Mady Mesplé, aérea y radiante

Los principales rotativos y revistas, a través de Internet, se están haciendo eco de la desaparición de otra histórica soprano, Mady Mesplé, noticia de la que ya se daba cuenta en estas páginas hace tan solo unas horas. Queremos abundar en esa luctuosa nueva con el fin de esclarecer en mayor medida la importancia, significación, valores tímbricos y expresivos, técnica y estilo de una figura que marcó sin duda un camino, siguiendo una línea muy característica de la lírica francesa, a la hora de enfrentarse con cometidos fundamentales dentro del repertorio propio de las voces más aladas, aéreas y faltas de peso.
La de Mesplé, que se ha ido de este mundo a la provecta edad de 89 años, tras luchar denonadamente con un invasivo parkinson –que no le impidió recoger sus experiencias en el libro La Voix du Corp– era la de un auténtico jilguero, igual, tersa, volátil, de una rara homogeneidad, cristalina y penetrante como un estilete, de espectacular extensión, lo que le daba arrestos para irse a los sobreagudos más extremos, incluido un diabólico La 5. Era clara y radiante y estaba dotada de un sensacional vibrato stretto que hacía aún más demoledoras sus notas astrales, que circulaban con una insolencia fuera de norma y ponían los pelos de punta.
Era, qué duda cabe, directa heredera de otro notorio ruiseñor galo, la inolvidable y de tan corta vida Mado Robin (1918-1960) –curiosamente descubierta, a los 16 años, por el barítono Titta Ruffo- , que sentó las bases de una manera de cantar que provenía de las antiguas sopranos ligeras protagonistas del vaudeville, de la ópera cómica y de la opereta, de los que tanto una como otra fueron auténtica artífices. En este tipo de repertorio brillaron como pocas y crearon escuela.
La que había cultivado Mesplé, tras iniciar en Toulouse, su ciudad natal, estudios de piano, era la de la profesora Issar-Lasson, que la puso en vereda y la organizó fonadoramente, aunque en verdad quien asentó su técnica y le hizo ver sus posibilidades sería, ya en París, su paisana Janine Micheau (1914.1976), una soprano lírico-ligera de mayor fuste, de estuche vocal más consistente, pero dueña de un arte de canto muy depurado, que la colocó en el camino correcto. De ahí que la muy inteligente jovencita, de rasgos tan bien dibujados, de tan hermosa expresión facial, menuda y esbelta, frágil en apariencia, pudiera desplegar sus alas muy rápidamente.
El debut se produjo en Lieja, cuando acababa de cumplir 22 años. Afrontó una parte que sería su santo y seña, su carta de presentación en todas partes: Lakmé de Delibes, de cuya air de Clochettes hacía una extraordinaria recreación que se podía ya ver en la noticia inicial que publicábamos hace unas horas. En ella podía lucir su suelta y resuelta coloratura, desplegada en fulgurantes ataques sul fiato, saltos de octava, trinos ribattuti de rara perfección, notas picadas, escalas y roulades de lo más variado, combinados con sobreagudos de impresión, como un par de soberanos Mi 5.
Como era de esperar, Mesplé desarrolló su carrera sobre la base de este tipo de cometidos, en los que su instrumento podía dar lo mejor, en los que se encontraba más a gusto, muchos de ellos pertenecientes al repertorio francés: Olympia de Los cuentos de Hoffmann, Philline de Mignon, Ofelia de Hamlet, Sofie de Werther, Leila de Los pescadores de perlas… Y muchos de ópera cómica de Grétry, Lecoq o Messager. Naturalmente, se acercó a alguna de las heroínas más características de la ópera italiana, aunque en ellas su tipo vocal –tan similar por cierto al de nuestros jilgueros como Capsir, Barrientos, De Hidalgo, etc.- no terminara de rematarlas caracterológicamente.
Su Lucia di Lammermoor, que por cierto cantó en Madrid en 1969, por ejemplo, no tenía la presencia vocal exigida, el toque dramático más propio de una lírico-ligera con cuerpo, incluso de una lírica, y desdibujaba no poco a la asendereada criatura. Lo que se podría predicar de sus Sonámbula, Adina, Norina o, por irnos a otro repertorio, Reina de la noche. Más acoplada llegó a estar con dos personajes de Strauss: Sophie de El caballero de la rosa y Zerbinetta de Ariana en Naxos. Para ella escribió Charles Chaynes en los años sesenta Cuatro Poemas de Safo; y Menotti le dio en 1963 la alternativa en la Le dernier Sauvage (en donde recordemos participó también Gabriel Bacquier). Mesplé cantó asimismo en la versión francesa de Elegía para jóvenes amantes de Henze (1965). Y Boulez contó con ella para sus interpretaciones de La escalera de Jacob de Schönberg.
Nuestra soprano, que se había prodigado a conciencia a lo largo de los años setenta en distintas operetas de Offenbach, especialmente aptas para su voz (la citada Los cuentos de Hoffmann, La vida parisién, La Gran Duquesa de Gerolstein), se retiró en 1985 y se estableció como docente en La Escuela Normal de Música de París y en el Conservatorio de Lyon. Sus Master Classes se hicieron famosas. Como era de esperar, su discografía es bastante copiosa y recoge una buena parte de los papeles en los que destacó. Grabó especialmente para EMI y Pahté. Mucha opereta y por supuesto Lakmé. En disco también pueden encontrarse su discutible recreación de Rossina de El barbero rossiniano.
Arturo Reverter