creador por una cierta vía de emulación, mostrar su poder al Todopoderoso. Puede decirse de otro modo: ser protagonista de la parábola de los talentos. De otra manera aún: mostrar hasta donde puede llegar la espiritualidad de alguien que convive con sus dudas y que nunca hizo alarde de creyente ejemplar. Hablamos de sensación y, por tanto, de inexactitud hermenéutica. Hay un texto que pide una lectura y esa lectura no exige una devoción religiosa pero sí la obligación de conocer la ruta a seguir. Que esta desemboque en la emoción depende de distintos factores que nacen del ejecutante y del oyente y que, se supone, están en la partitura.
Perdón por recordar lo obvio, pero ante la Missa Solemnis esa obviedad se hace evidencia. Más aún si sabemos lo que puede hacerse y cómo. Quiero decir que escuchar una versión de la obra después de haber conocido las de Klemperer y Bernstein exige esa misma reflexión, ese viejo sonsonete. Klemperer —quizá el más grande intérprete de esta partitura— y Bernstein apabullan, pero también impresionan, ordenan el material dado, pero también lo convierten en pura tempestad expresiva, llegan a lo que pareciera el límite físico y mental de una música que reúne en si todas las ideas, todas las formas y todas las imágenes.
Pues bien, la llegada de esta versión dirigida por Michael Gielen —fallecido en marzo de 2019— y grabada en Viena en 1985 nos permite comprobar cómo también en ese cúmulo de posibilidades se da igualmente la de quien respeta al oyente sin querer abducirlo hacia el infinito. Su conocida objetividad, sin embargo, no lo lleva al terreno de lo que queda por colorear, de lo que se supone podría ir más allá, pero es mejor mantener a ras de partitura. Su registro de las sinfonías fue una muestra, a mi entender muy interesante, de su manera de hacer, que parte también de un conocimiento muy profundo de la música de nuestro tiempo y de un poco antes pues fue magnífico mahleriano. En su versión de la Missa Solemnis —tercera que aparece en el mercado tras las que dirigiera a sus huestes de Baden-Baden en 1989, recogida en audio y video, y a la Filarmónica de Luxemburgo en 2006— hay espacio para quien quiera entrar, digo escuchar, sin aprioris ideológicos, sin piedades sobrepuestas aunque también haya una potente idea de partida: “Hoy se programa poco la Missa Solemnis”, decía Gielen, “porque Cristo no está entre los intereses de los accionistas”. Y grandes momentos —por ejemplo, el Agnus Dei— en los que la percepción de trascendencia aparece bien clara. Técnicamente la versión es muy convincente, con una buena orquesta, unos buenos coros y unos solistas que cumplen con solvencia, con especial cita para Marjana Lipovsek, que ya aparecía en el 88. Queda claro que primero Klemperer, luego Bernstein y después… Bueno, pues en ese después coloquen ustedes esta versión que muestra, por si hiciera falta, la categoría de un gran director de orquesta que siempre supo muy bien qué terreno pisaba.
Luis Suñén
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