MÁLAGA / Curioso experimento
Málaga. Teatro Cervantes. 4-III-2020. Donizetti, La Favorite. Carlos Álvarez, Nancy Fabiola Herrera, Ismael Jordi, Pavel Shmulevich, Luis Pacetti, Lucía Millán, Daniel Romero de la Rocha. Orquesta Filarmónica de Málaga. Coro de Ópera de Málaga. Director musical: Antonello Allemandi. Director de escena: Curro Carreres.
La Favorite es una ópera francesa del Donizetti maduro, aunque la versión que habitualmente de escucha y se ve es la italiana con traducción de Francesco Jannetti, estrenada en Padua en 1842, que se combina con la que, en arreglo de Calisto Bassi, se presentó en la Scala de Milán al año siguiente. Es la que se ha representado en esta función del Cervantes. No estamos ante una obra maestra –como pueda serlo, por ejemplo, Lucia di Lammermoor-, encierra demasiada música de aluvión, de retales varios, aunque la habilidad de la mano creadora mantenga casi siempre el pulso a la hora de servir una historia bastante tópica que se mueve entre los amores del novicio Fernando y la cortesana Leonora de Guzmán, la favorite del rey de Castilla. Estamos en el siglo XIV y todo se desarrolla de acuerdo a los cánones a lo largo de una narración no poco huera y tópica en la que lo más importante es la vocalidad y el sostén discreto de una orquesta servicial.
Curro Carreres, del que siempre hay que aplaudir su deseo de decir nuevas cosas, de abrir caminos, de rastrear significados, ha querido en este caso decir mucho más de lo que realmente contiene la ópera y ha elaborado un meritorio espectáculo que se encierra en el ambicioso enunciado “Proceso de creación artística de la puesta en escena: La Favorite de Donizetti. El patrimonio lírico, teatral y musical, una recreación performativa en escena hoy”. Y ha complicado extrañamente la sencilla y parva anécdota, que aparece dominada por dos conceptos constantemente repetidos y proyectados: Amor y Poder.
En realidad lo que se ventila de verdad es una historia de amor más o menos imposible en el que el poder (del rey) juega un papel secundario. Carreres parte para su puesta en escena de “la comprensión de las cronologías en la genética de la obra. La Historia como descripción social que se transforma en una patrimonialización museística”. Definición más bien oscura. Los personajes –que son en realidad de una pieza- “integran una doble caracterización que parte de su naturaleza como personajes históricos y como protagonistas del melodrama de los autores y evolucionan junto a la música en una naturalización progresiva a lo largo de la obra hacia la humanización de sus acciones y sentimientos”.
Lo que sucede así es que una acción diáfana y unos personajes tópicos se convierten en algo que no son y que, al contrario de lo que se afirma, desnaturaliza la propia historia que se cuenta convencionalmente en origen. Poco a poco en esta alambicada propuesta vamos pasando del siglo XIV al XIX de Donizetti en donde se escenifica una exposición de elementos históricos y más tarde al siglo XX y al XXI hasta desembocar en el dramático dúo final en el que Leonora –herida de muerte- y Fernando se reconcilian. Están teóricamente solos. No en esta puesta en escena: hemos llegado a nuestra época y al fondo dos bailarines de la compañía de Ana Rando esbozan una coreografía moderna que es recogida por una cámara digital que la proyecta en una gran pantalla. Imagen que se mezcla con la de los dos enamorados en una superposición un tanto caótica. Con lo que el sabor trágico de la desolada escena se pierde por completo. Un experimento loable pero, por lo dicho, fallido en opinión de quien esto escribe. Aunque haya que aplaudir la recuperación, en el tercer acto, del ballet parisino. Más allá de la coreografía ideada para la ocasión.
No hubo suerte esa noche en lo que respecta al equipo vocal. Nancy Fabiola Herrera, una mezzo lírica de arte repujado, bien medido, musical y sensible, una voz extensa y homogénea, rica en armónicos, salió a cantar valientemente con una afección de garganta monumental. Hizo lo que pudo y a ratos, cuando la voz iba arriba –como en su bien perfilada aria O mio Fernando-, mostró su gran clase, pero físicamente no estaba en condiciones. Un aplauso para su arrojo y profesionalidad. Algo debió de contagiarle a Ismael Jordi, que debutaba el papel y que se mostró menos seguro que en otras ocasiones. Mostró, eso sí, su impoluta línea de canto, su musicalidad, su técnica para decir, filar, cantar a media voz y en falsete. Se fue a la zona alta con decisión, aunque los agudos extremos –quitando el do sostenido de Una vergine– los cogió muy forzadamente, abiertos y destimbrados. A su voz de lírico-ligero, no específicamente bella, le falta algo de cuerpo, de densidad para una parte que pide una voz de mayor fuste.
Carlos Álvarez se enseñoreó de la escena con su presencia física y vocal: voz oscura, recia, bien puesta y cada vez más dominada, sin problemas para las notas altas. Fraseó con mesura e inteligencia y delineó con sabiduría su Vien, Leonora, aunque su estilo no encaje del todo con el neobelcantismo que exige la partitura. Así, habríamos deseado una mayor delicadeza y exquisitez en páginas como A tanto amor. Es muy querido, como es lógico, en su tierra. Pavel Shmulevich compuso un Prior de una sola pieza. Su voz cavernosa de bajo cantante, de metal penetrante y poco bruñido, no es bella y anda escasa de buenos graves. Más que aseado Luis Pacetti, tenor lírico-ligero, como Gasparo, y de sorprendente brillo y volumen la voz de Lucía Millán, una soprano de corte lírico que promete. Lástima que ande floja de afinación y que destemple con frecuencia.
Antonello Allemandi se mostró como el maestro sólido y veterano que es. Un concertatore hábil y escasamente inspirado, que no logró extraer de la Orquesta Filarmónica los deseados destellos de refinamiento tímbrico. Todo sonó algo rudo, bien que en general bastante acompasado. El coro tuvo sus más y sus menos, aunque cantó con entusiasmo. Y colaboró a que la representación, con todo lo manifestado hasta aquí, para lo malo y para lo bueno, discurriera con orden hasta alcanzar el reconocimiento de un público agradecido.
(Foto: Daniel Pérez)
Arturo Reverter