MARVÃO / Ofrendas musicales por la paz

Marvão. Festival Internacional de Música. 23-VI-2022. Igreja da Estrela. Alexander Sitkovetsky, violín. Dan Zhu, violín. Michael Barenboim, viola. Francisco Lourenço, viola. Isang Enders, violonchelo. Jonathan Weigle, violonchelo. Wu Qian, piano. Obras de Brahms. • Igreja da Estrela. Coro Ricercare. Director: Pedro Teixeira. Obras de Pärt, Williams, Gesualdo, Elder, Cooke, Gjeilo y Teixeira. • Castelo de Marvão. Horacio Ferreira, clarinete. Orquestra Sem Fronteiras. Director: Martin Soussa Tavares. Obras de Maxwell Davies, Mercadante y Mozart. • Igreja de São Tiago. Ludovice Ensemble. Dirección: Fernando Miguel Jalôto. Obras de Bach.
La integral de la obra de cámara de Brahms que este año ofrece el FIMM en estricto orden cronológico de composición se abrió por la mañana con el Trío nº 1 en Si mayor op. 8 y el Sexteto nº 1 en Si bemol mayor op. 18, en dos soberbias versiones a cargo de algunos de los músicos residentes de este festival. Con un Enders en su salsa estilística con esta música apasionada y expansiva y un Sitkovetsky de sonido cálido y brillante, la veinteañera creación brahmsiana arrancó con un fraseo pasional y entregado a la declaración de amor del violonchelo, de sonido profundo absolutamente regulado y controlado. Con los tres intérpretes implicados al cien por cien en el universo afectivo de esta música, los sforzandi llevaron una y otra vez al clímax en el primer tiempo. Para el segundo, violín y violonchelo arrancaron con staccati muy exactos y medidos, con sensibles regulaciones dinámicas que llevaron a la culminación pasional central, para desde ahí conducir a la delicadeza en el fraseo del Adagio. El piano tuvo su momento de protagonismo en el torbellino subyacente a las líneas de los otros dos instrumentos. Alta había quedado la temperatura anímica del concierto, pero aún más altas cotas se alcanzaron con el primero de los sextetos para cuerdas. Si impecables fueron las aportaciones individuales, lo más impresionante fue la riqueza y profundidad del sonido global, compacto, transparente, rico en matices y que se movía con un solo pulso. Y así sucedió en el Allegro con brio, una sucesión de oleadas a cada cual más intensa y en las que iban emergiendo las frases individuales con nitidez y color individualizado, tanto las de Enders o Sitkovetsky como, sobre todo, las de Barenboim, magistral en toda la obra. El ostinato de la passacaglia que subyace en el Andante, ma moderato (imposible no ver aquí un adelanto del final de la cuarta sinfonía) fue sostenido con energía y garra, especialmente por los chelos y la segunda viola. El sonido global expansivo, rico en vibrato, colaboró en afianzar la fuerza irresistible de esta música. La garra de los staccati definió el Allegro molto y condujo a la culminación de la luz y el brillo en el Poco allegretto e grazioso, en el que de nuevo Barenboim dejó impronta de la belleza de su sonido y de la intensidad de su fraseo.
La evocación de la paz y de la alegría, tan acuciante en estos tiempos de tribulación internacional, fue el núcleo articulador del programa que ofreció a las 16 horas el conocido director coral Pedro Teixeira al frente del coro Ricercare. El coro ofrece un empaste extraordinario basado en la homogeneidad de las voces en materia de articulación y vibrato. Son voces de impostación ligera, de muy liviana vibración, que se mueven bien en los terrenos de las dinámicas más suaves. Diríamos que se trata de un modelo de sonido tipo inglés, que busca más la belleza y la pureza del sonido que el contraste de colores y timbres. El programa transitaba por músicas del siglo XX plenamente tonales, adheridas muchas de ellas a esa nueva espiritualidad y esa nueva polifonía de tipo celestial cultivada por Arvo Pärt, Lauridsen, Mortensen y seguidores varios. Por ello no se pudo evitar cierta sensación de homogeneidad, cuando no de monotonía, en un recital en el que sólo discordaba el Tristis est anima mea de Gesualdo, obra que, a la vista de las demás, se manifestó como la más audaz armónicamente hablando. Como era de esperar, Teixeira la dirigió con la estética del resto de las piezas en la mente y ello se resolvió en un claro limado de las asperezas interválicas y de los cromatismos propios del Príncipe de Venosa. El corazón del concierto lo constituyó la Misa en Sol menor de Vaughan Williams. El coro fue un instrumento dócil y maleable en manos de Teixeira, a quien hay que alabarle su dominio de las masas vocales y su capacidad de matización del sonido. Con la connivencia del Ricercare (espléndidas voces individuales encargadas de los breves solos) consiguió una gran riqueza de matices dinámicos por debajo del mezzopiano en el Agnus Dei, así como un unísono en piano perfectamente ejecutado por todas las voces. Cuando se trataba de remontarse al forte y dinámicas aledañas, el coro respondía como una sola voz, sin arredrarse ante saltos interválicos complicados resueltos con precisión. Los matices más angelicales del sonido coral salieron a relucir en Dona nobis pacem de Daniel Elder, con pasajes a bocca chiusa de gran belleza sonora. Como final, Jacinta, pieza compuesta por Rui Paulo Teixeira en recuerdo de una de las pastorcillas de Fátima y en la que el compositor establece unos sugerentes juegos de eco entre dos sopranos puestas de espaldas la una respecto a la otra, con el coro como arropo sonoro y el sonido en lontananza de la celesta.
Con sede en Idanha-a-Nova, a treinta kilómetros de la ‘Raya’, la Orquestra Sem Fronteras se creó como una agrupación juvenil hace tres años, con la finalidad de tender puentes transfronterizos mediante la música a la vez que de servir de vehículo de formación orquestal de jóvenes músicos. A la vista del número de conciertos dados hasta el momento su actividad ha sido intensa en este tiempo. Uno de los problemas que suelen tener este tipo de orquestas es que nunca alcanzan a conseguir un sonido propio y bien definido, porque tan pronto empieza a funcionar, los músicos se marchan y vienen otros nuevos y vuelta a empezar. No es de extrañar por lo tanto que el resultado puramente musical de este concierto no pase de ser meramente correcto, con sus más y sus menos. La Threnody on a plainsong for Michael Vyner de Maxwell Davies sirvió como nueva llamada de atención hacia la angustia y el dolor de los tiempos y, en su breve recorrido (apenas 4 minutos), apenas sirvió para estirar músculo orquestal. Siguió el concierto para clarinete en Si bemol mayor op. 101 de Saverio Mercadante, que en realidad no es más que un simple vehículo para el lucimiento del clarinetista, en este caso el soberbio Horacio Ferreira. Su control del sonido y de sus recovecos es total, lo que le permitió recrearse en las frases y en los colores, con ataques en pianissimo gradualmente crecidos y auténticas proezas con el fiato. Combinan en él la cantabilidad y la capacidad de lanzar largas frases suavemente matizadas con el despliegue virtuosístico más espectacular. Esto es lo que pasó en el Andante con variazioni, todo un juego de rapidísimos pasajes, saltos, trinos y demás parafernalia, con cambios de colores y total despliegue de dedos y pulmones. Pero, ante todo, de musicalidad. El somero acompañamiento orquestal apenas si consiguió del director más que un mínimo de atención, pues sonó plano y pesante. No esperábamos gran cosa de la versión de la Sinfonía nº 36 en Do mayor KV 425, “Linz”. Y así fue, pues al sonido poco definido, abierto y con desencuentros y pasajes confusos de la orquesta, con una cuerda sin apenas empaste, se añadió una dirección ayuna de pulso interior y de atención a las acentuaciones. Sin variedad en la articulación y con un fraseo lánguido y poco variado, la obra de Mozart pasó sin pena ni gloria por el escenario del castillo, a pesar de algunos destellos pasajeros de calidad de sonido en el Allegro spiritoso y en el Andante.
“Buscad y encontraréis”. El consejo de Mateo (Mateo 7, 7), que sirve de divisa a los cánones enigmáticos que Bach dedicó a Federico el Grande, fue más fácil de seguir gracias a la versión de La ofrenda musical que el Ludovice Ensemble [en la foto], sin lugar a dudas, el mejor conjunto barroco de Portugal, bajo la gran dirección de Jaloto, regaló en la medianoche del sábado. Una versión caracterizada por la claridad, gracias a un conjunto de músicos espléndidos que se esforzaron porque las voces y los juegos contrapuntísticos fuesen más sencillos de seguir e identificar. Por ejemplo, los dos violines sonaban con acusada personalidad individualizada, más matizado y oscuro el de Ayako Matsunaga, más brillante y punzante el de César Nogueira (que alternó con la viola en el canon 4). Combinados con el violonchelo nítido y con notable relieve sonoro de Diana Vinagre, hicieron que fuese asequible seguir las idas y venidas, con sus disfraces, del tema regio en los cánones a tres. Era, además, un auténtico placer meramente sonoro (esa es la grandeza de Bach, que esconde sus elucubraciones con el contrapunto bajo el más bello y elaborado ropaje pensable) cuando a ellos se unía la flauta amorosa, tierna, de sonido terso y seductor de Joana Amorim. Como es de suponer dicho lo dicho, la sonata salió de sus manos de forma brillante, con Amorim y Matsunaga sostenidas por el continuo rico y elaborado de Jaloto y Vinagre. Variedad de colores, pero unidad de concepto y de articulación y fraseo. Jaloto, tras un inicial Ricercar a 3 lleno de claridad y sosiego, cerró con el complejo Ricercar a 6. Con claridad en la articulación y tempo pausado para dejar fluir las voces y permitir al oyente avezado identificarlas en lo posible (porque el Viejo Peluca no lo pone nada fácil: el rey se debió quedar de piedra al leerlo), Jaloto imprimió a su fraseo un ritmo cadencioso que en combinación con el ambiente de penumbra, la hora ya de la madrugada y la propia música, indujo a quien les escribe a una especie de trance hipnótico. Al final, pude encontrar.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Federico Mantecón)
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