MALPARTIDA DE CÁCERES / Niño de Elche, entre Barruecos y a los pies de Vostell

Malpartida de Cáceres. Museo Vostell. 10-VII-2021. Liederbuch Vostell – Cancionero de Malpartida. Niño de Elche, voz y performance. Miguel Álvarez-Fernández, composición y dirección. Emilio Pascual, control del sonido.
Las conceptualizaciones del arte contemporáneo en ocasiones, aunque atractivas formalmente, difuminan los contenidos. La clausura de la bienal de arte contemporáneo Cáceres Abierto se anunciaba como Activación sonora de la colección del Museo Vostell-Malpartida. Se podía pensar de tal modo en una suerte de performance, más o menos cavilada, más o menos improvisada, en torno al vastísimo mar de referencias que el creador alemán atesoró en ese espacio único para el encuentro y la confrontación con la historia de nuestro tiempo que es el ya referido Museo Vostell, enclavado, para mayor deslocalización, en el monumento natural de los Barruecos de la penillanura cacereña.
Lo que finalmente nos llevamos a los oídos (y a los ojos) fue una radical pieza de arte sonoro; una composición en el sentido más estricto de la palabra para dispositivo electroacústico, voz y objetos, si queremos reducir la experiencia a una concreción ortodoxa de los elementos puestos en liza. Miguel Álvarez-Fernández (Madrid, 1979), compositor y artista sonoro, ya había sentado un precedente con La vigilia del sueño, activación sonora entonces de la Villa Romana de Almedinilla (Córdoba), llevada a cabo también junto a Francisco Contreras “Niño de Elche” (Elche, 1985), en el verano de 2018. Con el exflamenco, más recientemente, también ha planteado una revisión y amplificación sonora e intelectual del legado del cineasta experimental Val del Omar que ha cristalizado en un disco, La distancia entre el barro y la electrónica, y una instalación actualmente visitable en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid).
Emplazados en la explanada de la instalación en la que Wolf Vostell recreó los Toros de Guisando mediante encofrados de hormigón y motores industriales, Niño de Elche desplegó durante 90 minutos una suerte de extravagante, por momentos hasta inquietante, liturgia experimental en la que se invocó al gran artista de Leverkusen de todas las formas posibles. El de Elche, el mismo que revienta Youtube y Spotify con su mezcla de rumba y bachata con C. Tangana y La Húngara cantando Tú me dejaste de querer, o que sube a los escenarios para defender un provocador híbrido indie-postrock con Los Planetas revestidos de Fuerza Nueva y con himnos patrios en el repertorio, fue entonces en la atardecida de pasado 10 de julio poseído por el espíritu de vocalistas experimentales; se piensa en Fátima Miranda, Henri Chopin y, desde luego, en Blixa Bargeld (icónico líder de Einstürzende Neubaten).
Niño de Elche es, despojado de las ataduras flamencas y en parte encumbrado por los reaccionarios guardianes de la ortodoxia jonda que, sin pretenderlo, lo auparon aún más, un instrumento de potencial desorbitado al servicio de la creación contemporánea. Probablemente, en España, no exista otra voz como la suya capaz de defender el trabajo ideado por Álvarez-Fernández. La composición electrónica, que arrancó casi de forma imperceptible como un ambiente para ir sembrando expectactiva, derivó después en una pieza electrónica con pasajes rítmicos (hasta technoides); acaso esto una provocación incluso dentro del maleable sound art. Se citó, de pasada, el Autobahn de Kraftwerk y se adulteró hasta lo grotesco el Himno de Alemania; hubo pasajes de impronta noise que rezumaron un caldo sónico de referencias industriales diversas (Merzbow, Coil, Whitehouse…) “Aquí el ruido es posibilidad de construcción, manta fraterna, un hormigón sonoro que nos hace más libres, más duros y a la vez más vulnerables”, había dejado escrito Contreras.
También hubo jaleos extremeños y hasta tablao, flamenco roto rasgado por dos hormigoneras trasuntos de guitarras, palma y cajón. Niño de Elche gritó agonizante y terroríficamente amplificado con medio micrófono penetrando su boca, rindió pleitesía y, como antitaurino militante (Cante a Fadjen, 2016), tal vez pidió perdón invistiéndose de animal no humano e imitando una circunstancia agónica. Abrazó y se arrodilló ante uno de los Toros de Guisando, antes lidiado con una manta isotérmica, mortuoria, mientras que Miguel Álvarez-Fernández ensanchaba el enrarecimiento golpeando rítmicamente un objeto microfonizado.
Conforme la noche caía a plomo el ardor térmico remitía y, a cambio, los mosquitos arrancaban a pellizcos la carne de los asistentes al ágora (“Arte es vida, vida es arte”, Vostell), Niño de Elche concluía golpeando con una guitarra un coche blindado que, al inicio, había lavado metódicamente. Creación e intento de destrucción, pleitesía y quebrantamiento de las normas; constantes que guiaron al autor de la Fluxus-Sinfonía para 40 aspiradoras en sus happenings y eventos en los que el arte y la experiencia vital quedaron indefectiblemente unidos como partes de un mismo cuerpo. Al éxito colaboró el sonidista Emilio Pascual; no fue fácil que en un entorno como este el armazón textural de fuentes tan diversas (calibradas, durante el día, a más de 40 grados a pleno sol) llegara compactado y con la potencia suficiente.
Liederbuch Vostell conocerá en el futuro próximo una edición en formato LP, forzoso enclaustramiento objetual de una vivencia vostelliana que, al menos, adquirirá así valor de documento sonoro de lo acaecido. Ojalá Cáceres Abierto siga apostando, en su próxima edición, por un fin de fiesta exploratorio, con muchas más preguntas que respuestas. Álvarez-Fernández, Niño de Elche y Pascual no han alumbrado nada perfecto ni cerrado en sí mismo, menos aún amable, pero han conseguido algo mucho más importante, ser fieles al mandamiento de Vostell: “Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida”.
Ismael G. Cabral