Martha Argerich se une a la revitalizada Filarmónica de Israel de Lev Shani
BEETHOVEN / RAVEL:
Concierto para piano n. 2 op.19. Concierto para piano en Sol mayor. Martha Argerich, piano. Orquesta Filarmónica de Israel. Dir.: Lev Shani. AVANTICLASSIC
¿Sabía alguien que Pablo Casals tenía un hermano pequeño que le escribió un concierto? Enrique Casals, dieciséis años más joven, era violinista y director de orquesta. Su concierto para violonchelo salió a la luz hace tres años y el emprendedor Jan Vogler ha realizado una cautivadora grabación en primicia mundial para Sony.
El disco estaba sobre mi mesa destinado a ser nombrado álbum de la semana cuando, como sucede a menudo, una sorpresa imprevista se coló por el buzón y ocupó su lugar. No nos pongamos melindrosos e igualitarios: lo mejor es, siempre y para siempre, enemigo incluso de lo muy, muy bueno.
Lo mejor, en este caso, es Martha Argerich en su primera grabación con una revitalizada Filarmónica de Israel y su empático director musical Lahav Shani. Argerich ha actuado a menudo en Israel a lo largo de los años, reconociendo su herencia judía común. Pero la calidad orquestal era desigual y nunca quiso que sus actuaciones de Tel Aviv se escucharan en el extranjero… hasta ahora.
La Filarmónica de Israel es mucho más joven que hace una década, con un director musical que fue a la escuela con muchos de sus músicos. El timbre es más afilado, más fino, más flexible. Con una solista de temperamento frágil, ha aprendido a dejarse llevar.
El álbum incluye dos conciertos para piano. En el Segundo de Beethoven, Argerich se resiste a la imitación mozartiana sacando a relucir en su lugar la deliberada obstinación y los caprichosos cambios de tiempo del Ludwig maduro. A Martha solía gustarle interpretar esta obra sin director; Shani se gana aquí su sustento desafiándola al borde de cada precipicio.
En el Concierto en Sol de Ravel, la orquesta adquiere un protagonismo mayor. Puede que su chirriante comienzo no iguale la pícara malicia de Berlín, pero solista y conjunto establecen tal implicación mutua que esas sutilezas apenas importan. Argerich es menos enérgica que en sus famosas grabaciones con Claudio Abbado, contentándose con dejar que la orquesta de Shani marque el tono. El movimiento central es casi un acto de autocontemplación, un autopsicoanálisis. El final es una loca diversión cuesta abajo. La acabo de escuchar por quinta vez con una sonrisa tan amplia como la pampa.
Norman Lebrecht