MARVÃO / El maratón de Isang Enders
Castelo de Vide. Centro de Arte e Cultura N. Sra. da Esperança. 25-VII-2022. Novus String Quartet (Yaeyoung Kim, Young-Uk Kim, Kyuhyun Kim y Wonhae Lee), Dan Zhu (violín), Felix Klieser (trompa), Isang Enders (violonchelo) y Anna Gourari (piano). Integral de la música de cámara de Brahms (IV). • Marvão. Cisterna del Castillo. 25-VII-2022. Claudia Reinhard (soprano), David James (contratenor), Steven Harrold (tenor), Pedro Teixeira (bajo), Christoph Poppen (violín), Adrien La Marca (viola), Jonathan Weigle (violonchelo) y Rodrigo Gomes (piano). Obras de Arvo Pärt.
Si han seguido las anteriores entregas de estas crónicas del FIMM 2022 se habrán ya encontrado varias veces con el nombre de Isang Enders. El violonchelista se ha convertido en el protagonista del festival hasta el momento, tal es el número de veces que se ha puesto frente al público para defender la música de cámara de Brahms en sus diversas formaciones. Ha vuelto a hacerlo ya en solitario (bueno, con el piano de Anna Gourari tras él) para adentrarse en la maravillosa primera Sonata para violonchelo y piano en Mi menor op. 38. La verdad es que Brahms la tituló al revés, para piano y violonchelo, indicando que el piano no debía considerarse un acompañante en absoluto, sino un compañero y a veces líder. No lo entendió así Gourari, que se mantuvo en un discreto segundo plano, con corrección, para aflorar tan sólo con personalidad propia en el Allegro final. De esta manera dejó el campo libre para que Enders pudiera desplegar todo el fuego y toda la pasión de su fraseo y dejar volar el sonido cálido y pasional de su violonchelo, capaz de seducir desde la primera frase del primer tiempo entonada en la cuerda grave casi con misterio, para saltar a continuación a registros centrales llenos de calor y de color, con momentos brillantes como los bariolages o los pasajes cantables en più piano, ricos en rubato muy bien dosificado. Tras una articulación más ligera, picada, en el Allegretto quasi menuetto, con la discreción del teclado ya mencionada, éste se lanzó en el Allegro a una intensa exposición del tema fugado (extraído por Brahms del contrapunto 13 de El arte de la fuga) y Enders la siguió con crecida intensidad, creando momentos de contrapunto realmente espectaculares.
Continuando el orden cronológico, tocaba el turno al Trío para trompa, violín y piano en Mi bemol mayor op. 40, con Gourari de nuevo al teclado junto al violín de Dan Zhu y la trompa de Feliz Klieser. Gourari pareció encontrarse aquí más a su aire, más confiada y con mayor responsabilidad, pues su presencia sonora fue considerablemente mayor, dejando ver la agilidad y la seguridad de su toque. El violín de Zhu sonaba con brillo y colores punzantes. Pero el verdadero protagonista fue Klieser, capaz de hacer cantar a la trompa sin un atisbo de oscilación ni de dudas en cuanto a la definición del sonido. Mantuvo perfectamente largas frases, atacó siempre con seguridad, incluso en piano, sosteniendo el sonido con igualdad. Igualmente seguro estuvo en los pasajes más rápidos y supo aplicar reguladores de gran calidad. Y me falta un detalle que dejo para el final: Klieser no tiene brazos. Toca sentado, con la trompa situada sobre un soporte que deja la boquilla a la altura de su boca y actúa sobre las palas con el pie izquierdo con precisión, la misma que le sirve para pasar del mismo modo las páginas. Y luego nos quejamos de las dificultades de nuestra cómoda existencia.
Cerró el intenso programa de la tarde en la vecina localidad de Castelo de Vide el Cuarteto de cuerdas nº 1 en Do menor op. 51, 1, a cargo del Novus String Quartet, una agrupación joven pero que ya ha cosechado importantes premios internacionales. No lo dudo a la vista de la calidad de su interpretación. Sobre un sonido plenamente homogéneo, sustentado sobre poco vibrato, la precisión en ataques y finales fue extraordinaria, como en ese diminuendo final del primer tiempo articulado como una sola voz. El fraseo es muy pasional cuando es requerido, como en el el arranque casi furioso del Allegro final, culminado con impresionantes acentos trágicos. Pero también puede ser ligero y delicado, como en Romanze. Sólo con que el pasaje marcado como “un poco più animato” del tercer tiempo hubiese sido eso, un poco más animado, se hubiera cerrado una versión perfecta.
Ya en los umbrales de la medianoche y en las profundidades de la cisterna del castillo de Marvão, la música de Arvo Pärt vino a poner sosiego e introspección entre tantas pasiones románticas. El ambiente era propicio a una mirada interior y la selección de obras abundó en ese camino, comenzando por un Most Holy Mother of God a voces solas en las que el compositor estonio reinterpreta los clásicos fabordones del primer Barroco y los pone bajo su prisma de eterno retorno sobre células melódicas simples. Aquí lo fundamental es la afinación (¡esas armonías en quintas!) y el empaste, algo en lo que el cuarteto vocal estuvo a gran nivel. El histórico fundador del Hilliard Ensemble, el contratenor David James, asumió la voz solista en Es sang vor langen. Ha pasado medio siglo y la voz acusa el desgaste en materia de brillo en la franja superior, pero la calidad del fraseo y la redondez del centro se mantienen intactos; en combinación con las sordinas del violín y la viola alcanzó un momento en el que el tiempo parecía detenerse. Los ostinati en las cuerdas fueron el sustento sonoro para que de nuevo James protagonizase ya con mayor control de la voz un My heart’s in the highlands fraseado con gran atención a cada acento. Como cierre, un Stabat mater en el que Pärt juega con los armónicos de las cuerdas (brillantes todas ellas) como si fueran una neblina sonora en medio de la cual emergen las voces en largos intervalos. Una música descarnada, reducida a la mínima cantidad de elementos, pero con la máxima cantidad de expresión. A pesar de su aparente sencillez resulta compleja de interpretar tanto para voces como para instrumentos, lo que se consiguió sobradamente.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Federico Mantecón)