Mi semestre con Beethoven
Una noche de verano a principios de los 90, conocí a un estudiante llamado Till en un festival en Schleswig-Holstein donde importantes solistas hacían música en establos adecentados, en medio de los mugidos de las vacas frisonas que pastaban en los campos cercanos. Leonard Bernstein había dado su bendición a este festival ad hoc y, entre las bostas del ganado, pude conocer a algunos brillantes visionarios.
Till, por ejemplo, tuvo la visión de que un día toda la música grabada —desde la primera aria de Caruso hasta el último lanzamiento de Decca— estaría disponible para cualquiera con sólo pulsar un botón. Ahora bien, estos eran los días embriagadores entre el fin de la historia y el amanecer de Internet, cuando todo parecía posible. Aun así, conociendo de primera mano la naturaleza abusiva de la industria discográfica, yo no podía imaginar que alguna vez llegaría a reunir sus tesoros estrechamente custodiados en un único recipiente virtual.
Avancemos rápidamente veinticinco años. La industria discográfica de la música clásica prácticamente ha fenecido y Till Janczukowicz está sentado en el Berlín de 2020 como director ejecutivo de un servicio de streaming que ha logrado obtener diez millones de dólares de bancos dispuestos a llevar toda la música clásica al instante a nuestro smartphone.
El imperio de Till se llama Idagio.com y, una vez que se entra, ya se puede despedir uno de su jornada de trabajo. Teclee el nombre más oscuro que recuerde de su colección de LPs de la adolescencia —Sebastian Peschko, por ejemplo— y en menos de un clic tendrá a su disposición el trabajo de toda la vida de este pianista, sus 32 álbumes como acompañante de lied. Piense en un sinfonista inglés olvidado. ¿Havergal Brian? Idagio tiene 20 discos de Brian. Malcolm Arnold le gana con 132. Es algo irresistible. En mi caso, no había sentido una tentación tan emocionante e ilimitada desde que, a los seis años, me quedé momentáneamente solo en una tienda de dulces a la orilla del mar.
Tener toda la historia de la discografía al alcance de los dedos es ser como Peter Kien, en la novela Auto-da-fe de Elias Canetti, que camina con una biblioteca en la cabeza. Si el conocimiento es poder, disponer de un conocimiento total es algo equivalente a la autocracia. Un oyente que se conecta a Idagio se convierte en un Pedro “el Grande” musical. Todas esas discusiones que hemos mantenido sobre cuál de los ocho ciclos de Beethoven de Herbert von Karajan era el menos esencial, o sobre si Koussevitsky era o no un buen director, o por qué los Balcanes producen tantos cantantes y tan pocos pianistas, todo esto se puede resolver de una vez por todas y de forma definitiva. De igual manera los méritos relativos de las Filarmónicas de Berlín y Viena, Callas y Tebaldi, Rattle y Petrenko, Lang Lang y Trifonov. Todo está ahí, listo para ser escuchado, y sin duda ha cambiado mi manera de escuchar.
Hablando recientemente sobre el 250º aniversario del nacimiento de Beethoven durante una cena con Till, quedé impactado por la idea de que, usando Idagio, una persona pueda abarcar de forma exhaustiva la historia interpretativa del compositor más importante del mundo, y no a través de años de investigación musicológica, sino en unas pocas semanas de concentrada escucha. Hagamos cuentas. Beethoven escribió 135 obras numeradas, algunas de las cuales incluyen tres sonatas para piano o seis cuartetos de cuerda bajo el mismo número de opus. Están además las obras sin catalogar, conocidas como WoO (obras sin opus). En total, unas 250 partituras.
La primera grabación de una sinfonía de Beethoven fue una Quinta dirigida en Berlín, en noviembre de 1913, por Arthur Nikisch. Las últimas, aparecidas el mes pasado, están protagonizadas por los hermanos Fischer, Ivan y Adam. En total hay 127 Quintas en Idagio y entre doce y quince mil grabaciones de Beethoven. Eliminemos a los menos competentes, a los Balcanes, a los que se repiten a sí mismos y a los irremediablemente recónditos, y nos quedaremos con cifras manejables. Hagámoslo, dijo Till.
Así que lo que estoy haciendo durante la primera mitad de este año es examinar día a día las obras de Beethoven grabadas en disco con la esperanza de entender la mente que cambió la historia de la música. Cuando empecé, pensé que amaba a Beethoven. Ahora no estoy tan seguro; en todo caso, no todo el tiempo.
Como la mayoría de los hombres de genio, Beethoven es difícilmente querible. Donde otros tienen una debilidad humana —Mozart pasaba tardes enteras jugando al billar, Wagner se gastaba el dinero en sedas, Brahms empinaba el codo, Elgar iba a las carreras y Bruckner… mejor no vayamos allí—, Beethoven aplicó cada hora de su vida laboral al fomento de su arte. Es original hasta el tuétano —si cita a otro compositor es sólo para mostrar por qué lo hacía mal— y es ultra serio, incluso para los estándares alemanes. Su única ópera, Fidelio, está menoscabada porque sus personajes son buenos o malos y carecen prácticamente de encanto. La Novena sinfonía a menudo me parece demasiado grande para ser buena. Si todos los hombres van a ser hermanos, ¿qué más queda por decir? Beethoven cierra la discusión allá donde Schumann, Verdi, Mahler y Debussy dejan preguntas abiertas.
Todo ello afecta a la forma en que los músicos interpretan sus obras en los discos, haciendo que muchos de ellos se amontonen en un estrecho corredor de certezas. Los pianistas se dividen entre aquellos —Schnabel, Arrau, Gulda, Gould, Rubinstein— que sorprenden con notas y opiniones equivocadas, y la gran mayoría que no se atreven a ofender.
De vez en cuando, una interpretación se declara como definitiva. Por ejemplo, la grabación de la Quinta sinfonía de Viena de 1974 de Carlos Kleiber no tiene rival en las guías de discos. ¿A qué se debe esto? le pregunté a un violonchelista de mi barrio, Steven Isserlis.
“A que la música suena como si no pudiera sonar de otra forma”, respondió. Formulé la misma pregunta a tres docenas de expertos de todo el mundo. Es perfecta, me respondieron por correo electrónico. Pero la perfección es inhumana, grité, blandiendo alternativas tan temibles y caóticas como las de Tennstedt, Zinman, Schmidt-Isserstedt, Mravinsky, Pletnev y el primer ciclo de Karajan.
No importa. Revisando Beethoven día tras día en www.slippedisc.com, me encuentro encerrado en el juego de salón más gratificante desde la invención del (no estoy seguro de cuál fue el primero) Scrabble y el strip poker. Hay muchos caminos hacia Beethoven, y yo los estoy explorando todos. También usted lo puede hacer. Internet ha hecho cosas horribles a los valores culturales, pero Idagio.com resucita mi creencia en que todo el mundo tiene derecho a acceder a las cumbres de la civilización, y en que todo el mundo tiene la capacidad de formarse una opinión. Pero ¿por qué tienen que creer en mi palabra? Beethoven está esperando. Entren en él. ¶
Norman Lebrecht
(Artículo publicado en el nº 359 de SCHERZO, de febrero de 2020)