MARVÃO / Brahms, camino de la madurez
Marvão. Festival Internacional de Música. 24-VII-2022. Igreja da Estrela. Mozart: Missa brevis KV 275. Coro Ricercare. Orquesta de Cámara de Colonia. Julianne Banse, Constantin Zimmermann, Ilya Dovnar y Konrad Jarnot. Director: Christoph Poppen. • Igreja de São Tiago. Alexander Sitkovetsky, Isang Enders, Adrien La Marca y Wu Qian. Integral de la música de cámara de Brahms (II). • Igreja da Estrela. Mary Ellen Woodside, Edouard Mätzener, Alessandro D’Amico, Rafael Rosenfeld, Tae-Hyung Kim, Francisco Lourenço e Isang Enders. Integral de la música de cámara de Brahms (III).
Como en años anteriores del Festival Internacional de Música de Marvão, la misa matinal de los domingos en la Igreja da Estrela estuvo acompañada de la interpretación litúrgica del ordinario con una misa de Mozart, en esta ocasión la Missa brevis KV 275. Christoph Poppen es un consumado especialista en la música religiosa del Salzburgo de la época de Mozart, como lo demuestran sus grabaciones de obras de Michael Haydn y, más recientemente, su primera entrega para Naxos de la que será una integral de las misas de Mozart. Por lo tanto, su versión de esta obra fue impecable en lo estilístico, con especial atención a ese walking bass con el que la orquesta acompaña a las masas corales a menudo. El Coro Ricercare cantó con empaste compacto y gran flexibilidad en las inflexiones. Breves pero eficaces y bellas intervenciones de voces solistas, con especial mención de Julianne Banse (que ofreció tras la misa una delicada y bella versión del Laudate dominum de las Vesperae solemnes de Confesore) y el joven tenor Ilya Dovnar, voz de un lirismo y una belleza tímbrica tales que aventuran un futuro brillante.
Para la segunda entrega de la música de cámara de Brahms, el Sitkovetsky Trio [en la foto], con la participación de la viola de Adrien La Marca, abordó los dos cuartetos con piano opp. 25 y 26. Fueron versiones que dieron cumplida cuenta de la fogosidad y de la torrencialidad de la inspiración del joven Brahms, a veces algo desorientado en la prolijidad de algunos desarrollos (como en el Scherzo del op. 26), cuestión que con los años irían sometiendo a un proceso de esencialización. El op. 25 arrancó con un crescendo expresado con toda la energía por unos intérpretes que a todo lo largo del concierto derrocharon energía y pasión en su fraseo, abundoso en sforzandi y en acentuaciones a veces violentas, como las de un arrollador Rondo alla Zingarese fraseado con furia y que levantó literalmente al público de sus asientos. Los pasajes con sordina del Intermezzo del op. 25 y del Poco Adagio del op. 26 fueron momentos de sonido soñador arropado por un piano que iba desgranando el tema amoroso principal. Un piano el de Qian soberbio a todo lo largo del concierto, de pulsación precisa y fraseo cargado de intención en todo momento, en perfecta fusión con el discurso de las cuerdas. La compenetración entre éstas fue absoluta y así pudieron abrochar a la perfección un pasaje tan complicado como el del Scherzo del op. 26 en el que violín, viola y violonchelo se van pasando los motivos melódicos con fluidez y continuidad. Momentos como el diminuendo final del Andante con moto del op. 25, graduado con mimo, justifican por sí mismos asistir a este concierto.
Seguir la evolución de la creatividad de Brahms a través de su música de cámara interpretada en orden cronológico de escritura supone adentrarse en un viaje iniciático del que es difícil salir sin enamorarse de la capacidad del músico de Hamburgo para llegar a nuestras fibras más íntimas en todos los momentos de nuestra existencia. No hay mejor manual de vida ni mejor guía de autoayuda que escuchar de forma activa este corpus inmortal. Tras las entregas anteriores, Brahms se adentra en la treintena sin perder el fuego que lo devora, pero sometiéndolo cada vez más a la férula de la forma y de la estructura, abriendo su discurso hacia nuevos terrenos en materia de armonía y contrapunto. Vemos nacer con las obras del concierto del Merel Quartet (con la colaboración de Tae-Hyung Kim al piano, Francisco Lourenço a la viola e Isang Enders al violonchelo), las Opp. 34 y 36, al que Schoenberg llamó “Brahms el progresivo”, el que juega con armonías no transitadas por la tradición romántica, el que abre su segundo sexteto con un audaz juego de quintas, el que siembra de audacias armónicas el pasaje fugato del tercer tiempo de la misma obra o el que diseña una línea ascendente por semitonos en el Finale del op. 34. Todo ello y mucho más nos ofreció el Merel Quartet, de una acusada personalidad sonora sustentada sobre un sonido cálido, dorado, sin estridencias; profundo y matizado, en una búsqueda siempre de la pureza tímbrica incluso en los pasajes más arrebatados. Un perfil sonoro, en definitiva, muy apropiado para este Brahms que se adentra en la madurez, pero que aún no renuncia a la radicalidad de la expresión de las pasiones, como los intérpretes dejaron claro en un tumultuoso último movimiento del Quinteto con piano en Fa menor op. 34 que pasa de la inspiración húngara a una coda torrencial y agónica. Pero antes, en el segundo tiempo, el uso de una presión ligera sobre las cuerdas avaló crear una atmósfera sonora recogida sustentada sobre la belleza del sonido.
La versión del Sexteto en Sol mayor op. 36 se caracterizó por el equilibrio entre los seis instrumentos, todos perfectamente definidos y compenetrados entre sí, de forma que todos esos momentos en los que Brahms se nos presenta como un consumado maestro del contrapunto (que son muchos, sobre todo en el Adagio y en el Poco allegro final) se pusieron de relieve de forma meridiana. Pudo faltarle al primer chelo un poco más de cuerpo en el sonido cuando canta el tema lírico en el primer movimiento, pero fue el único instante en el que se quebró el perfecto equilibrio expresivo del sexteto, que supo adentrarse en la pasión interna de la obra hasta un final apoteósico.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Federico Mantecón)