MÉRIDA / A los pies de la diosa

Mérida. Museo Nacional de Arte Romano. 3-I-2020. Dúo Samino (Nerea Samino, clarinete; Abraham Samino, piano). Obras de Brahms, Berg y Poulenc.
Hay conciertos que agregan a su propio interés musical peculiaridades únicas. Es el caso del recital de clarinete y piano protagonizado el jueves en la nave central del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida por el dúo emeritense integrado por los hermanos Samino, artistas jóvenes, pero ya bien cuajados, formados ambos en el Mozarteum de Salzburgo y que forman parte de la brillante generación de instrumentistas y cantantes surgida en la tierra de Juan Vázquez y Esteban Sánchez en las tres últimas décadas. En espacio único tan único, a los mismos pies de la estatua sedente de la diosa Ceres y mientras la mágica luz natural crepusculea gracias al sortilegio vespertino de la naturaleza y al arte excepcional del arquitecto Rafael Moneo, los Samino hicieron convivir las músicas de Brahms, Berg y Poulenc con las milenarias piedras romanas y el formidable contenedor que las atesora.
Evidentemente, la acústica no era la mejor del mundo, sino todo lo contrario. Tampoco el entrar y salir de visitantes al Museo invitaba al silencioso recogimiento que precisa la música. Pero la profesionalidad de los intérpretes (milagro de la diosa Ceres fue que pudieran mover los dedos en la atmósfera polar del inmenso espacio museístico) se impuso sobre todo ante un auditorio que, unos en pie, algunos pocos privilegiados sentados en las escasas sillas disponibles y otros incluso sentados en el mismísimo gélido suelo, tuvo el coraje de aguantar estoicamente y sin inmutarse hasta el final del variado programa.
De Brahms ofrecieron una versión vibrante y poderosa –más en el teclado que en el clarinete, posiblemente consecuencia de la desequilibradora acústica- de su Segunda sonata para clarinete, que se escuchó cantada con efusiva calidez, con esa “amabilidad” que el propio compositor reclama para el Allegro que la abre, y que alcanzó punto culminante en el apasionado movimiento central. Experiencia inolvidable fue escuchar en semejante marco, mientras la luz natural mutaba colores e iba cediendo a la noche, las Cuatro piezas op. 5 de Alban Berg, escritas en 1913 pero que siguen tan contemporáneas como cualquier gran música. Fue una versión fenomenal, de silencios bien sentidos, integrados en unas sonoridades y registros acústicos que los Samino cuidaron y adataron a la nada fácil realidad sonora del museo. La música inconfundible de Berg se fusionó con la piedra romana, el ladrillo de Moneo y la luz cenital y penetrante para revelarse en su más rotunda entidad expresionista.
Feliz, como casi siempre, se sintió en Mérida la música extravertida, melodiosa e intensamente rítmica de Poulenc, compositor “mitad hereje, mitad monje”, como recordó Aurora Samino –tercera hermana de tan saminero recital- en las agudas y bien enunciadas palabras que introducían con verbo fácil, ameno y rigurosamente documentado cada una de las obras. La Sonata para clarinete compuesta por Poulenc en 1962 brotó con chispa y luminosidad en los labios de Nerea Samino y las manos cómplices de su hermano Abraham. Calma, alegría, tristeza, fogosidad y todo lo mucho que pide el compositor para su sonata asomó con resuelta decisión en una lectura que posiblemente maravilló tanto a la diosa Ceres que escuchaba desde “su palco eterno en el Teatro del tiempo” como al público que en tan adversas circunstancias –frío, sin dónde sentarse, ruidos…- aguantó hasta el final de un concierto que sin duda hubiera también conmovido al apasionado amante de España y de lo español que fue Poulenc.