Mengelberg y la ‘Pasión’ apocalíptica

Hay interpretaciones que absorben, en un proceso osmótico, el aire de los tiempos en que se realizaron. Un ejemplo es la Novena de Beethoven dirigida por Furtwängler en el año 1942. La última sinfonía de Beethoven nunca ha sonado ni ha vuelto a sonar tan brutal y violenta, como si la ferocidad del clima bélico se hubiese apoderado por completo de la partitura. Más que un edificio grandioso, esta Novena de Furtwängler parece un campo de batalla en donde reinan los humos de la devastación. Otro caso es el del Réquiem de Mozart que Victor de Sabata dirigió en 1941 en Roma con la Orquesta y Coro de la Radiotelevisión Italiana: una versión que fluctúa entre los extremos del apresuramiento (Requiem aeternam, Rex tremendae, Sanctus) y del estatismo (Recordare, Lacrimosa).
A este grupo pertenece también por derecho propio la Pasión según San Mateo que Willem Mengelberg ofreció el Domingo de Ramos (2 de abril) de 1939 al frente de la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Además de su interés puramente musical, esta versión se erige en testimonio único e impresionante de un determinado momento histórico. Nada que ver por supuesto con el Bach filológico al que estamos acostumbrados hoy en día. Se trata todavía de un Bach “brucknerizado”, lento y monumental, en la estela de la gran tradición romántica. Pero incluso en ese ámbito, Mengelberg ofrece una perspectiva muy personal en comparación con nombres como Furtwängler o Klemperer.
En el primer coro (“Kommt, ihr Töchter, helft mir klagen”), por ejemplo, tras la introducción orquestal (2’01”) se desata un clima apocalíptico. Las voces, en vez de cantar, parecen gritar; se agolpan las unas sobre las otras en una polifonía que comunica más una sensación de caos que de orden. Las sonoridades tienden a saturarse, los contrastes dinámicos son extremos, el pulso rítmico es tremendamente discontinuo. Lo que se escucha aquí es un drama colectivo de proporciones descomunales, una escena digna del Juicio Universal. Europa estaba entonces en vísperas de un conflicto mundial destinado a arrasar con los más elementales principios de la civilización. El 1 de septiembre de ese mismo año la invasión de Alemania a Polonia marcaría el punto de no retorno, pero ya antes se habían consumado el Anschluss austriaco y la agresión a Checoslovaquia. El mundo se encontraba al borde del abismo y esta Pasión según San Mateo parece reflejarlo de algún modo.
Willem Mengelberg fue uno de los grandes directores de la primera mitad del siglo XX. Su estilo interpretativo destacaba por el abundante –y para nuestros gustos actuales, acaso excesivo– empleo del rubato, con cambios continuos y repentinos de tiempo, lo que le impulsó a ahondar en el perfil técnico de la dirección a través de ensayos agotadores para obtener de su orquesta un plus de precisión y coordinación. Al final de la Primera Parte de la Pasión según San Mateo, en el coro “O Mensch, bewein’ dein’ Sunde gross”, las fuertes e imprevisibles oscilaciones agógicas de Mengelberg crean por momentos una inestabilidad casi mareante. De manera intencionada o no, su interpretación representa a una Humanidad desorientada, sacudida por olas de acontecimientos turbulentos y angustiosos: ayer fue la Pasión de Cristo; hoy, quién sabe.
Estos compases parecen prefigurar también el destino del propio director. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Mengelberg pagó el precio de su cooperación con las autoridades nazis. Además de perder la titularidad de la Orquesta del Concertgebouw –su orquesta–, se le prohibió dirigir durante seis años. Murió en 1951, antes de haber podido retomar la batuta.